¡LLAMAN
A LA PUERTA! [31]
¿Quién
llama a ésta hora?
¡Soy
yo, el viejo de la gelatina,
ese
vecino que está a la vuelta de la esquina,
y
que desde hace rato cambió de domicilio!
-¿¡Qué
carajos quiere ahora!?,
no
fue hace tiempo, y eso no está olvidado,
¿qué
dijiste, que no era nada a tu lado?,
¿a
qué vienes ahora, a perturbar mi sueño?
-¡Quiero
hablar contigo, que me comprendas!
Decirte
que de aquéllos calores
donde
una escoba con falda me hacía levantar todo
mi
rostro encendido, mis piernas
tembleques,
y
flaqueaba el amor por tus besos y ardientes caricias
por
correr tras ellas… ¡de eso ya no queda nada!
¡Dame
tan solo un momento para hablar contigo!…
-¡No
quiero!...
¿Me
devolverás los años que te esperé aullando a la luna?
Era
una loba ante tu amor ausente, así pasé día a día,
me
sequé con las manos tanta lluvia salada,
remendé
mis harapos viejos,
caminé
entre letras un poco tarde
para
que entre ellas quedara mi alma tallada.
También,
entre flores blancas,
donde
llené de tanta soledad y ausencia,
ese
escapulario que perdió la imagen,
después
de años, y años de rosarios.
¡Vete
al carajo!... ¡no quiero que regreses a mi puerta!
Dejaste
tus calores jóvenes, cuando yo estaba hambrienta,
entre
los ijares de cuanta puta barata pasaba y pasaba…
Y
ahora… ¿me pides que hable contigo?...
¿Qué
me dirías acaso?...
¿Qué
te perdone?
¿Qué
tuve la culpa
por
no comprender esa hombría
de
tus años jóvenes?
¿O
culparás a todas las fáciles
que
anidaron entre tus brazos,
y
que tomaron el ardor y los besos que creí míos…?
Te
diré algo y espero te calles:
¡Te
quedas parado en la puerta,
porque
a mi cuarto no entras!…
Envejecí
esperando un ramo de flores de tus manos,
un
perfume barato siquiera, un par de zapatos,
cualquier cariño que devolviera una promesa de
amor,
una
mirada al menos,
donde
no estuviera el brillo de macho satisfecho,
un
billete para abonar a los tantos y tantos gastos
que
me tocaron sola…
No
quiero hablar contigo de nada…
No
deseo tu lástima,
pues
ahora soy feliz sin ti…
Aprendí
de las rocas a sanar mis pies,
de
las espinas en el camino, de las palabras agitadas,
del
odio, de la mala hierba sembrada…
Me
di cuenta que si las amabas a todas,
¡a
ninguna amabas!…
¡No
quiero tu lástima!..
Hoy
me tocó hablar a mí, enmudecí por muchos años,
pasé
agonías en silencio, viendo hacia la puerta…
¿Y
ahora que encuentro un amante de blanco ropaje,
pretendes
venir, cuando ya de mi amor, no queda nada?
Día
tras día aliviando mis cargas…
¡Son
miles de pequeñas letras!
El
dulce amante que el destino puso en mi camino,
lo
presentí alguna vez, buscando la felicidad contigo,
¡y
nada que llegaba!...
Entonces
tomé una pizarra,
una
hoja en blanco,
mis
dedos se fueron acostumbrando a ese tibio calor,
y
así mi amante nació,
entre
brillos celestiales y ensoñadores
que
iban y venían en caballos de fuego,
para
descender sobre mis mutilados pechos,
y
volar así, como un cóndor por el azul cielo,
vestida
de nácar, de sedas blancas o azules…
¿Vienes
ahora a pedir un puesto
que
ya está ocupado?
¡Vete
a dormir y no jodas!...
No
olvides quitarte el puente, no sea que lo tragues,
pídele
a la virgencita María y a todos los santos,
que
te protejan, porque de mi parte: ¡púdrete en el infierno!
De
mis tristezas no volverás a hacer burla,
y
ahora que estoy vieja, ¿para qué me quieres?...
Respiro
profundo, inundo mi alcoba de perfumes
para
que tapen mis propios olores,
y
le pido a Dios un día más, tan solo un día más,
y
una hoja en blanco para seguir dejando
ladrillos
y rocas, pues faltan pocas…
Y
a María no la canso con más oraciones,
la
dejaré quieta, sobre la misma mesita de mármol
que
me regaló un amigo,
con
los zapatos pequeños de mis muchachos
para
que los tenga en la mira,
y
no me los deje perderse por ahí,
sin
un horizonte,
llevando
como bandera la traición.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
junio 21/13