SI EN EL MAR
(26)
¡Si el tipo,
en vez de una lanza para hundir su pequeña balsa, hubiese abierto los brazos!
¿Qué pasaría
si mi balsa en medio del océano, es también herida?
No fueron
griegos, fue un hombre, no fueron rusos, fueron unos cuantos, y así, la guerra
continúa desatando a sus demonios.
Tan solo
pensar en sus rostros asustados tratando de huir de una guerra, enfrentados con
sus heridas a la inmensidad del mar, y que no aparezcan tiburones, ni siquiera
uno, sino un ser humano armado con su lanza.
Nada más de
pensar en esos niños y sus rostros, que ni siquiera elevados por sus manos
angustiadas, pudieron su corazón soberbio doblegar, me lleno de temor de Dios,
y una angustia vieja se empeña, una y otra vez…
¡Oh Señor!,
un castigo merecen quienes obedecen órdenes de matar, y sin generalizar, creo
que sí, en algún momento de la vida no hemos sido rosas, sino espinas.
¿Cuándo
entonces, dejaremos de herir a los demás?, ya lo dijo el viejito de las
naranjas, que con su carrito de madera sube y baja esta ladera, ¡naranjas!,
¡naranjas!, ¡están pequeñas, pero tienen en su corazón mucha miel!, y en ese
agotarse de su garganta, continúa con su carga, hasta ese día de su estómago
reventado, hasta ese segundo de su oración boca arriba viendo al sol.
Otros van
mar adentro, buscando esa libertad ansiada encontrando eso, ¡espadas!, filos
que quiebran sus pequeñas alas...
¿Qué será de
nosotros si no tenemos amor?, ¿qué será de nosotros si vivimos sin fe?
Que éste día
nos encuentre en paz, que no disparemos más dardos venenosos, que no
generalicemos, no son todos los que arman las guerras, son un puñado de
asesinos que dominan el mundo, y son otro puñado de borregos que obedecen ciegamente...
¿Hasta
cuándo? ¡Libertad!, ¡libertad!, que se abran todas las fronteras, que se abra
en dos el mar con esas historias de ayer, y que puedan todos pasar a nuestras
tierras, aquí todo es bendición, que sean nuestras manos alas abiertas volando
sobre las montañas, para recibir a otros, sin escupir sus rostros además...
Y fueron
vistos, porque nada, ni siquiera debajo de una roca está oculto a la mirada de
Dios.
Caerán como
ayer también, reyes y sus tronos. Las conciencias del malvado serán sus castigos,
pero a veces pienso que la conciencia es un niño que muere cada segundo, un
bebé que es asesinado desde el vientre, un hijo que se vuelve hombre robando
los derechos a otros, acaparando sueños, y terminamos acostumbrándonos a la
sangre, hasta le encontramos ese sabor agridulce de lágrima roja, de rosal sin
aroma, pues la muerte se levanta en su corcel de acero y sus dientes y patas,
botan chispas de fuego, ¡vienen por nosotros también!, y otros verán y
escribirán la historia que ya fue contada en otro siglo, y se repetirá, ¿hasta
cuándo?...
Raquel Rueda
Bohórquez
Barranquilla,
21 noviembre/15