domingo, 17 de diciembre de 2017

CRIANDO AVES

CRIANDO AVES

Criaderos Colombianos, me gusta compartir la obra divina, el trabajo, la fuerza del espíritu, la tierra morena que sostiene los sueños y los eleva, y alma del poeta que tiene los dedos partidos de reventar las rocas.

Pueda ser que hoy tengamos un tropiezo, pero cada falla nos pule por dentro y nos talla por fuera, así como la gota de lluvia transforma la roca que se vuelve dócil ante sus caricias, es el amor que nos rodea, y son las brisas decembrinas la palabra del hombre grande, que sin conocerlo nos regala todo, sin esperar nada de nosotros.

Aquí vamos, entre plumas y coladeras, inventando cuentos para pasar el día y dar gracias por el amigo y la fortuna que viene, por la mano que se extiende sin importar la distancia, por esta navidad hermosa que nos une, nos acerca como hermanos, en un mundo cada vez más distraído de la obra.

No poseo dinero para lanzar por el viento, pero las ganas de soñar me asisten, quiero estar despierta para el atardecer y doblar las rodillas al ocaso, con la desnudez del ave que espera las alas de la madre, y el completo abandono a una voluntad mayor a nuestros anhelos.

Gracias a los criadores, las especies sobreviven un poco más, porque desaparecen ante nuestra mirada, se van las plumas hermosas, los piropos y las chirosas, desaparecen las copetonas, los cerditos miniatura que llamaban congos, las gallinas de patitas cortas que parecían un trozo de sol corriendo por entre los pastizales, los animales de granja están en peligro, se va la belleza y llega la lluvia fuerte, nos azota la inclemencia, el cambio de climas, y no bajamos la cabeza para besar la tierra como ellas y luego alzarla si tomamos del vino del manantial para agradecer por la fortuna de existir, en este paraíso maravilloso que destruimos sin freno.

Raquel Rueda Bohórquez
17 12 17


NO PASÓ NADA

NO PASÓ NADA

No reventaron las perlas a cantar sus mañanas, ni volverán las alondras a su hogar, porque una espada partió en dos la vida, arrancó con saña la flor de su jardín y se la llevó a un jagüey, para que el sol se diera cuenta de toda la maldad que el hombre cultiva, y en espera de una lágrima, se llenó el oasis con todas las penas que se amontonan, y esta navidad será negra para unos y de luces para otros.

Pían y pían entre las ramas secas los pichones de perdiz, pero en bandada se alejan sus madres, para que se oculten del hombre y se mimeticen con el color del barro.

Suenan los acordes, mi hijo parece un pájaro contento y alegra mis días con su presencia, en tantos las flores de mi jardín aprietan en sus labios la voz del alma y buscan entre las arenas calientes, el caracol que le suene al oído todas las esperanzas escritas, que al pasar de las olas se desvanecen o se crecen, en el rincón más dulce de las hojas.

Un pentagrama lleva cumbia caliente y se enamora del poema que versean las aves, un aroma a café toca mis labios, recuerdo los tuyos untados de miel, semejando a la dulce amapola que se creció en medio de las rocas más enormes y nos mostró que todo se puede, que las espinas salen, que el cardo soporta las más terribles tempestades y a pesar de ello florece y da frutos para el desamparado que entre sus espinas se deja besar del sol y acariciar de la luna.

“Negro tu mirar, lo puedo notar, cuando tu cuerpo se mueve al son de mi danza” inicia la nueva canción de mi hijo, cadencia andaluza, chalupa, no sé qué otros cuentos, pero dan ganas de bailar y de sonreír.  

Gracias Dios mío, gracias porque favoreciste a mis hijos de muchas calamidades, gracias por estos segundos en que puedo hablar de ti con paz en el alma y que puedo tocarte en la mirada de mis muchachos, en lar ardillas que conocen mi voz, en todo, hasta en el viento suave de diciembre que susurra al oído un verso de amor lleno de tu bondad.

Raquel Rueda Bohórquez

17 12 17