EL SACERDOTE DEL AMOR
No digas nada poeta, sólo entre tú y yo,
nadie escuchará mis gritos,
nadie se enterará que estás en oración.
Había una vez un poeta que se la pasaba con su morral a tiro y dejaba a su esposa virtual abandonada.
Cierto día, ella quiso armar un poema para él, pero se disgustó por su atrevimiento, entonces la doncella de casi 100 abriles se puso muy triste, ella sólo pensaba en meses de junio, en días de lluvia, en perlas blancas que bajaran desde el cielo, sólo estaba feliz si el poeta figuraba en cada estrella, en cada roca, en cada sombra copiada en el camino...
¿Te has ido poeta?, lo buscaba de día y de noche, le enviaba música entre caracoles y ostras, las hojas de palmera conocían de cada mirada suya, fue testigo el sol y cómplice la luna.
Mi sacerdote del amor, ¿en dónde te has escondido? Vas y vienes por escarpados caminos, tu sombra aquí o allá me la roban las rocas, se queda prisionera entre barrotes oscuros copiados en viejas paredes, pero de ti, de tus negros ojos, no queda nada.
Una hormiga era como su negra sombra, y con él sorbían pedacitos de sol en cucharas de plata, salían y se amaban bajo los árboles más inmensos, pero a la esposa virtual nada le daba.
Decidió que lo olvidaría, que no escribiría más versos de amores, que dejaría la dulzaina de lado, el jarrón florecido imaginado sobre una mesa también imaginada de cristal de seda. ¡Eso no existe!, gritó desde un espacio desconocido, un algo que no tenía rostro: ¿eres una loba herida, una flor desteñida?, ¡no acoses!, el poeta está dormido… ¿acaso crees que escuchará cada una de tus tonterías? ¡Jajajajajaja! –hasta la sombra se burló de mí, dijo la esposa de luz y de sueños, pero no importa, le dedicaré el mejor de mis versos a él, tal vez si lo copio en el mar pueda verlo, pero no, vendrá un tiburón gigante y devorará mi sueño, mejor lo escribo en la playa, ¿pero y las olas?, siguen empeñadas en borrar cada corazón cruzado de espadas, buscaré un lugar donde el poeta lo descubra y no se borre jamás…
“Te quiero poeta”, lo escribo en el escarlata de mi sangre, en ese río revuelto de mis venas y en la cascada de mi corazón, estoy segura de que el poeta lo sentirá.
Pero el corazón falló, se fue apagando como un cirio, se fue el oxígeno, cesaron las campanitas cansadas, sólo quedó un olor a quemado en el espacio, pero ahí, en ese suspiro del viento el poeta lo vio, y en voz alta leyó:
“Te quiero poeta”, y el poeta dejó su morral en el piso, parecía en oración, con sus zapatos puestos de lado y un gran sombrero de paja, pero la sombra lo delató, era su alma junto a la de ella, cerca de blancas flores y tiernos lirios que dejaron un aroma, sólo un aroma, cuando cantó el ruiseñor en su ventana, pero no había puertas abiertas, no estaba la esposa virtual, pues ella, acababa de apagar el computador.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, junio 23/14