miércoles, 27 de julio de 2016

EN LA CACICA (4)

EN LA CACICA (4)

Ahora que vi la imagen de un "repollo gigante", por alguna razón no pude compartir, pero recordé a mi viejo con sus cosechas enormes. La tierra estaba virgen, nadie creía que en esa finca "La Cacica", se pudiera sembrar algo más que no fuera tabaco, y él enseñó a muchos que la tierra es bondadosa y nos entrega con amor más de lo que merecemos, pero no podía alimentarnos con sólo repollos, inició a cosechar otras verduras y frutos. Todos se quedaban ahí, los cacharreros que pasaban en los grandes camiones comprando a los campesinos al precio que se les antojaba, dejaban su cosecha a un lado con una sola explicación: Son demasiado grandes y no se pueden vender.

Siendo así las cosas, mi padre se quedaba viendo junto a mis hermanitos que el vehículo se alejaba y debían recoger la cosecha para los cerdos, las gallinas y sus buches hambrientos, sus hijos, nosotros...

Gracias Dios mío por éste padre maravilloso, mi viejo... esas angustias y afanes los calmaba con un guarapo o un café, o mi madre a su lado dándole ánimo; luego se perdían en medio del bosque agarrados de la mano y nosotros detrás de ellos parecíamos ovejos.

Recuerdo a un campesino alto y rosado, me parece que tenía ojos azules y una esposa muy bonita, mi padre los apreciaba mucho y fue a ellos a quienes dejó en la finca, ahí Marquitos como todos le llamábamos, se hizo cargo de todo, mi padre iba y venía, estaba feliz con éstas personas que antes cuidaban la finca de abajo, desde la montaña la veíamos, era muy hermosa, pero pudo más la amistad con mi padre y abandonó ese lugar para ir a cuidar con otras garantías la finca del viejo.

A veces llegaba Marcos con bultos de frutos y verduras de la finca, antes era tabaco pero desde que mi padre la compró a un tío político, decidió que no sembraría tabaco ahí, con solo pasar y oler la tierra se dio cuenta que estaba sin explotar; de una trasladó agua desde la quebrada El guayabo, aró la tierra, él era el buey y sus hijos el arado, en esto ya había formado camellones o melgas y en medio de ellas fabricó pozos en la tierra, el agua no se filtraba y desde ahí con vasijas y varas armó las regaderas, todos ayudábamos hasta que aprendimos que el agua se florecía en el viento y caía suavemente.

Marcos pudo ahorrar y comprar su propio terreno, tenía pena con mi padre pero él lo animó a lo suyo y decidió que nos íbamos a vivir a la finca, fue una solución hermosa, fuimos felices, pero la felicidad plena dura poco.

Todo empezó a crecer, a florecer, parecía que de manera más apresurada que en otros lugares, se admiraban mis viejos de lo enormes que eran los repollos, las lechugas, las zanahorias, los tomates; las ahuyamas era imposible cargarlas por un solo hombre, su peso, todo lo que sembraba era gigante, la vaquita blanca, “la mocha”, era tan pequeña, pero daba demasiada leche, era un balde y más,  todos los días, ¡esto es bendición mijo!, ¿qué otra cosa podía explicar que en medio de tanta pobreza, la tierra nos entregara con su bondad toda la riqueza que necesitábamos?

Hoy recordé “un repollo”, lo vi por ahí, era demasiado grande para ser verdad, y mi viejo no utilizaba más abono que el estiércol del ganado y una oración de mi madre a su cultivo: “Señor, te ofrecemos nuestro cansancio, te dedicamos nuestra fuerza y ánimo, te damos gracias por el motivo de éstas semillas y por la abundancia de las cosechas, bendice a quienes siembran, a quienes recogen y permítenos compartir con otros de tus tesoros”.

¡En verdad que la fe mueve montañas y que la tierra es la madre de todos nosotros!, ellos lo sabían, pero dolió la partida, aún sigue doliendo…

Raquel Rueda Bohórquez
27 7 16