ROSA
VIEJA [80]
Se antojó la rosa vieja de juventud,
la vi de nuevo en su esquina,
en ese cruce que a otras encontró desnudas,
y
a ella con frío.
En un huerto pródigo
las
mariposas se desvanecen
dejando orugas silenciosas sobre las hojas,
con todos los sueños amanecidos.
La vi otra vez
con sus ojos puestos en el sol,
/vieja
costumbre anhelar
ser amante de un lucero.
Sí, el vencejo en primavera
quebró sus alas al descuido,
le azotó la brisa,
el huracán se volvió necio;
una llama se apagó
a pesar de estar encendida,
y el astro dorado
se robó todo sueño.
Marchó
veloz,
fue
una flecha disparada
de no sé dónde,
dejando las pavesas para el río,
para la brisa.
Su negra cabellera de aquéllos tiempos
donde su innegable brillo
lúcida le mantenía,
con esa nostálgica mirada
danzando al sol de cada día.
La doncella no entendió
en
qué momento la vida pasó.
¡Soñar!…
¡soñar!… ¡soñar!…
Nos
toma la tarde con un café caliente en las manos,
y éste verano que presiento fuerte,
se
volverá invierno desolador
arruinando
los plantíos,
derribando
montañas
que
ya no las sostienen
ni los ancianos verdes.
Sus panzas
serán llenas de una sangre blanca
que
en otros tiempos era bendita,
pero
que hoy, ¡triste vida de mi madre!,
mi
negra llorará en cantares
y
gemirá poesías de llanto,
para
ser elegías siempre,
con
el dolor acunando los cerros,
y
madrigales de lodo
bañarán nuevos senderos.
Se antojó la vieja en fantasías de colores,
mientras
tanto,
dijo que levantaría su falda.
Sus quimeras,
dulces recuerdos de amores
en otros brazos,
tomaron
a la vieja en su descuido
dejando sus manos ardientes
sobre una lápida.
¡Cómo es de triste estar triste!…
¿Pero
a quien se pueden robar las alegrías?
Dame un pedazo de tus sonrisas,
regálame
un poco de tu corazón
pues
el mío se empeña en estar sombrío.
Allá, por los años de mocedades
que hoy me topan con su recuerdo,
con pensamientos de otros poetas,
se
empeña la niña en soñar.
¡Qué nadie le robe sus pensamientos!,
¡que
la dejen volar con sus locuras!...
Díganle al ruiseñor que trine de nuevo.
Triste
hembra se posa en un nido vacío,
y
mañana, si la niebla la encuentra solitaria;
la
verán con los ojos abiertos,
viendo
hacia un lecho rocoso
que otrora fue río.
Se fueron las rosas,
se
marchitaron las begonias
antes de primavera.
Sus
brotes divinos nos halló despiertos,
las
bocas se besaban,
las manos se acariciaban,
y
todos los sueños
parecían completos sobre la mesa.
Que nadie averigüe
por
qué la vieja se empeña en estar triste…
El lucero de paso se llevó su alegría.
Que
alguien la busque en esos cerros,
entre
las montañas de Andalucía;
por
allá ha de estar ese consuelo,
sobre
un lecho solitario y vacío.
Y cuando las bandadas lleguen de nuevo;
¡oh
bendito cielo!
Qué ahí esté el cantar de mis cantares,
el
amor que en mi lecho,
el amor que en mis fríos inviernos,
el
celaje de todas las estaciones
para que se quede conmigo
soñando
entre naranjales,
con la boca abierta,
con
los ojos cerrados,
con
las manos sedientas
de caricias no brindadas,
y
abandone
sobre los arenales resecos de mi vida,
un
poco de consuelo.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, abril 18/13