EL
INGENIERO 5 [24]
¡Qué
día maravilloso! /Dice el ingeniero, mientras despeja su mente y observa el sol salir del mar, con
tonos rojizos, entre azuladas aguas, imponente como la voz que venía de sus
entrañas y brotaban, semejando el anuncio de que el día estaría bien.
-¡Amor,
mira como está de tranquilo hoy!, parece
que habrá buena pesca, ¡alisten la atarraya!, busquen los anzuelos, parece que no saldrá el gran pesquero y algo
podremos recoger, aunque sea uno grande para todos, ¡no importa!, pero que
podamos caminar radiantes y agradecidos con la carga que nos toque.
¡Suelten
la canoa de sus amarras!, un poco de café caliente si hay, o un agua de panela
con yuca y suero, /será el alivio para el ingeniero, que se acuesta con la luna
y se levanta con el sol.
-¡Hoy
será nuestro día!, ¡el mejor de todos!, superior a todos los que hemos vivido,
las aguas están en calma, un olor me traen las brisas, /¡a peces gordos!, ¡a
mojarras rojas y doradas, a caracoles de mar!...
Y
los niños hombres, con los rostros curtidos y sus limpias miradas, con sus harapos viejos,
felices de la vida, sin pensar en el mañana, pasan un trapo por sus rostros, se alivian con los besos de
madre y los mendrugos de la mesa, y corren felices por la playa con los
aparejos propios de la pesca, una atarraya, un tanque, un lucero en sus ojos y
la confianza en Dios.
¡Sí!…
tenía razón el ingeniero al abrazar a su negra hermosa, quien a pesar de sus
pocos dientes, sonreía, consentida, parecía flor de loto, pegada de sus aguas negras.
En
la mirada de su amante se quedaron sus anhelos, y por ellos, se levantaba día a
día más radiante que el anterior, ya sin lágrimas, que se fueron con el último
invierno, donde los cartones y tejas heredadas de los basureros, fueron
remendadas y ajustadas por su valioso hombre, ese regalo que había llegado a su
vida cuando tenía tan solo 15 años y mendigaba un trozo de vida para su
familia, de cuarto en cuarto, de rincón en rincón, y apareció él, quien en vez
de quitar sus harapos, le regaló sus brazos y su corazón.
“¡Ingeniero
amado!” –decía cuando lo vio partir, /¡mis muchachos, mis estrellitas de mar!, ¡que
la Virgen de los navegantes me los proteja!, que cada día pueda levantarme y
verlos; no importa que hoy sea el último para mí, pero que tenga la confianza
de que regresarán con los brazos abiertos, con el corazón dispuesto y la
fortaleza para continuar, hasta que la
palidez de la suerte se amarre a nuestro pecho y nos impida seguir, pero no por
nuestra voluntad, sino por la de aquél constructor de vida, quien fue el
maestro, cuando le dijo a mi negro que todo estaría bien, que se levantara como
si éste fuera su último día y corriera feliz, aunque su aliento pareciera de
niño con hambre.
Hoy
la suerte al fin estaba de su parte y regresaría con abundancias para entregar
a sus hijos y a quienes visitaran su obra maestra: “Nuestro hogar”.
Quiero
ver a ese hombre de brazos fuertes, de manos poderosas, que toma la atarraya
pesada, para recoger en ella muchas veces solo basuras que lanzan al mar.
Regresará
hoy con la canoa llena para compartir, brindar, y llorar… ¡pero de emoción!,
con gritos de júbilo, porque hoy no habrá vendaval alguno, el día está
despejado…
El
ingeniero era un punto en el universo y sus hijos le seguían, ella se quedó
mucho rato viendo hacia los azules, hasta que desaparecieron de sus ojos, y se
fue a su pequeña cocina armada entre los arenales, a preparar las rocas, la
leña y el fuego.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
junio 23/13