martes, 13 de agosto de 2013

LA TÍA FRANCISCA [94]

LA TÍA FRANCISCA [94]

De jóvenes, creemos que las tías siempre fueron viejas, pero Francisca también fue una niña soñadora, imaginaba que entre sus harapos danzaban hermosas sedas y magnificas cascadas.

Ésta historia fue contada por mi princesa; su tía Francisca y el lugar Zapatoca, un hermoso pueblo sembrado en lo profundo de las más agrestes montañas de Santander del Sur en Colombia.

Nada sabía ella de ciudades y grandes inventos, pues su vida era el campo, hablar con las ranas sus amigas, con las aves del bosque, perfumarse con flores de jazmín, a las cuales les tenía otro nombre, hablar con ese hombre imaginario con vestido nuevo y alpargatas en sus pies, que la llevaría a volar por las montañas entre sus fuertes brazos.

En el espejo de un lago veía su rostro, le parecía hermoso, limpio y juvenil, pensaba que era su alma, desde ese rincón,  ¡tan fácil de tocar!, tan cambiante con la brisa, pero siempre el mismo, como una lámina de acero brillante en donde cabía el cielo y todo el paisaje a su alrededor.

Le gustaba brincar como una cabrita, subir a los árboles y creer que desde allá podría volar como las águilas y conocer ese mundo ajeno, que imaginaba fantástico, más allá de su pequeño espacio en medio de verdes y encendidas flores de la primavera.

No conocía el poder de las letras, pasaba las hojas de un libro viejo, sin saber qué decía, era como un acertijo que nunca descifraría, lejos del estudio, alejada del mundanal ruido de las ciudades.

Su vida transcurría entre los troncos encendidos de la cocina del hogar, a sus pocos descansos, cuando tenía que salir a buscarla en el bosque, y en medio de esos pocos momentos, sus amigas hormigas, sus hermanas mariposas, sus tías flores, le acompañaban, hasta que ya adulta, tal vez 35 o 40 años, sin haber conocido el amor, viviendo con su cofre sin tocar, y sin saber a ciencia cierta lo que era una relación sexual, fallece la madre, por enfermedad desconocida, con su rostro encendido, que de a poco se tornó pálido como el de una blanca rosa.

Hubo reparto de herencia, las pocas cosas, la pequeña finca vendida, y ella quedó por ahí, de casa en casa, laborando, recibiendo miserables pagas por sus servicios, pero conforme con su suerte, inició a gastar sus pocos pesos en algo que deseaba mucho, y que escaseaba en su hogar.

Llegaba a las pesas, que era el sitio donde los carniceros vendían sus reses y animales descuartizados, y la gente llegaba a los pequeños cubículos a escoger y comprar lo que necesitaban. Ella era una de las clientes, y siempre escogía la mejor carne, esas postas de punta gorda para asar con yuca, y devoraba como un león enjaulado, con esos deseos reprimidos de su niñez hasta que se hartaba.

Y cada día la Tía Francisca, con esa maravillosa mirada, esa timidez propia de los campesinos, parca, silenciosa; veía las piernas de res, y los ganchos donde la carne llenaba sus ojos de brillo, y su estómago de contento, y cada vez era menos la porción que compraba, hasta que un día, ya no hubo dinero para nada, tal vez sin trabajo, sin techo, sin hogar, y la veían ir y venir de cubículo en cubículo, triste y desesperada, viendo hacia la carne, nada le importaba a ella en su vida más que eso… y retornaba a su hogar, que tal vez era un rincón abrigado en cualquier esquina, o el asilo donde otra anciana que como ella, padecía el hambre de la pobreza y la indiferencia del mundo.

Pero alguien estaba pendiente de ella, se dio cuenta que si no compraba es porque ya no tenía dinero, era una anciana que a nadie le podría servir, y era de esas personas que prefiere morir de hambre, antes que pedir ayuda, pues la vergüenza y timidez no les permite pedir a nadie, y cabizbaja con los ojos llenos de lágrimas la veían marchar, vergonzante y triste con su estómago rogando un trozo de carne fresca recién asada.

Pero la suerte cambiaria para la tía, ese día tan recordado por ella, una mano se extendió y una voz se escuchó: ¿Francisca, le provoca un pedazo de carne?, dijo la voz gruesa de campesino, y ella se iluminó, ¡no lo podía creer!, su corazón empezó a latir de nuevo, sus ojos recuperaron el brillo de las primaveras y perdida la timidez, se acercó y recibió temblorosa el regalo del pesero.
Día a día, llegaba Francisca, pero las cosas buenas se cuentan, y la generosidad se esparce como la buena semilla, y cada fin de semana de venta de carne, llegaba Francisca con una mirada agradecida por cada pesa, donde los vendedores dejaban una pequeña ofrenda de pedazos pequeños, que quitaban a uno y otro, y acumulaban en un rincón, para ella.

Cierto día circuló la noticia: ¿oigan saben quién colgó los guayos?

-¡Nada, no sabemos cuéntenos a ver! /respondían con mucha inquietud.

Y la voz que riega los chismes replicó:
-¡La tía Francisca, la que se gastó la herencia en carne!

Todos enmudecieron, los peseros tuvieron que llorar, gran aprecio tenían por ésta anciana de la que conocían su historia, pero la costumbre de quitar un pedazo pequeño de carne a los clientes, pasó como costumbre, y siempre, en un rincón de las pesas estaba la carne, que esperaba por una mano hambrienta.

Mis paisanos tienen fama de tacaños, pero su tacañería  se opaca, cuando se conoce de su generosidad.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, agosto 9/13 

MAMI [95]

MAMI [95]

El único amor fiel en el camino es el de una madre, no se tuerce por más fuertes que sean los vendavales, y permanece a través del tiempo.

No pasa... ¡nunca pasará tu amor!, y con la muerte, ese entrañable cariño traspasa las fronteras del pensamiento, para quedarse y llenar nuestro corazón de contento.

Te amo madre, de aquí a la eternidad...

Raquel Rueda Bohórquez

Barranquilla, agosto 13/15 

A TI [96]

A TI [96]

Te quiero a ti, y sufro,
porque nunca seré correspondida,
pero busco la felicidad bajo tus párpados
o cerca de tu boca...

Tal vez rastrear dentro de mí
y no correr más,
pero me gusta expresar lo que siento.

Mi anhelo, es que fueras mi flor en primavera
y ser yo, el elixir que calme tus penas.

Quien dirige el destino, tiene la última letra,
pero en mi alfabeto, no importa si eres mi zeta...


Raquel Rueda Bohórquez

Barranquilla, agosto/13

LA TÍA SEVERA [97]


LA TÍA SEVERA [97]

La tía Severa era una dama elegante, si hubiese sido una persona nacida en la corte de cualquier reino de fantasía, o cuentos de hadas, diría que ella a ese lugar pertenecía.

Era una linda señora de rostro apacible, manos que en su juventud debieron ser hermosas, delgada, fina, delicada, nunca se escuchaba hablar con vulgaridad y sus ademanes eran cultos y finos.

Se casó con un señor de buena posición económica, para la época, su nombre Simón Sierra, y por el apellido siempre bromeábamos: Simón Sierra y Severa le tranca.

El tío Simón tenía una hija, pero poco se llevaba con mi tía, pues me contaba que tendía a menospreciarla, pero falta ver, en todo caso en éstas relaciones siempre hay inconvenientes, suegras, cuñadas, por alguna razón siempre me he dado cuenta que los yernos y cuñados son más llevaderos.  Adoptó a otro muchacho de quien no recuerdo su nombre, y tuvo una hija, su única hija, que se llamaba Lola, muy bella, de rostro limpio, delgada, cabello ondulado, elegante y entre sus virtudes, destacaba su extrema sencillez y caridad con los demás.

A Lolita le daban todos los gustos que podían, una casa antigua, dentro de lo sencillo, para los que teníamos menos que una casa, era un palacio, recuerdo la entrada, los pisos en ladrillo rojo, rústico, sin brillo, una sala grande, a los lados el cuarto de los esposos, y con un cancel muy bonito de madera tallada, separaba el cuarto de Lolita.

Había una corneta, decía yo, pero era un tocadiscos antiguo, que tal vez regaló cuando ya ni música deseaba, nunca la escuché cantar, ni recitar un poema.

Seguía un pequeño cuarto, destapado el techo, con un tanque elevado, y cuando halaban una cadena, bajaba un monstruo rugiente, y lavaba la porquería que estaba en la taza moderna de pedernal, era el sanitario, y la primera vez que entré ahí, me asusté mucho cuando halé de la cadena, en esa época usar papel higiénico era un lujo o no existía todavía, para eso había buen periódico y tiquetes que ya les conté la historia.

No recuerdo muy bien los sanitarios, pero sí, que en mi casa no había de los de mi tía, y ese era más fino.

Después una cocina grande, antigua, con un mesón como en barro, y muchas alacenas rústicas donde guardaban el mercado y los utensilios, había muchas cosas, totumos colgados, recuerdo un totumo donde echaban la nata de la leche para preparar los caldos para el desayuno, los famosos caldos de luna blanca del poeta Español Miguel Hernández, para mitigar esas hambres curtidas.

Seguía un patio grande, donde el tío guardaba su caballo y todos los aperos, a la vez un patio para el jardín que era infaltable en esa época, con ese estilo español que dejaron huella en nuestros pueblos.
Una puerta daba a un enorme solar, hermoso, donde cultivaban yuca y verduras para el hogar, y al iniciar el solar, el árbol que más amábamos, y el verdadero achaque para visitar a la tía, un ciruelo español lleno de jugosas frutillas con una enorme semilla café adentro.

Las paredes eran todas de blanco, las pintaban con cal, éste detalle lo conservo, y tejas rojas en el patio y el techo de la casa con muchas orquídeas sembradas sobre mojones de boñiga de vaca, todo cercado en bloque y pintado de blanco, esto se veía hermoso en medio de mucho verde y flores.

A Lolita nunca la conocí, solo por esa gran foto que estaba en la sala, vestida de traje rosado y unos lindos bordados en su pechera, con esa mirada hermosa, y sus ojos miel, de una dulzura infinita, siempre me quedaba viendo, más que la ampliación en la sala de los tíos, la foto de Lolita, hasta la quería, me daba pesar que no pudiera jugar o charlar con ella y preguntarle cosas de mujeres, pero yo estaba muy pequeña todavía, pero cada detalle lo recuerdo.

En un rincón de la sala estaba una vitrina de madera que casi llegaba al techo, donde guardaban loza fina, y ahí estaba el pocillo que siempre veía, que me parecía hermoso, y ella me dijo: el pocillo de Simón.

Pocillo que cierto día me entregó: tome mijita, éste pocillo es suyo, porque estoy segura de que lo conservará, mi emoción fue enorme, aquí era otra época, habíamos regresado de Bucaramanga de nuevo a Zapatoca, pues mi padre quería que estudiáramos en el mejor colegio de monjas que existía, El Sagrado Corazón, y ya estaba señorita, y me podían confiar tesoros, todavía conservo éste pocillo junto a mis pocas pertenencias, lo antiguo siempre ha sido atractivo, pues tocamos a las personas que estuvieron ahí, nos aferramos a sus huellas y esencia cuando las vemos, pues tienen su aire y su perfume.

Algo que nunca olvido es que siempre tuvo una perrita, de cabello corto pegadito a la piel, una criolla roja, no le gustaban los perros machos, y le daba ladrillo molido con leche, para que ningún perro la preñara, y era efectivo, nos decía.

En otra ocasión había escrito sobre mi tía, pero quedaron muchas cosas pendientes.

Palabras, recuerdos lindos, en compañía de todos sus sobrinos, la soledad que vivía y que mitigaba visitando a sus hermanas, quedaron por describir sus ojos negros, los charcos de sangre que brotaban de su nariz y no comprendía, pero al recoger ese poco de agua negra, ella se aliviaba y continuaba la vida, con esas tirantas que decía, le cocían el cuello en carne viva, y con un terrible dolor que le llegaba a las piernas, llenas de venas a punto de reventar, que siempre tapaba con sus largos vestidos negros, que repetía año tras año, pues nunca la vi estrenar, y unos zapatos “pomas”, decía mi viejo que se burlaba de todo, tejidas en lana, para proteger los pies del frío, y una gorra de lana negra que empezó a usar tiempo después, para reemplazar el reboso, y esa manera particular de peinarse, con un rollito atrás de su cabeza agarrado con una peineta.

Su atuendo de siempre, con su reboso sobre la cabeza, que guardaba celosamente, y parecía que nunca le pasaban los años, bordado de rosas y azucenas y lo cruzaba sobre su pecho, y encima un chal negro, para continuar caminando de la pieza que tenía en alquiler, hasta la casa de mi madre y la de mi tía María, y muchas veces viéndola entrar y salir de la iglesia, con su catre de pana negro y su pequeña Biblia.

De Lolita, su niña amada, falleció de tuberculosis, terminando el bachillerato en el mismo colegio donde  estudié, recordarla era abrir una profunda herida en su corazón, al imaginar que en esa época un tuberculoso era tratado con miedo, la gente le huía, y evitaba, con todos los utensilios separados para que su enfermedad no contagiara a otros, me habían contado que había hecho el aseo en el patio del colegio, casi obligada en un día lluvioso, y a partir de ahí, ella llegó enferma.

También me recordó mi madre que le habían comprado un coche y que había tenido un accidente y que el timón le había maltratado el pecho, que a partir de ahí, ella quedó resentida y recibió la enfermedad, eso fue lo que mi madre me transmitió.

Que era una jovencita dulce y bella, que cada vez que almorzaba, saltaba por el solar a llevarle de su almuerzo a mi abuela, a escondidas de la tía, que no comía tranquila pensando que tal vez la abuela estuviera con hambre, y su muerte fue un golpe terrible también para mi abuela, que amaba a ésta bella jovencita.

Mi tía  tenía cierto resentimiento con mi abuela, decía que era muy dura con ella y que la castigaba por todo, y mi madre se enojaba mucho que hablara de ella, es el único parche que encontré por ahí.
Me llevaba al cementerio, y su monumento era diferente, en piedra roja, grande como una casita, y en el centro la fotografía de Lolita, y ahí también estaba enterrado su esposo Simón. La recuerdo cómo pasaba sus manos por la fotografía, dejaba lindas flores, en largos silencios, la veía pasar a la tumba de nuestros familiares, uno a uno, oraciones que me daba pereza repetir, hasta que regresábamos, por ese bonito camino lleno de rocas, árboles, olor a pino, entre cantos de gorriones y arcilla roja, propia de mi tierra, de regreso a nuestro hogar.

El joven que adoptó  y a quien quería como a un hijo, también falleció, y esto la sumió en una profunda tristeza, que terminó en locura, pero de a poco se recuperó nuevamente.

Vendió sus casas pues no tenía recursos, al morir el tío le dejaron dos casas, dos para la hija del tío y dos para ella, pero las vendió porque necesitaba el dinero y que los intereses le produjeran con qué sobrevivir, y buscó una pequeña habitación en casa de otra anciana, muy humilde.

Me gustaba llegar allá a visitarla, me encantaba su alegría para recibirnos, y ante todo, ese dulce abrazo inolvidable, pero había algo en sus ojos, una insondable tristeza que siempre vivió en ella, y una dulce sonrisa que acabo de recordar.

Era tan mínima la casa nueva, que parecía de juguete, con el techo muy bajito, y todo era sencillo, destacaba su tocador antiguo de madera y su cama que siempre conservó, y ese olor inconfundible a viejito, naftalina para que las cucarachas y los bichos se alejaran, pues los alacranes abundan en esas casas de techos de guadua y barro, ahí vivía con otra anciana en su cuarto de alquiler, después de tener su gran familia y muchas comodidades.

Nunca le vi perfumes, sólo alcohol, y cremas mentoladas para los dolores, y aspirinas, recuerdo Dolorán, Al Mentol  y muchos santos adornando aquí o allá, en las pareces, pegados con cintas o almidón de yuca, y una veladora encendida para la Virgen, al lado de una biblia vieja, y en un rincón, la foto ampliada de Lolita y la de ella y mi tío Simón, que por brutos no guardamos, ese olor a viejito nunca será olvidado.

Muchas veces la encontré cuando iba para el colegio, y no podía pasar sin darle un abrazo, los daba con tanto cariño y hablaba con un gran amor, que se respiraba por todos sus poros.

Llevaba siempre un pequeño canasto, sabía que pasaría por la panadería La Flor, y llegaría a casa de mis padres con frescos y exquisitos panes, era el achaque de su visita, y siempre me preguntaba, ¿por qué razón esa tía estaba sola, si tenía familia?

A mi madre alguna vez le reclamé, pero ella me decía que era porque a ella le gustaba vivir sola, como a mi abuela, para no molestar a nadie, que ella le había ofrecido pero que le daba pena con mi padre, y nunca aceptaba.

Le daba vergüenza recostarse a descansar, nunca fue libre realmente, a pesar de que ya estaba en nuestra casa y no tenía que pedir permiso a nadie, se quedaba dormida en cualquier silla, y si acaso se recostaba en la cama, porque mi madre le decía, siempre dejaba parte de su cuerpo fuera, como con timidez de subir los pies a su propia cama, al fin aceptó estar con nosotros y fue bonito despertar muchas veces y ver su rostro animado, y su tacita de preparar chocolate, poco a poco se acostumbraría a nuestras bromas, pero su timidez estuvo ahí con ella.

Llega el momento en que no deseo estudiar más, estaba por décimo grado y no me importaron los ruegos de las monjas ni de mis padres, a mitad de año me encapriché de que debería era estar trabajando, y no ser ya más la carga de mis padres, y me fui para Bucaramanga a vivir con mi hermana Sofía y su esposo.

Se despidió con mucha tristeza y la volví a ver luego de un tiempo, cuando empecé a trabajar en un pueblo cerca, en un banco, y mis vacaciones siempre eran para la casa de mis padres, no deseaba vacaciones en ningún otro sitio, allá era feliz y no aspiraba a grandes paseos.

Ya para esa época mi tía María su otra hermana que vivía en el pueblo, se había ido a vivir a Bogotá pues mi tío Bernardo había fallecido, y allá en su casa, mi tía Severa pasaba mucho tiempo, se querían mucho, pero seguía viviendo en su cuarto pequeño para aquélla época.

Ahí ya no hubo negativa de irse a vivir con nosotros, mi madre le organizó un cuarto y tuvo que salir de algunas cosas, pues era pequeño, pero su felicidad no duró mucho, pues mis padres se antojaron de nuevo de viajar a Bucaramanga, mi madre decía que ella no se sembraría como una palmera en un solo sitio, y que allá teníamos una linda casa que nunca habíamos disfrutado, y me encargaron de la tarea más triste de todas: llevarla al único asilo para ancianos en Zapatoca, yo le decía a mi madre que no, que la llevaran para Bucaramanga, pero la tía se asustó, ella no conocía las ciudades, y dijo que no se iría a morir lejos de su tierra.

Ella nunca quiso un asilo para ancianos, le tenía pavor a ese sitio pues decía que había mucha escalera, y ella resbalaría, pero realmente resbaló de su propia cama, en soledad, como siempre había vivido.

Se ponía muy triste cuando sus amigas fallecían, y nos decía: ¡todos se mueren menos yo!… me quiero morir, no quiero vivir más, ¡se murió X o Y persona que estaba más sana que yo, y Dios no se acuerda de mí!, ésta misma historia la repite Dora María, su ahijada, tal vez en el fondo era mentira, sólo deseaba ser abrazada y comprendida.

El episodio del ancianato me marcó profundamente, pues amaba a ésta tía abuela, y el día que me despedí de todos, porque había renunciado a mi empleo y viajaba a Barranquilla a la sociedad con mis hermanos, me abrazó llorando y me dijo que nunca más la volvería a ver.

-¡No tía, no diga eso por favor!, que sí nos veremos de nuevo…

Pero ella tenía razón, no pude ir ni a su velorio.

A los dos meses falleció.

En un charco oscuro como los de siempre, la encontraron encorvada en el piso, aún con vida, pero al llevarla al hospital no soportó más, su gran sueño de morir se había cumplido.

Con el dinero que dejó en manos de sus sobrinos que le pagaban un interés, se realizó su funeral.

Un tocador que lo heredó el sobrino Ernesto, una cadenita de oro que le regaló a su ahijada Dora María y su ropa vieja que fue donada a las ancianas del pueblo. A mí me importa mi pocillo, y una carpeta rosada tejida por las manos de Lolita que me regaló en vida, que aún conservo.

Es verdad que ella tenía vestidos con bordados del ayer, me embelesaba viendo esos bordados, y le decía a mi hermano Alirio que mi tía Severa, tenía vestidos de cuando no había máquinas, los mismos vestidos que resistieron el embate de todo su tiempo.

Le gustaba que leyera la biblia y ante todo los salmos y proverbios, y de ahí aprendí también, aunque ahora es mi tiempo para retomar la oración, son mis favoritos.

Dejó una frase que desde niña le recuerdo, su única frase que la identificará por siempre, pues según la vida que le había tocado, la proclamó muchas veces, pues la pérdida de su única hija y su hijo adoptivo en plena juventud, marcó por siempre su destino triste y solitario: “La vida, es un zurronado de mierda” fue su único escrito que guardo y divulgo.


Raquel Rueda Bohórquez 
Barranquilla, agosto 9/13  

PALABRAS PARA UN POEMA [98]

11 PALABRAS PARA UN POEMA: A

1. ABARLOAR: Arrimar el costado de un buque a otro o al muelle.
2. Abatí: Bebida alcohólica del maíz
3. Abejera: Colmenar, toronjil.
4. Abdalà: padre de Mahoma. Último rey moro de granada que se rindió a los Re
yes Católicos.
5. Abastanza: copia, abundancia.
6. Abazón: buche que tienen los murciélagos y monos donde depositan el alimento antes de masticarlo.
7. Abejaruco: ave trepadora de 15cm de largo plumaje colorido, abunda en España, se alimenta de abejas. Persona ridícula cuyo trato enoja.
8. Abejón: zángano macho de la abeja productora.
9. Abejorro, insecto himenóptero. Moscardón.
10. Abejorreo: Zumbido de las abejas. Rumor confuso de voces o conversaciones.
11. Amor: Afecto por el cual el ánimo busca el bien verdadero o imaginable y apetece gozarlo. Pasión que atrae un sexo hacia otro. Blandura, suavidad. Persona amada, esmero con que se trabaja una obra, deleitándose en ella. Relaciones amorosas. Objeto de cariño especial para alguno. Expresiones de amor, caricias. Amor propio: sentimiento de inmoderada estimación de sí mismo que incita a una viva susceptibilidad.
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Fuente: Mi gordito viejo GRAN DICCIONARIO ENCICLOPÈDICO VISUAL .Ed. Lerner Ltda. Colombia. 


PALABRAS PARA UN POEMA  [98]

JUGANDO CON LA A

Amor, pensando de nuevo en ti
jugando a vivir menos solitaria,
aunque un ruido ensordecedor
como un abejorro a mi oído
me habla de tristes notas de guitarra.

Parece un lejano abejorreo
entre murmullos de viejas chismosas
que se desgreñan en los salones de belleza
y se pintarrajean,
como abejarucos en la montaña.

¿Acaso importa si el sentimiento permanece?,
una huella del ayer, donde estás rendido como Abdalá
agotado ante tanto amor de quinceañeras, viejas como yo,
que buscan entre los escombros del camino
un gorrión, que después, al pasar el tiempo
se convierte en abejorro africano.

Triste vida, abastanza de todo,
pero para mí consuelo, ¡nada!,
y entre los restos que alguien lanza en el camino
siendo ave acostumbrada a su jaula,
busco un poco de la miel de la abejera
soy ahora  buque cansado,
pero abarloarme quiero en tu costado.

Muerdo tu boca y embriagada quedo,
abatí es el sabor de tu lengua
que como una adormidera tiembla
ante el suave toque de la mía…

Y de tu abazón un poco para mí, ¡ja jajá!…
Una sonrisa contenida, ante rico elíxir
y empiezo a temblar como una hoja,
que desde las alturas la brisa adversa empuja
para volar un poco, y descansar ante mis pies,
en tanto, me abrazo a tu talle fuerte
para volverme loca ante tu mirada esquiva.

Eres esa inquietud constante, un abejón a mi oído
que pernoctar pretende haciendo nido
en tan herido corazón.

Y al fin, me rindo…
Dejo pasar esa corriente oscura del ayer
y me ofrendo a tus labios,
sin importar duras palabras que mataron mi esperanza
dejándome ante los demás,
como la más cruel y despiadada de las víboras.

Raquel Rueda Bohórquez

Barranquilla, agosto 10/13 

PALABRITAS 130813 [99]

PALABRITAS 130813 [99]

Busca antídoto a tu dolor en mi corazón, y es seguro que los dos sanaremos.

¿Sin amor se puede ser feliz?... es imposible, entonces me permito amar, pero me he dado cuenta que amando demasiado, también seguimos tristes, entonces deseo que seas como el sol en mi sendero, y entibies un poco el frío de mi soledad, mientras sueño que eres mi felicidad y que  puedo ser la tuya.

 No fue necesario verte, para saber que eras mi sueño, mi estrella fugaz en el espacio.

Si pudieras leer mi corazón, descubrirías que estás ahí desde siempre.

¿Qué otra delicia puede existir?
¿Qué otra sensación más exquisita,
probar tus labios, y saber que se amoldan a los míos?

Cuando me quedo viendo a tus ojos, una sensación de electricidad recorre mi espina dorsal, y se enciende el foco del deseo…

Eres un roble, y me antojo en ser la enredadera que te abraza, y se queda contigo viendo el sol en el estero.
Rico tocar tus manos, delicioso probar las flores de tu pecho, hambrienta vivo de un amor extraño, que cuando lo sueño, se aleja entre las sombras…

Y entre todas mis locas fantasías, saborear del puro amor busco,
¿existe?... o es simplemente una ilusión…

Mientras el tiempo me da la respuesta,
seguiré pensando en ti.
Pero me quedo con un dolor en el pecho
que se agudiza en tu recuerdo,
filo de esa cruel lanza del olvido,
como tu despedida sin regreso.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, agosto 9/13 

¿SER FELIZ SIN AMOR? [100]

¿SER FELIZ SIN AMOR? [100]

Una pregunta que me inquieta, ¿alguien puede ser feliz sin amor?, no puedo creerlo, pues el amor es el motor de todo, el universo no sería lo que es, sin amor, un árbol no daría frutos, ni cambiaria sus hojas si no existiera un terreno fértil, si las aves no anidaran en sus ramas, y se convirtiera en cántico una madrugada, o un atardecer.

Dios estoy segura, es todo lo que existe, con esa imagen invisible amada por todos los que en Él creemos, nos ha dejado la inquietud del amor, de su búsqueda, y esa es la razón de nuestra existencia, sin Él, somos seres tristes y apagados, sin motivación en la vida, sin deseos de cada día sembrar una letra o escribir un poema.

Quien dice que es feliz sin amor, ha de ser el ser más maravilloso de todos, pues alguna frase que leí, dice que es “más feliz quien da, que quien recibe”, y ha de ser ésta la respuesta acertada, una persona generosa que no piensa en sí mismo, sino en el bienestar de los demás, y que busca una respuesta en la palabra de Dios, es la misma voz de un ruiseñor, sobre una rama florida.

Otra frase interesante, “más de lo que creemos es ser felices con lo que tenemos”, sin llegar a ser conformistas, en cuanto a crecimiento espiritual, que imagino ha de ser el valor principal de todos, de Séneca: “La verdadera felicidad no consiste en tenerlo todo, sino en no desear nada”.

Muchos conciben el amor como sexo, como deseo, pero creo que todo es una cadena, y el amor es la explicación de una cascada que brota bajo una roca, y se agolpa entre los musgos verdes, para caer como una inmensa cola de novia que se mueve con alma propia, sin esperar nada de nadie, sólo resucita, entrega y se mezcla con el mar, en una orgía de amores risueños y total servicio hacia otros, sin desear ni pretender nada, pero llenándose de cielo inmenso cada día, regalando la profunda voz de su interior, que adivino como la voz de mi Jefe, tan inconfundible en todo lo que vemos y advertimos, que puede estar más cerca de ti y de mí, de lo que creemos.

Me gustaría estar en sintonía con tu corazón, y que al buscar esa melodía, escucharas la mía.

¿Puede existir algo más bello que éste sentimiento?

De todos los amores, de todos los regalos, el amor de madre, de padre, de hermanos, pero ante todo, ese amor de compañía, de complicidad, al ver hacia la misma montaña y saber que mirarás en la noche mi luna, y  observo la tuya, que sin importar que sea la misma, nos llena de esa corriente tibia, que hace circular nuestra sangre y enciende de nuevo esa llama apagada en los ojos.

Mira hacia la luna ésta noche, a las 10, a las 11 y te encontraré… sabrás que estoy pensando en ti, como la primera alternativa de mi pequeño alfabeto, y la primera letra que se sintoniza, alabando a Dios, por éstos segundos de vida que nos regala cada día.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, agosto 12/13  




VOCES 2 [101]


VOCES 2 [101]


Escucha la voz de Dios
en cada gota de rocío
que cae sobre las hojas.

Descúbrela en el correr de esa línea transparente,
tan llena de bondad, cuando riega los resecos pastizales.

En el aleteo de las palomas,
felices al sentir sus besos.

Siéntela en el palpitar de tu corazón y el mío
al unir nuestros labios.

¿ Es acaso invención
que todo lo bueno pasa por su culpa?

Le achacamos todos los males,
pero su palabra es amor,
nos transforma en seres tristes la enfermedad y el dolor,
más no podemos dar explicación a todo…

Él trazó una línea invisible
para que te encontraras conmigo
y después, por alguna razón la desvió.

Me llené de tristeza y rabia al no ser la escogida
pero de nuevo plantó un lirio en mi camino
y sobre él extendí mis manos.

Renegué de mi mala suerte y enfermé,
y al momento, cuando más infeliz me creía,
un rayo de luz violeta en mi ventana,

unos ojos que se encuentran con los míos,
el dolor que une y acompaña,
y un compás de reloj sobre tu pecho y el mío.

Ya no estaba sola ni lo estabas…
Había una línea de luz a través de una pantalla
y el consuelo llegó de su mano,
no de la mía, ni de la tuya,
para que sobre su voluntad
el camino fuera llano.

Escuché con más afán los sonidos del bosque,
descubrí cuando brillan más las luciérnagas,
adiviné en donde anidan las garzas,
abrí mis alas, para volar como las águilas
y arroparme bajo una nueva rama contigo.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, agosto 12/13 

AMÁNDOTE [102]

AMÁNDOTE [102]

Un nuevo día me encuentra pensando en ti,
fue como hallar un panal en el desierto;
descubrir un lago en un reseco paisaje,
y saber, que eras el ruiseñor
que estaba trinando para mí.

¡No sabré como decir!,
no podía imaginar que el amor era de ésta manera,
tan lleno de palabras y fantasías,
tan fugaz como el viento,
pero tan valioso como un suspiro.

Pienso en ti cada momento...
Deletreo tu nombre y lo pego de mi corazón
y el alfabeto se torna en tus ojos,
en tus manos que buscan las mías
y me antojo de tu boca,
y una copa de vino...

Recuerdo del ayer torpezas,
me sentía como una hoja pisoteada,
pero al verte, todo se llenó de color;
mi pradera interior parecía reverdecer
como los ojos de mi madre al ver un ocaso...

Entonces comprendí que te amaba,
y éste amor se quedó entre mis manos,
se talló en el árbol del camino
y en ésta sonrisa nueva que me hace adivinarte
a través de una pantalla que te aleja y acerca,
cuando mis manos se mueven hacia el alfabeto regalado
al pensar en un amor imposible,
llenando mi pequeña historia de alegrías.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, agosto 12/13  




DORADOS 2 [103]

DORADOS [103]

Todo es dorado para mí,
no permito que la oscuridad nuble mis ojos...

Has llegado para quedarte,
mi jardín es bello,
las ocres hojas cumplieron su ciclo,
se dona la oportunidad a las flores
que caen como lluvia de oro
para encender la llama apagada,
y hacer brillar cada gota de rocío
entre sus aromados pétalos.

Raquel Rueda Bohórquez

Barranquilla, agosto/13 

SOÑAR [104]

SOÑAR [104]

Nada es más gratis que soñar
y me atengo a la brisa de hoy,
para imaginarme contigo
bajo una fronda perfumada…

Vamos a sentarnos por ahí,
en cualquier roca olvidada en el camino,
para detallar cada mariposa,
cantos de avecillas de colores
sonando la brisa entre las hojas.

Olvidar el mundanal ruido,
dormir sobre tu hombro
viendo a las montañas,
con su cabellera blanca como la nuestra,
rompiendo todo lazo que nos haga sufrir.

Toma mis manos,
me quedo con las tuyas,
dame un beso mientras cierro los ojos,
y me olvido del ayer,
sin pronunciar palabra,
pues el tiempo parece una enredadera de colores
que anhela  subir, y al segundo desciende…

Vamos a nutrirnos de palabras
que nadie nos ha dicho,
¡eres bello!, es suave tu rostro,
son dulces tus manos,
son brillantes y negros tus ojos…

¿Hace cuánto no te dicen
que la vida vale la pena a tu lado?
¿Puedes acaso olvidar el dolor
y borrar las heridas?

Me quedo viendo a ese ayer,
y el brillo en los ojos se opaca,
me doy cuenta que la flor no se regó en verano
y en primavera no fue tocada…

Dame tu brazo, para caminar un rato por ahí,
nunca he salido a un parque de la mano de nadie,
¿O sí…?, recuerdo las manos de mi madre
y las de mis hijos…

Pero necesito otra mano, como la tuya,
que se aferre a la mía, y vuelva tibia la piel
que se torna helada,
cual nieve que cubre el rostro de la montaña.

No me había dado cuenta que vivía en una jaula,
me había acostumbrado a ella,
ahora no se volar,
no se caminar sola y me asusta todo alrededor…

¿No te sucede lo mismo?
¿A veces no quisieras correr sin rumbo,
y cuando llegas a ese espacio,
no sabes qué sucede contigo?

Buscas lo que yo, compañía,
anhelas lo que yo,  amor.

Entonces,
parezco monarca,
salgo de mi cárcel a ver tus ojos,
y me basta un día,
tan solo un día,
para ser feliz.

¡Mírame!…
Quédate en el brillo que ocultan mis pestañas…
Enrédate en el talle de mi cuerpo
y asidos como dos cometas que atrapa el viento,
permitamos que ese incierto viaje nos encuentre,
buscando la misma flor,
en el mismo solitario huerto.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, agosto 12/13