martes, 5 de abril de 2016

EL MOTIVO (66)


EL MOTIVO (66)

No le pidas a un gorrión
Que vuele como águila,
Ni a un águila
Que cante como gorrión.

Cada ser es único;
Su esencia no es tanto su vuelo
Sino la intensidad de su canto.

Ese es el ánimo que los mueve
En medio del universo tan grande y frágil,
Guardado en medio de trigales secos,
Que para nido fueron donados.

Es el amor
El que los hace volar,
Y es el amor
El motivo de su cantar.

Pero es de la música
De donde llega la aceptación.

Sus alas servirán de comodín
Para multiplicar el amor
En un blando nido.

Raquel Rueda Bohórquez
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Y BESARNOS DE NUEVO (67)

Y BESARNOS DE NUEVO (67)

Volver a caer
Luego levantarme;
Intentar un beso,
Después un abrazo.

Regresar a ti
Sin tiempos viejos,
Ver a tus ojos
Y descubrir ahí los míos.

Empinarme otra vez
Hasta tocar tu boca
Y entre los dos
Danzar en lenguas.

Tomar nuestros vinos,
Bendecir la vida en ellos.

Arroparnos de brazos y piernas
Luego extendernos
Con los ojos blancos,
Las mentes abiertas.

Recibir el día:
¿Qué nos pasó?
No habrá recuerdos
Ni tristes despedidas,
Se quedó en nosotros
El cielo que habíamos soñado.
Se quedaron en el pecho
Las rosas más buscadas
Y en medio de nuestros brazos
Los sueños más anhelados.

Y empezar de nuevo:
¡Parece que va a llover!...
Y quedarnos ahí expiados
Tomados de la mano,
Sin pecados concebidos,

Sin demonios disfrazados;
Sin mujeres desteñidas,
Sin odios, en la soledad más sola
De todas nuestras soledades…
 
Raquel Rueda Bohórquez
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UNA ESQUINA (68)

UNA ESQUINA (68)

Ha quedado el sorbo amargo de mi ausencia,
Porque cuando estuve presente,
Fui la espina que a tus zapatos tallaba.

Por eso ahora
Has de sacudirte de mí,
En tanto continuaré
De rosa por aquí.

Nada será suficiente;
La cobardía es la anaconda
Que se enreda en el cuello
Y no permite gritar,
Ni siquiera mover nuestras alas al viento
Para intentar ese,
"yo también te quiero".

Ha quedado en mí el tallo,
En el último cuadro de la casa.
Fresca lluvia moja siempre al verte,
Más para ti no soy nada,
Ni siquiera merezco una mirada;
No soy hoja seca ni verde.

¡Qué preciosas brotan las moringas!
Casi me pierdo de ellas,
Menos mal había marcado con tu nombre mis tristezas.

Ellas aliviarán luego otros dolores
Que vuelven los rostros pálidos
Y blancas las cejas.

Ha quedado de mí un poema
Para las gentes que vendrán,
Si acaso desean saber que por ahí
En un rincón,
En un cuadrito de mi casa vieja,

Viví
Existí
Me fui...

Raquel Rueda Bohórquez
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NO FUE (69)

NO FUE (69)

Si no florecen lirios en mi primavera,
Entonces que florezcan esas flores
Que en su pecho llevan blancos sueños,
Junto a frescas enredaderas.

Si no florecen gardenias, claveles, ni azucenas,
Entonces que las hojas secas adornen mi estancia.
¡Son hermosas!, hay de muchos colores
Y en su momento, fueron quienes a ellas abrazaron,
Para que el sol las besara o su ardor aliviara.

Si no florece tu amor para mí, ¿qué hago aquí?
 Me cansé de esperar respuesta,
Entonces me iré despacio.

Seré la hoja que besen las primeras brisas,
Pero también comprenderás
Que estuviste pendiente de mis ojos
Y de cada una de mis sonrisas.
.
Espero florezcan mis rosas,
Que estén siempre frescas en mi mesa
Y que cada amanecer al verlas,
En su aroma te recuerde.

Raquel Rueda Bohórquez
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EL ÁRBOL VECINO/A Don Miguel (70)

EL ÁRBOL VECINO/A Don Miguel (70)


En medio de un celestial sonido,
Siempre hallaremos un cántico a la perversidad.


El árbol vecino ha enfermado, lentamente lo veo caer. Está entre el comején que se roba su fuerte tronco y el azúcar que se queda entre la savia de sus venas.

Es un árbol a quien tratan mal, nadie lo ve, parece un anciano en su mecedora esperando la gracia de un café, para en ese instante poder tocar y acariciar, al descuido una mano.

Ayer fue un gran árbol, él mismo me ha contado su historia; frutos, demasiados para tan poca gente. Fue desagradecido el camino con sus manos llagadas, / ¡y pensar que en esa época lo amaban!

Ahora el árbol vecino no puede mudar sus ramas, se han secado hasta sus hojas con él, y las pocas que han quedado, ni siquiera adivinan que un sostener ayer del arado con su buey, se transformó en sus lágrimas de ahora.

Mundo ingrato y cruel, tratamos mal a los árboles viejos, olvidando los favores de sus frutos y ese cobijo que tantas veces nos halló despiertos, recitando vulgaridades hasta el amanecer, en tanto él continuaba ahí, firme con sus fuertes raíces, sosteniendo tanto gajo ambicioso con una medio sonrisa que no se atrevía a volver carcajada.

El árbol se llama Miguel, por esas cosas de la vida le llamo Don, porque respeto la escasez de su montaña y valoro ese blanco bruma que cubre su mirada.

Ahora han enmohecido sus raíces, pero sigue en pie, es un valiente, comulga en silencio sus penas y sonríe cada tanto para mí, porque es un caballero de esos que van y vienen con sus cargas a cuestas, pero nadie adivina de la callosidad de sus manos, ni de las heridas de su pecho.

Mañana les contaré qué ha sido del árbol vecino, y en esto me duele tanto la vida, pero ni por el chiras deseo la muerte, pueda ser que lo conviertan en cenizas y su recuerdo de ojos azules de lo tan tristes, sean luego mirar al cielo y saber que ahí estará, conjugando pesitos para lidiar sus males en un estado mayor, porque ahí nada dolerá, ni siquiera el desdén de un café que lo dejó con las manos abiertas, esperando el acierto de un abrazo siquiera.

Raquel Rueda Bohórquez
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EL SOL (71)

EL SOL (71)

El sol se dispone ahora,
Tiene rostro ardiente
Y piel aceitunada.

Más para mí es todo;
Todo el calor que trae
En ésta hermosa mañana.

El sol me ha punzado fuerte,
Es una herida sin sangre
Y su energía me funde,
Luego, su fervor me enciende.

El sol de esta mañana
Es un varón de carne
Que viene montado
En nubes azules y blancas.

Ha besado mi jardín,
Se ha posado en mi ventana,
Y creo, que ahí estará para mí
Toda la mañana.

Raquel Rueda Bohórquez
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ESE AMOR VIEJO (72)

ESE AMOR VIEJO (72)

Para faltarte al respeto a mi manera, agarrarte a besos y morderte todo, delante de tus palomas mensajeras; luego adivinar en los ojos su coquetería disfrazada y decirles sin enojo, viéndolas de frente: ¡es miooo!, luego correr abrazados, al segundo hacer el amor hasta agotarnos cerca muy cerca de ese bosque, con el sonar hermoso de la brisa y el paso altanero del río.

Escucharnos caminar, escucharlos volar, leer en los helechos la huella de un pájaro carpintero y adivinar un ramo de claveles abiertos cantando versos de amor, a esas pequeñas madres que llegan felices con el pico lleno.

¿Quién te desvió de mi camino? ¡No fui yo!, ganó tu ambición, más no eres feliz, ni yo. Siempre estaremos buscando una mañana para vernos, aunque sea de lejos, y sentirnos ahí en esa corriente que nos toca de frente, en ese raro sentimiento que se queda apresado en la garganta y brota lluvia, luego cae presurosa por la montaña abierta en éste mundo raro.

Te veo ahí, ¡todo es grande para ti!, tienes el caudal a tus pies, sabes cuando nace el sol en medio de las montañas y en qué momento los frutos dulces de los arrayanes estarán listos.

Te veo morder ciruelos rojos, masticar moritas de castilla en el camino, pero ese tambalearse raro que nos topó desnudos, ese escuchar sin oír, nos volvió ruidos lejanos, pensamientos tristes floreciendo en otros gajos, en tanto el amor muere poco a poco, y aun así nos queremos sorber el mundo. Más con todo lo que tengamos, si no hay amor, siempre estarán los párpados mojados y la boca pidiendo lenguas que se arrimen y que nos descansen con sus mentiras, porque nada pasará por la carne, ni una ligera corriente, nunca igual a ese amor que nos mantuvo con ese brillo y esa sonrisa que jamás volverán...

Raquel Rueda Bohórquez
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SEMILLAS Y SUEÑOS (73)


SEMILLAS Y SUEÑOS (73)

Todo tiene un principio y un fin; pero al plantar semillas, al esparcir como si nada fuera a pasar, me ha conmovido ver cómo nacen, y siendo tan mínimas, su perfume muestra desde ya, lo que será.

Eran semillas que encontré por ahí cuando tomaba sus hojas y deseaba oler a ellas, parecían granitos de arena, mucho más pequeños. Ahora se crecen cual sueños de poeta, luego será bendecido un huerto con sus presencias y mi hogar con sus aromas...

Debemos tener sueños húmedos que se crezcan en medio de un bosque, esos son los que han de llenar nuestros pensamientos, para respirar el aroma que promoverá un mundo mejor para todos. Ese aroma a vida, a colores intensos mojados por la lluvia y besados por el aura de la nieve.

Que no sea perdida nuestra estadía por aquí, aun sabiendo que moriremos como las hojas, siempre lo olvidamos, siempre vivimos con tal arrogancia, que olvidamos que somos pequeños sueños pegados de un gajo, esperando que la brisa los bese.

Después de todo, sin pensar en ti, ya en mí estabas. Al lanzar al viento cada semilla, soñé contigo en una pequeña casa con tejas rojas, y en medio de ese mundo, un bosque verde lleno de flores y acacias.

Escuché trinar a los toches; venían a casa los colibríes; el mirlo negro ensayaba su canción y la paloma torcaz enredaba su pico en su amor, y éste amor invitaba a besarte una y otra vez, porque sentía celos de sus plumas y su libertad.

Anoche estuve contigo, no sé para qué servirán los sueños si ni siquiera en ti pensaba, pero llegaste con tu amor fresco a volver tibia la mañana.

Anudé mis brazos a tu cuello, sorbimos el café servido por otras manos, luego caminamos el bosque y sobre un lecho de hojas secas nos amamos.


Raquel Rueda Bohórquez

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A MIGUEL HERNÁNDEZ (74)

A MIGUEL HERNÁNDEZ (74)

Tristes letras pero hermosas, nacen en esa profundidad donde se crecen los sueños para iniciar a florecer en melancolías.

Fueron oxidados barrotes que atraparon su carne, más su libertad siempre fue su poesía, esa nadie la pudo robar.

Suyos fueron los ojos de una madre ausente que lo veía palidecer desde ese rincón del orín, bordando calcetines para el tiempo y soltando cometas para Dios.

El bardo no hizo caso, dejó que brotaran cardos rojos por dentro, y que sus espinas lo tocaran por fuera, porque así es la vida del noble, fue tratado a golpes, y tal carga llagó su lomo, en medio de pasos que sonaban en ese asfaltado mundo de rencores.

No hubo golpe más fuerte que el silencio a sus letras, ni hubo pasión más grande que ese amor que se fundó sobre una roca, ni huella más imborrable que sus labios rojos besando su chaqueta vieja.

Su prisión signó su poesía, era un río triste que vagaba hilos pálidos en medio de las rocas más injustas que se impusieron.

Luego vino el volcán que se ajustó a su carne, bebió cántaros de hiel y no hubo un algodón húmedo de amor en su boca, y así se fue, como todo pájaro que a pesar de la prisión canta, y su canto es un himno a la libertad.

Así se fue el poeta de las cebollas blancas y la cara triste.


Raquel Rueda Bohórquez
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