lunes, 14 de diciembre de 2015

EN LA HERIDA DE OTROS (26)



EN LA HERIDA DE OTROS (26)
                         
¡Es tan difícil estar en el costado herido de otros!, pero Señor, que jamás nuestra propia angustia, muestre el infortunio ajeno, colocando nuestras debilidades por encima de su dolor, esas miserias humanas de cuando nos sentimos sometidos y sin aliento, sin voluntad, sin fuerzas, que no buscamos, sino que la vida nos hace jugar un círculo raro, nos hace mirar ojos apagados, manos cansadas, cuerpos vencidos, y rogamos porque jamás nos encontremos en su lugar, que nadie divulgue hasta dónde podemos llegar si estamos heridos y sin ánimo, que no sea tu carga además, sí que aprenda a llevar mi cruz con humildad, esto  sería grande, porque entonces me vería en la poca luz que aún queda en una triste mirada, y entonces se me da la misión de encenderla un tanto.

Veremos Nazarenos en cada esquina y rincón, ancianos abandonados por sus hijos por diferentes motivos, pero que no sea porque se considere un estorbo, que no sea porque has perdido el ánimo, tenemos que recordar que fuimos niños y que una madre nos sostuvo, nos bañó y perfumó, que un padre fue parte de nuestra vida.

Esas miserias que nos asquean, esas  cosas que salen de nuestro interior sin querer, es ahí cuando tenemos que pedir a Dios mucha fortaleza, ante todo las personas que equivocaron su vocación, o por alguna razón, han tenido que trabajar ayudando en asilos y en hospitales, en la atención a los ancianos  que no pueden valerse por sí mismos.

Alguna razón hay para que tengamos que ver, un motivo para mirar a sus ojos y notar su angustia de niño grande y pesado, queriendo gritar: ¡no, no, no!, ¡así no por favor!, ¡no sé qué me sucede!, me vuelvo un niño rebelde y quiero formar un mundo dorado, pero por favor, ¡no me trates así!, recuerda que mañana puedes tener larga vida, y no poder ni siquiera correr ni gatear, entonces alguien vendrá, no todos tendrán tu mirada, ni tus ganas de ayudar, otro ser humano también está cansado, luego si tiene corazón, sentirá que ese grito se lo hizo así mismo, que ese empujón se lo acaba de recibir como una espada,  se ha hecho daño, más el enfermo tiene a Dios siempre, ya no puede gemir porque está asustado, confía, siempre confía que en vez de un empujón, estés bien de salud y fuerte, para que lo puedas ayudar y sostener.

Mi madre decía siempre,  que pedía a Dios se la llevara, antes que ser una carga para otros, tuvo la fortuna de que Él escuchó cada uno de sus ruegos, no le gustaba mucho ir al médico, curaba sus dolencias con pastillas, y cuando sintió que las fuerzas le abandonaban, fuimos su almohada, algo siempre le dolía y sentía nuestro calor, así abrazadas estuvimos muchas veces, luego nos convertimos en una almohada grande y nos turnábamos para sostenerla, así, con esa sonrisa cansada se fue, en una penumbra donde el amor rondó su vida y jugó con ella cadenas blancas y rosarios de cristal.

Me gustaría que ningún anciano esté en las calles, que cada familia pueda tener a sus viejos ahí, cuidarlos, y corresponder a ese amor que recibieron, pero jamás dejarlos en asilos, como muebles viejos,  sin visitas, sin ese amor de hijos que contenta sus pesares.

Vi un rostro, estaba gritando, vi toda la miseria humana, vi a Jesús en su mirada y luego me vi, ¡Dios, perdóname!, ¡cuánto quisiera ser como esas personas que toman en sus brazos a tantos ancianos enfermos, y con gran amor se hacen cargo, dedican tiempo y espacio a protegerlos y ayudarlos, sin importar su propio tiempo, ni siquiera a pesar que también se están venciendo por tanto peso. Somos humanos, sentimos desesperación, es ahí, en ese instante en donde pedimos valor y paciencia, para continuar con la obra divina.

Pero si tengo un don, que aún desconozco, ahora mismo le pido a mi Rey que pueda ponerle brillo en beneficio de los demás, si no puedo limpiar las miserias a un anciano, tal vez pueda regalarle una sonrisa, un abrazo, “algo”…que mitigue un tanto su dolor.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, diciembre 14/15