EL TÍO (10)
Cada tanto voy por ahí, en la puerta blanca en donde la luz
del sol se cuela cada mañana, veo un rostro encendido con ojos pequeños, tan
azules, que pareciera que el cielo los habitara.
El viejo, ¡pobre viejo!, sus piernas son tambores rojos, en
donde se empeña la tirria de una enfermedad vieja e incurable, y no puedo menos
que pasar con un nudo, una pesada roca en la garganta que me impide gritar su
nombre.
A este viejo que tantas veces abrazamos, sus visitas
constantes; los afectos con mis padres, y esas palabras entrecortadas: "en
mi vida solo tuve dos amigos": tus padres, ellos realmente lo fueron,
ahora casi nadie me visita, no sé qué ha sido de toda mi labor, y se levanta,
lleva el peso de los años y el estómago grande, más grande que su henchido
corazón, y mira una y otra vez hacia un horizonte que lo aguarda, con plumas
blancas y nubes mensajeras.
El olvido se ha pegado de su camisa, antes perfumada, la
indiferencia ronda y camina a versos cortos, como si la vida le hubiese robado
el derecho a ser feliz con un poema completo.
Se aferra de mi mano y dice: ¡Ah ya sé quién es!, ¡la de los
perros!, -grita, y en medio de sus gritos una mueca de dolor se ajusta a su
pesada carga. ¡Dios mío!, ¡Dios mío!, esta enfermedad es terrible, no le deseo
a nadie este dolor, ¿qué será de mí después de ahora?, y la respuesta lo dejó
en el más blanco silencio: Todo estará bien después, el dolor habrá pasado y
las mariposas estarán en la quebrada esperando tu regreso.
¡Sí!, lo creo, pronto ya no estaré por aquí, pero pienso:
¿será que hay algún lugar para mí en donde no duela tanto la vida?, ¿será que
existe un lugar en donde la felicidad sea completa?, en este punto no sabía qué
decir y solo atiné: Tranquilo tío, pronto el cielo se abrirá y entrarás por la
puerta grande, allá estará el amor de pie con los brazos abiertos esperando tu
regreso. El silencio fue el grito más escuchado, y su respuesta se quedó en el
taburete que conoce su llanto.
¡No se olviden de mí!, su voz se entrecortaba y las perlas
de sus pequeños ojos, ayer grandes joyas abiertas, nos veían con un temblor en
sus labios. Espero regresen, mis días son de soledad, viendo hacia la puerta,
esperando que todo pase, porque no aguanto el peso de mis piernas, necesito
hablar con alguien, contar mis penas y rogar a Dios por el beso de la muerte el
día que toque, ¡y pienso que será muy pronto!, antes que la aurora se empeñe
sobre los árboles mustios y la indiferencia se estrelle con los días que no
fueron, y las distancias que no acercaron.
El silencio pasó y se quedó en su compañía, ¿qué otra grata
presencia puede acompañar en días largos y fríos?
Raquel Rueda Bohórquez
23 05 17