Quebrada- Santander del Sur- Colombia.
LA
ZAPATOCA [115]
De algún cerro venía la quebrada,
del más alto de todos
donde anidaban las águilas.
Desde ahí brotaba dulce miel
tan clara y limpia,
del más rico manantial.
Alguna
vez en sus aguas
vi crecer dos pequeñas toronjas,
y tupir de brotes negros
la flor del ayer.
Mágico iris que alma tenía
se adornaba de cerros a su paso,
vestido de guirnaldas y poesía.
El cielo era una copia idéntica
allí también podías verte
en el claro espejo de la vida.
¡Cómo recuerdo la quebrada en invierno!
Se crecía cual palmera, se elevaba
arrogante y fuerte con sus blancas espumas
y parecía reventar las enormes rocas,
donde tantas, ¡tantas veces!,
se
endulzaron cariños
se entregaron besos
y
motivos bajo el sol.
La quebrada Zapatoca
parece un gavilán tras su presa desde las grandes rocas;
desde allá me lanzaba en aquéllos tiempos, sin herirme
y el viento abrigador de las mañanas, nos volvía torpes,
en
sus aguas mansas y apacibles.
Un ayer regresa, ya no queda nada.
Una pequeña lágrima asoma de un cerro desnudo,
desaparecen las águilas,
ahora se miran con sospecha.
Tendrán que volar hacia una montaña de cemento,
verán pasar sus aguas ataviadas de blancos trajes,
o de negros tan intensos,
que
tendrán que abrir sus alas
para
surcar el mar
en
búsqueda de un horizonte
que
no les sea ajeno.
Dulce quebrada,
ahí
los amores bordaron ilusiones,
el toche cantor descubrió tiernas madrugadas;
anidaron los sinsontes en las ramas,
y fue el dulzor de sus aguas
inspiración
de poetas
que
declamaron dulces versos
en otros tiempos que prometían paz.
¡Queda una lágrima!, /me contaron,
un dolor besa la falda,
un rastro de montaña,
la huella que dejaron las ociosas manos
que escarban el vientre de mi madre y represan todo.
Hasta las sombras de la vida se las toman,
para dejar muertos de sed a los viajeros nuevos
y a los niños de otros tiempos que bajan tristes,
y con una lámpara encendida
recuerdan de su ayer
el motivo que arrulló tantos días,
al suave paso de la cristalina fuente,
acunando besos en las rocas
y sembrando esperanzas de color verde.
Me contaron que ya no huele a pino,
sus perfumes se reemplazan por hediondez,
es la muerte adornada de plumas blancas,
la vida ahora son quimeras
que
se quedaron en el ayer.
¡Lástima de todo!
Sus
lamentos ya no están,
ni las rocas desnudas reciben la caricia del sol,
murieron cubiertas de negra tierra.
La ambición nos deja una tumba.
Mudos luego,
al no escuchar nunca másla sinfonía de la brisa
con
sus transparentes sedas brillando nuestros ojos,
que
nos hacía bendecir y agradecer
por
la suerte de nadar en sus aguas
y
la fortuna de verlas correr.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, abril 9/13