martes, 9 de abril de 2013

DONDE NACE EL SOL [114]

DONDE NACE EL SOL [114]

Mi potrillo amado:
Destrozas mi corazón con tu ausencia,
desde mi cerca te busco y te alejas
y retorna de nuevo melancolía.

Acércate a mi ventana,
aquí todo es claro, parece lluvia,
son de castañuelas y lejanos sonidos
donde acosa el amor con tacones rojos
y sedas escarlata.

Te convido hasta mi lago,
retrataremos el cielo y estaremos todos
quienes sabemos del amor sus madrigales,
de frescos besos sus ardores,
de brisa canora entre las rosas,
sus aromas.

No huyas tras las primaveras frescas,
detalla la belleza que traen los otoños.

¡Mira cómo caen las hojas doradas sin ser amadas!
En mi corazón, una lluvia de luceros espera
con el calor de las dunas, 
y mi ardor apasionado.

¡Ven mi potrillo amado!
Recorreremos inmensidades,
me tomarás cuando apetezcas y el verdor señale
que más allá de todo,
estará nuestro inmenso amor,
un cariño que desborda desde la montaña,
igual a la cascada que nace del sol.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, abril 9/13


LA ZAPATOCA [115]

Quebrada- Santander del Sur- Colombia.


LA ZAPATOCA [115]

De algún cerro venía la quebrada,
del más alto de todos

donde anidaban las águilas.

Desde ahí brotaba dulce miel
tan clara y limpia, 

del más rico manantial.

Alguna vez en sus aguas
vi crecer dos pequeñas toronjas,
y tupir de brotes negros
la flor del ayer.

Mágico iris que alma tenía
se adornaba de cerros a su paso,
vestido de guirnaldas y poesía.

El cielo era una copia idéntica
allí también podías verte
en el claro espejo de la vida.

¡Cómo recuerdo la quebrada en invierno!
Se crecía cual palmera, 
se elevaba
arrogante y fuerte con sus blancas espumas
y parecía reventar las enormes rocas,
donde tantas, ¡tantas veces!,
se endulzaron cariños
se entregaron besos
y motivos bajo el sol.

La quebrada Zapatoca
parece un gavilán tras su presa desde las grandes rocas;
desde allá me lanzaba en aquéllos tiempos, sin herirme
y el viento abrigador de las mañanas, nos volvía torpes,
en sus aguas mansas y apacibles.

Un ayer regresa, 
ya no queda nada.
Una pequeña lágrima asoma de un cerro desnudo,
desaparecen las águilas, 

ahora se miran con sospecha.

Tendrán que volar hacia una montaña de cemento,
verán pasar sus aguas ataviadas de blancos trajes,
o de negros tan intensos,
que tendrán que abrir sus alas
para surcar el mar
en búsqueda de un horizonte
que no les sea ajeno.

Dulce quebrada,
ahí los amores bordaron ilusiones,
el toche cantor descubrió tiernas madrugadas;
anidaron los sinsontes en las ramas,
y fue el dulzor de sus aguas
inspiración de poetas
que declamaron dulces versos
en otros tiempos que prometían paz.

¡Queda una lágrima!, /me contaron,
un dolor besa la falda, 

un rastro de montaña,
la huella que dejaron las ociosas manos
que escarban el vientre de mi madre y represan todo.


Hasta las sombras de la vida se las toman,
para dejar muertos de sed 
a los viajeros nuevos
y a los niños de otros tiempos que bajan  tristes,
y con una lámpara encendida 
recuerdan de su ayer
el motivo que arrulló tantos días,
al suave paso de la cristalina fuente,
acunando besos en las rocas
y sembrando esperanzas de color verde.

Me contaron que ya no huele a pino,
sus perfumes se reemplazan por hediondez,
es la muerte adornada de plumas blancas,
la vida ahora son quimeras
que se quedaron en el ayer.

¡Lástima de todo!  
Sus lamentos ya no están,
ni las rocas desnudas reciben la caricia del sol,
murieron cubiertas de negra tierra.

La ambición nos deja una tumba.
Mudos luego, 

al no escuchar nunca másla sinfonía de la brisa
con sus transparentes sedas brillando nuestros ojos,
que nos hacía bendecir y agradecer
por la suerte de nadar en sus aguas
y la fortuna de verlas correr.


Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, abril 9/13

RECUERDOS [116]

RECUERDOS [116]

Sucede hoy en el espacio del gran amigo,
el árbol que se amañó cierta vez conmigo
y  sabía de palabras y secretos;
ahí también divisé algún necio escondido.

Han regresado  los recuerdos,
una enredadera parecía tener alas
frutos jugosos de los que me deleitaba,
y la razón de ver tus ojos siempre
tan negros, que de noche se quedaban.

El arenal donde alguna vez una rosada víbora
y el canto de un pequeño pajarito –eso creía-
pero en realidad una rana devoraba

en tanto tus labios besaba.

¡Qué duro fue!, la muerte es una elegía
el dolor te atrapa y te roba todo
quedando la esperanza
de un mañana para otros.

Vienen la evocación,
así las aves de otros lugares,
garzas blancas y gaviotas navegantes;
cirios encendidos en los ojos
que se quedaron viendo un tiempo congelado,
y la tristeza de no verlos a mi lado.

Sucede que estoy recordando:
¿por qué la hermosa cayena estuvo ahí?,
las gallinas blancas de patitas esponjosas
corretean por mi mente 
con la misma felicidad
detrás de un grillo saltarín…

Detalles se quedan por siempre,
un árbol donde un amigo se mecía desnudo;
el recuerdo de sus trapos viejos
arrullando el tronco de guayabo
y el negro, ¡pobre negro!,
nada más veían su sexo,
nadie preguntó si alcanzó a ver el ocaso
y yo ahí, congelada,
en un instante que regresa.

¡Cosa rara los recuerdos!
Vaina extraña el desear correr sin saber a dónde,
pero  las quimeras se amañan en el corazón
con heridas, una tras otra,
y el puñal encendido en llamas,
sus  ojos desviados viendo los míos.


El tren de la  mañana hace una estación
y se quedó el hedor extraño,
semejaba sinfonía de violín
grabada en la mente.

Regresaron los recuerdos,
la noche de luna y tus promesas;
pegada de tu pecho limpio y sin heridas,
recitando cierto trozo de poema a un cielo azulado,
a  estrellas que no quisieron marchar
y que cada noche están ahí con mi pedido.

A ratos vagamos en el tiempo,
ciertos detalles se quedan con nosotros;
me atuve a recordar una puerta, las carreras de nuevo
si el fisgón condenaba mis labios en los tuyos,
y volvió pecado nuestro amor.

Se quedaron cuaI mariposa en el ámbar de mis afectos
atrapada en el tiempo, sin poder salir, sin volar,
con éste vicio que tengo de querer siempre llorar
y en mi cárcel, una seda oculta se enrosca sobre sí.

Tal vez mañana recuerde 
esa última vez.
Me dijiste que el amor era una sombra pasajera;
una promesa perdida en otras enaguas y otros ojos,
en cambiantes estaciones con sus primaveras.

Vicio es volver inviernos todos los recuerdos,
me han dejado prendida de una rama.
Violeta triste y apagada anhelando perfumar,
olvidando de ayer tus negros ojos,
y tus manos que cubrían las mías en otro tiempo,
enredando todo sueño en tu corazón extraño
que me dejó vagando en los recuerdos.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, abril 9/13