CIERTO DÍA [9]
El camino a casa pintaba primaveras, y en las
desnudas rocas, aparecían pequeños gorriones entregados a la tarea de construir
un nido, me entretenía buscando en los resquicios de las rocas todo lo que
fuera dorado, era una costumbre, flores amarillas, mariposas, pequeñas
serpientes que se escurrían asustadas, caracolas que iban dejando una estela de
colores, en eso pasaba el tiempo, recordando plantas gorditas que atrapaba y
aprisionaba, para ver escurrir todo el líquido que guardaban.
Un lagarto extraño que nunca había visto,
parecía asentir con la cabeza y a lo lejos me observaba aprobando todo lo que
hacía.
Me dio por preguntarle: ¿eres un lagarto?, o
eres el diablo… y cuando movió la cabeza como diciendo sí, continúa aquí, estoy
tan cerca de ti, pero no podrás tocarme, ¡me asusté tanto!. Ve volví toro en el ruedo, corrí tan veloz, que los
espinos me arañaron, las adormideras rozaban mis piernas, cerraban sus pequeñas
hojas, pero antes, me dejaban sangrantes heridas, que por miedo a ese animal
extraño que parecía perseguirme, nunca sentí.
Trepaba por los árboles más gigantes, nunca me
privé de hacerlo, era un reto, sin pensar nunca podría caer sobre las rocas,
avanzaba, hasta que encontraba un nido de mirlo o de toche, y tomaba los
regalos prohibidos, queriendo aprisionar esos tesoros para mí.
Los negros pájaros garrapateros siempre
volaban sobre el lomo del ganado, con ese chillido tan conocido si me acercaba
a sus hogares, y ahí… de nuevo mi sueño, como perlas, unas sobre otras,
entretejidos todos, pues en grupo armaban un solo nido, y después de cada
postura, cruzaban pequeños palitos de madera para iniciar otra vez, y aprendí a
tomar los que nunca nacerían, sin que nadie me hubiese dicho nada.
Acomodaba las pequeñas perlas ante su enojo,
para finalmente dejar la última postura, y conocer a sus desnudos hijos, tan
amados y abrigados.
¿Quiénes serán los padres? Siempre me
preguntaba, pero los padres y madres eran todos, se encargaban de llevar ricos
bocados de grillos y garrapatas que tomaban del ganado, y en eso pasaba, de
rama en rama como un pájaro libre, tan feliz, tan contenta de todo lo que veía,
tratando de parecerme a ellos, pero al fin, el atardecer asomaba entre las
enormes montañas, y debía correr, ante un miedo extraño que siempre me
acompañaba.
Camino a casa, el hambre retornaba, las
blancas cebollas, los caldos de mi madre tan llenos de amor, las arepas de maíz
amarillo, sus abrazos, sus besos, y para dormir, inevitables rosarios que me
hacían cerrar los ojos, y ante el temor del diablo, despertar.
Así se sencilla la vida, así de mágico el
amor, entre besos y arrumacos ante el frío de la noche, los humos que parecían
llenar tan bella estancia, el olor del árbol de flores rosadas, tan
inconfundible, el humo del cigarro de mi padre, mis hermanos todos, tan bellos,
tan correlones, tan graciosos…
Y se fue la juventud en un abrir y cerrar de
ojos, vinieron las obligaciones, los trajes blancos, los primeros besos…
La soñadora se sienta ahora sobre una blanca
silla a recordar, a ver su hogar como un gran árbol lleno de colibríes, esmeraldas
brillantes que el pintor había dejado, y así mismo con el tiempo, había
decidido tomar sus joyas, y llevarlas lejos de mí.
Hoy te recuerdo, más que ayer, una enorme
panza, los brazos quemados de mi viejo, al fin nunca comprendí por qué su rostro
oscurecido y sus piernas blancas, y ese negro de ojos encantadores, mi amado
árbol de divinas flores marchó, y mi violeta de labios pálidos con los ojos
abiertos, sin pronunciar palabra, me sorprendió con los ojos cerrados, sin
advertir que era ya, que era el instante cuando no pensara en nada, penumbra y silencio en su último aliento, así debía
partir.
Tomé su pequeña mano, su arrugada mano tan
llena de pecas como las mías, me pregunto la razón de sus dolores, su leucemia
sin tratar, y pienso que fue mejor así, nunca saber de qué mal mueres, jamás
hacer preguntas, y enmudecer con los ojos, viendo a un horizonte tan azul, tan
distante, pero tan cercano a Dios.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, septiembre 28/13