domingo, 10 de febrero de 2013

MAR Y BRISA [60]

MAR Y BRISA [60]

En ésta roca de blanco color,
advierto la  pantalla que aguarda por mis manos;
escucho la brisa sin retorno pasar,
dejando besos que las hace cantar
entre las verdes  ramas.


¡No pasa nada!, nada sucede…
Me siento en la  soledad de un nuevo día;
mis palabras parecen hojas al viento
y me oculto hasta de mi sombra,
dejando la pared de aposento.

Un encendido velero  viene de lejos,
las gaviotas parecen llorar en vez de cantar,
pues el ponto vomita  peces,
que traen dolor dentro de su vientre
y bogan con furia sobre la mar.

Retornan a mi corazón las tristes violetas,
sus divinos rostros desechos están,
quedarán sonrisas que no podré ver
con esas muecas que nos disfraza la vida
y esos cantares que nos regala la muerte al pasar.

¡Canta brisa!... pero como si lloraras.
Del mundo silencioso su olor has de traer;
regálame un trozo de voz
que se pierde en la demencia,
tibieza de manos arrugadas sobre mi rostro
donde solía mi llanto con el suyo enjugar.

Grita noche oscura, tus amores sobre mi vientre,
los luceros han volado y me han dejado muda;
no pude, no alcancé a escribir mi pedido al viento
y con un destello de colores, se perdió de mi vista
para quedar solitaria en mi aposento.

¡Aparece cortesana de la noche!...
Desnúdate conmigo en éste silencio.
De roca oscura estoy engalanada,
un dragón de fuego anuncia la muerte,
y  quiero danzar con un pasodoble, un tango,
cantar que estoy feliz,
aunque esté cerca con su cara sonriente.

Trae al sol despierto y ardiente;
dile que las rosas de invierno tienen frío,
y  un madrigal brota del pecho
con sabor a leche de madre.
Un pájaro sin alas, yerto y aterido,
ha perdido el calor de un nido
y tiembla al recordarte.

De nuevo, si perdido el velero;
y el mar, índigo soberbio me llama,
gran ola me vestirá de preciosos tules
adornados de diamantes y perlas pálidas.

Raquel Rueda Bohórquez

Barranquilla, febrero 10/13

ME ASUSTA [61]

ME ASUSTA [61]

Un miedo extraño me acorrala
más que la mentira, la complicidad,
más que el dolor, quien lo provoca,
más que el terror,
la oscuridad que no permite ver
y las injusticias de cada segundo.

Tengo miedo a ese mañana, ¿llegará?
Pueden ser mis amigos de ayer, otras gentes,
los que caminen mis pasos,
y sientan lo que siento.

Me aterra la mano que no veo,
pero que sabe de balanzas;
la palabra que no escucho,
que es verdad, en medio de la mentira,
la espina clavada entre las rosas
para herir a falta de conocimiento.

A falta de razón se han perdido vidas
a falta de amor,
todo se vuelve ortiga picante y dolorosa.

Observo en detalle sus rostros,
hoscas miradas, llenas de rabias internas.
Serán sus culpas quienes los delaten,
cuando la balanza que no falla,
nos juzgue en el tiempo.

Raquel Rueda Bohórquez

Barranquilla, febrero 10/13

DE PAPEL [62]

DE PAPEL 2 [62]

¡Qué día tan hermoso!
¡Gente sube, baja, canta, danza!.

Máscaras de un carnaval que se mueve por dinero
la gente está madurando, se han dado cuenta,
y cada quien a su modo,
hace su propia fiesta de payasos,
con lo que se puede.

No debo voltear atrás, pero debo hacerlo,
comprendí que la vida es dura a ratos,
las personas variables parecen las olas del mar.
No siempre lo que creemos hacer bien
todos lo admiten, y el bien, por envidia,
se convierte en mal.

Tengo más gente que me odia,
y  otras verdades quedarán ocultas bajo el sol.
Las  heridas sanarán de a poco, y en mi pequeño lago
los frescos lotos empiezan a reverdecer,
brotan de su interior mágicas dulzuras de colores
a donde veloces colibríes se antojan de su dulzor,
engalanando de suerte la vida,
y de sueños nuevos el corazón.

Tomo la pequeña hoja de mi existencia y la doblo,
dobleces que de a poco formarán un  nido
una frágil barca de papel,
para navegar sobre un lecho de rocas.
A pesar de que la mar parece tranquila,
en su interior una bomba espera,
y explotará en cualquier momento,
ante la mirada de los incrédulos.

¡No llevo prisas!
Voy por donde el cantor me indique,
detrás de las nubes suelo viajar,
seguí los pasos  del alcatraz que a buen puerto me dirige
y al llegar, una gran roca oculta en no sé dónde
casi me hace zozobrar.

Pude nadar hasta la orilla, en donde encalló mi vida.
No sabía si soñaba o estaba viva,
pero me levanté a pesar de los tropiezos
y descubrí que la roca ya no estaba;
una hoja blanca secando al sol desdoblé
para armar nuevamente mi alma en ella.

Empecé a navegar con un timón ágil
eran  alas de un cóndor,
y allá,  cerca del sol vi su rostro.

Una sonrisa engalanaba la tarde
y el cielo era tan azul,
que cerré los ojos para no cegarme.

Parecía blanca nube que destilaba luz.
En medio de las perlas de  sus ojos
advertí que eran las cometas que había perdido;
sus brazos, la enredadera 
que tanto había buscado.

Dulces palabras llenaron el océano,
a donde al fin mi barquita se hundió
para convertirse en el sueño anhelado,
que alguien tomaba entre sus brazos
ante los destellos del sol.  

Raquel Rueda Bohórquez

Barranquilla, febrero 10/13