CON
EL MAR [32]
Muchas
veces le pregunto al mar sobre la vida,
y
él, con su sabiduría habitual me
responde:
La
vida es una ola que va y viene, se multiplica, se eleva
y
en un segundo cae, desaparece, para repetirse en una parecida.
Creo
en la inmortalidad, pues nunca terminan, siempre llegan a la orilla como niñas
felices, se bañan de sol o de luna,
dejan su frescor o su arrojo, su ira contenida
sobre las rocas, y ellas esperan silenciosas a que su imagen cambie con
el tiempo...
Sabe
el mar que algún día se transformarán en algo más, pero desaparecer, ¡nunca!...
Vi
un caracol y corrí... pero el caracol tenía vida, me di cuenta que donó su casa
hermosa a un ermitaño que por ahí pasaba, ahora tiene prisa, busca una casa más grande
porque ahí lo descubrieron.
El
mar lo sabe todo... conoce del cielo y las estrellas, de los amantes bajo las
palmeras y de su índigo mirar.
Se
copia el atardecer en sus aguas, en una sábana dorada se extiende para deleite
de nuestros ojos. Al marchar, le roba al
cielo sus estrellas, luego canturrean sus melodías incansables si las brisas de
diciembre se acercan.
El
mar sabe inquietarse y también se calma, sabe estar en la cumbre, pero si escupimos
nuestras rabias y enojos sobre él, también se hace respetar y vomita nuestras
inmundicias sobre la playa.
¿Quién
no se enamora viendo al mar?
Vivo
enamorada de él... no lo visito mucho, pero a veces si tengo oportunidad, quisiera
ser eterna en sus aguas y viajar despacio, esconderme bajo las rocas y ser una
caracola, una ostra pegada de ellas, un grano de arena salobre...
Ahora
soy un mar de lágrimas... ¿se dan cuenta lo magnífico que es?
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
noviembre/13
CON
EL MAR [32]
Muchas
veces le pregunto al mar sobre la vida,
y
él, con su sabiduría habitual me
responde:
La
vida es una ola que va y viene, se multiplica, se eleva
y
en un segundo cae, desaparece, para repetirse en una parecida.
Creo
en la inmortalidad, pues nunca terminan, siempre llegan a la orilla como niñas
felices, se bañan de sol o de luna,
dejan su frescor o su arrojo, su ira contenida
sobre las rocas, y ellas esperan silenciosas a que su imagen cambie con
el tiempo...
Sabe
el mar que algún día se transformarán en algo más, pero desaparecer, ¡nunca!...
Vi
un caracol y corrí... pero el caracol tenía vida, me di cuenta que donó su casa
hermosa a un ermitaño que por ahí pasaba, ahora tiene prisa, busca una casa más grande
porque ahí lo descubrieron.
El
mar lo sabe todo... conoce del cielo y las estrellas, de los amantes bajo las
palmeras y de su índigo mirar.
Se
copia el atardecer en sus aguas, en una sábana dorada se extiende para deleite
de nuestros ojos. Al marchar, le roba al
cielo sus estrellas, luego canturrean sus melodías incansables si las brisas de
diciembre se acercan.
El
mar sabe inquietarse y también se calma, sabe estar en la cumbre, pero si escupimos
nuestras rabias y enojos sobre él, también se hace respetar y vomita nuestras
inmundicias sobre la playa.
¿Quién
no se enamora viendo al mar?
Vivo
enamorada de él... no lo visito mucho, pero a veces si tengo oportunidad, quisiera
ser eterna en sus aguas y viajar despacio, esconderme bajo las rocas y ser una
caracola, una ostra pegada de ellas, un grano de arena salobre...
Ahora
soy un mar de lágrimas... ¿se dan cuenta lo magnífico que es?
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
noviembre/13