ROSA BLANCA (42)
La vida fue un baile para ella, fue una canción, la radio
sonando, una oración brotando, un poema recitado por sus labios.
Este día festejábamos la vida, y ella en medio de todo.
Nuestro jardín jamás fue tan hermoso, era nuestra cometa y todo hilo se prendía
de ella.
Ahora no sé hacia dónde volar, pero se presenta una hoja
blanca; han de ser sus pétalos extendidos, debe ser que todavía me alienta, ya
no hay queja ni reclamo, no hay visitas a contar lo mismo de siempre, otras
espinas reclamaban su carne, una condena sin merecer que nos librará de otros
males, porque así es la rosa blanca, se fue sin el hilo encendido de sus venas
hacia el sol que la llamaba y que con sus ojos cada día buscaba...
Me dijo que publicara mis escritos, que entregara mis flores
al mundo, no importaba lo que sucediera, pero que entregara todo. Esa frase la
tengo aquí, como una sentencia que se cumple cada día.
Fue la promesa que bailaba al viento que le tocara, unas
veces fue herida por dagas cercanas, su tristeza nos abarcaba a todos, y en ese
rincón de las gallinas gordas, en medio de toda su riqueza de blancas mañanas
con caldos de cebolla, la vi muchas veces llorar.
A las rosas blancas
no se les notan las gotas de rocío, bien las saben disimular porque se
mimetizan entre sus pétalos, más ahí se copiaba el paisaje con todo su follaje,
y ella en medio, arrodillada orando y pidiendo fuerzas a ese Dios que llenaba
su boca de alabanzas y sus ojos de perlas.
Ahora te veo y te siento aparecer; eres la promesa de un
amor que como un pendiente estaba de lado, en ese jardín ausente; más ahora,
eres mi presente. En medio de ti no había pobreza, porque decías que todas las
flores eran justas para el huerto, y cada trigal tenía la misión de un pan, ya
sea entre el viento o sobre una mesa.
Al paso de una nube gris, al correr de la vigilia con tantas
flores que tenías que sostener, fuiste el milagro vivo en casa, tú mi rosa
blanca, que de tanto parir flores a tu huerto, te fuiste sin calcio en tus
brazos y sin lágrimas en tus ojos.
No hay pregunta que no hayas respondido, ni respuesta que no
hayas acertado; eras la metáfora donde el color sobresalía, en ti se inventaron
todas las gamas, para que tu jardín fuera, en medio de tanta ortiga, la
bendición o la pena que te tocaban.
En un rato, si mis flores se ajustan a sus jardines, seré
libre para volar contigo, más es la voluntad grande la que rige, y ahí estarás
amada rosa blanca, ahí seguirás tocando mi corazón con tus dedos y aliviando
mis penas con tus recuerdos. Esos recuerdos que iluminan las miradas y acercan
a las aves a su nidal, así fue mi rosal, y así la flor que perfumó con toda la
esencia que llevaba dentro de sí.
Se llevó un crucifijo envejecido, su rosario y muchas rosas
blancas, que fueron su corona. Las espinas se habían ido para siempre, sus
manos fueron las violetas que le faltaban por recoger.
Adorna como siempre esa casita vieja de mis ensueños; ahí
estás con un delantal antiguo, es gris, muy largo, parece hecho de nube y
topacio, pero esa cálida sonrisa y sus ojos que no han dejado de ver, recitan
versos por donde pasa, perfuma cada aurora y cada anochecer, sin importar el
tiempo de la espera...
Raquel Rueda Bohórquez
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