lunes, 5 de agosto de 2013

ÁGUILAS [120]

ÁGUILAS [120]

Como águilas en el desierto acampamos un poco para elevarnos después, y admirar las maravillas de la tarde…

Parecía cansada, agotada de todo, asustada por la oscuridad, recuerdo las manos que en mi fantasía infantil me despertaban, para dañar esos sueños apacibles de soles y lunas, que se adornaban de doradas estrellas, a quienes en su veloz huida, les robaba una ilusión, no quería cerrar mis ojos luego, muda en mi aposento, esperaba la voz de mi estrella matutina y su dulce canción de oraciones acompañada.

¡Es mía!... Yo la vi primero cuando brotó del silencio oscuro, y el brillo de otros diamantes se perdía ante mis ojos, ¿cómo le diría a mi estrella que alguien perturbaba mis entrañas, y mis sueños  convertía en pesadillas?, ¡era tan pequeña!, no sabía deletrear sino su nombre, pero un recuerdo ahondaba en mi corazón de niña.

Un poco más, y continúo mi viaje en la pequeña barca de madera, aferrada a las raíces de un tronco vencido… ¿estoy dormida de nuevo?, ¡parece que sí!, voy nadando dentro de un poema, soy un poema escarlata bogando en la espesura de un lago, un ardor extraño, me han devorado viva los peces, ¿de qué manera diré a mi estrella que algo malo sucede en mis pesadillas?, más parece que jamás duermo, mis sueños son un despertar de ausencias, donde todo es oscuro, sólo ella ilumina mis ojos, y un vuelco feliz sacude mi carne, parezco cabrita de monte y deseo correr a sus brazos, para quedarme ahí dormida para siempre.

Aparecen las primeras sonrisas, carcajadas que se roba la tarde, manos arrugadas, rostros que se tiñen de violetas, y labios cerrados…

Ahí están todos, cada estrella es su mirada, el sonido del viento trae sus voces que a ratos me confunden y  asustan, ¿quiénes son los que hablan en la oscuridad?, parecen fieras que bufan a tu oído, ¡silencio, no grites!,  ¡puedes morir ahora!, y el sacudón oprime un corpiño inexistente, enmudezco como una flor marchita que se pisotea muchas veces.

Veo espantos entre las ramas, pequeños monstruos en el anochecer, es otro día, ¿cómo puedo contar los días?, ¡son tan hermosos!,  temo cerrar los ojos, pero al despertar ahí están… ¡eran verdes ramas!, ¡eran niños voladores, que con la brisa abrían sus alas, y dejaban volar el  alma entre los robles!

Soy ahora una gaviota, mis alas son tan blancas como tu piel de armiño,  diviso el mar, el azul mar, y me cercan pequeñas olas, no tengo prisas; mi afán es descansar sobre la roca, donde avisto la bondad de un remanso.

Ya no tengo miedo, descubrí a un sol dentro de otro, es el poder de tus ojos maravillosos, ese era el sueño de cada día, tan buscado, y lo hallé, escondido entre azules líneas que se unieron para protegerme, en medio de águilas que no tenían garras, sino ojos, divinos ojos de madre protegiéndome hasta en mi muerte.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, agosto 5/13