BARCA DE PAPEL [58]
En
éste paisaje de mi vida
en
lo que presenta el destino,
detallo
un hermoso árbol de frondosas ramas.
Engalanada
la tarde con brillos mágicos
se
robaba los paisajes un lago cristalino,
los
ocultaba en su vientre en un espejo
donde
cabían todas las dulzuras de la vida.
Las
grandes montañas con sin igual belleza,
sus
picos enredados en cabellos plata,
traían
recuerdos a vino añejo;
a
verdes esmeraldas entre las palmas.
Ahí
copiada en el lago,
las
manos querían un sueño,
hablé
con las aguas un deseo pidiendo,
ya
que las estrellas aprisa se alejaron
sin
escuchar mis quejas y mis lamentos.
Un
par de amantes emplumados,
se
deslizaban sin temor al viento
sus
huellas eran pequeños círculos,
se
perdían en la nada
con
ese navegar silencioso y sumiso
de
sus alas cerradas,
de
sus voces sin emitir,
de
sus besos entregados.
El
paisaje pleno de colgantes primaveras
me
hacía soñar con las acacias del camino;
en
selvas vírgenes abandonaría mi vida
bajo
un alar de verdes ramas.
Me
desboqué en admirar tan pálido rostro,
con
encendido corazón en sus aguas claras.
Tantas
las bellezas que saltaban al otro extremo
bellas
mariposas de colores adornadas,
dejando
en las ramas sus versos de amores,
y
tejiendo pequeños nidos abrigados.
Un
pajarillo de azules intensos
me
hizo voltear el rostro al cielo,
quise
navegar en aguas brillantes
pero
el cantor abrió sus alas,
y
se perdió en la nada.
Enredaderas
de colores,
donde
el rosa se hizo dueño de los robles,
las
azules campanolas abrazadas de un tronco;
las
doradas hojas cayendo sin prisas,
me
tomaron con los ojos húmedos,
/no
estaba llorando,
es
que una lluvia tempranera bajó del cielo
para
jugar con mis párpados.
Cerré
los ojos /¡qué mala costumbre querer ser
gaviota!,
pero
mis alas fueron inmensas y blancas,
el
cuerpo se convirtió en un copo de algodón
ligero,
suave…
Confundida
con los azules,
busqué
el susurro de su voz,
admirada
en la belleza y suavidad del vuelo,
planeaba,
sin emitir sonido,
pero
callada observaba de un lado a otro
un
viaje sin destino.
Apresuré
la marcha,
una
helada brisa
era
el anuncio de una tormenta de besos
que
bajaba por entre las ramas,
y
el sol hacia nido en ellas
con
esa brillantez que tiene
de
ser tan amante y ardiente;
y
continué mi vuelo,
olvidando
la pequeña barca
que enredé
con un lazo,
a
la vera de cualquier camino.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
febrero 11/13