Un
niño que tenía zapatos finos, lucía un hermosa cadena con un crucifijo de oro, se veían esmeraldas robadas del bosque, ¡qué
fina camisa a cuadros vestía!, y un jean de muy buena marca, estaba en un parque, sin reír ni cantar…
Detallé
de sus manos pequeñas, un poco de humo, y de sus ojos hambrientos, la falta de
amor; ese pan que se bendice si las ollas vacías se raspan, las manos se juntan para que no haya frío,
abrazando una mañana y tomando aguas tibias reposadas, cual si fueran miel.
El
niño del parque… ¡ayer lo vi caminando
otra vez!… tenía los ojos abiertos; no
calzaba los zapatos nuevos, sino livianas sandalias, unos rotos pantalones a propósito, una
raída visera de rojo color, y en sus ojos cierto brillo perdido; en sus labios, una cierta mueca que parecía
una sonrisa, sus manos estaban
abandonadas sobre una pequeña flor.
Otro
niño que pasaba con los pies descalzos, con una sonrisa alargada, plena en
carcajadas, al instante lo vio… y de paso, pareciendo un colibrí que se extasía
en una flor silvestre, sin el miedo del ayer frustrado, sin la timidez que la
pobreza obliga, de a poco se acercó…
Hola
amigo: ¿quieres hablar otro poco conmigo?, ¿viste que ayer el día no era tan
gris?, lo opacaba la brillantez de tus
joyas, y esa mirada esquiva, esos ojos
que no querían ver, que la felicidad nadie la consigue, está ahí ante nuestros
ojos, no se puede perseguir ni tocar, sino que se puede soñar…
El
niño del banco, al fin abrió la boca y una sonrisa plena regaló…
-¡Vamos!…
quiero que muestres las riquezas mayores que dices, pues nada he visto desde la
mañana, sólo un ruiseñor que trinaba en un gajo, donde todas las flores se
juntaron, y un rayo de luces parecían danzar en el lago…
-¿No
viste acaso, que el sol se levanta temprano, y escuchas el cantar del gallo,
que nos anuncia un nuevo día? –¡vamos!… ¡no te acobardes!, te mostraré entonces
en otro día, algo mejor…
-Si
vienes mañana de nuevo, te enseñaré en
el atardecer la magia del sol, en la
noche verás conmigo un rayo de luna, ahí
encontrarás a tu madre, te lo digo yo, que siempre la busco, y al sentir un
beso de luces de suaves colores, me quedo dormido, ¡ya lo verás!…
Yo,
que de lejos veía la escena, sentí mucha pena, por todos los años que no me
detuve… y corriendo… siempre corriendo, no vi, cómo debajo de una rama, una
oruga fabricaba una celda; ni advertí
tampoco el instante en que un hada extendió sus alas, y sobre las más lindas
flores, un beso dejó.
Ese
par de niños me conmovía un poco… dejé que cruzaran las miradas, que buscaran
esos sueños que se atoran en el camino, que se desvían por andar
persiguiendo brillos, donde no habita la
felicidad, y simplemente, me recosté un poco, para ver cómo volaban las águilas,
y los cucaracheros tomaban juguetes vivos, en medio del bullicio del bosque, y
al fin me dormí.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
noviembre 15/13