viernes, 15 de noviembre de 2013

AHORA [70]

AHORA [70]

Amor mío
quiero que atrapes esta perla de sal
por todo el amor que te di
y que algún día perdí...

Que rime el tiempo con mis lágrimas.
Sé que leerás, tal vez una carcajada,
pero conozco tu corazón, parece una hoja,
y algo de mí, quedó en tu boca.

Que no me olvides, /sería el mejor premio,
pues tanto lloré al verte marchar
que al irte no sabía ni de qué hablar.

¡Lo sabía!, otro serías, el camino te cambió.
Al ver el mundo me olvidarías,
pero yo, desde esa indolente marcha,
como una joya valiosa,
dentro de mí te escondió.

Raquel Rueda Bohórquez

Barranquilla, noviembre 15/13 

MUNDO DE FELICIDAD (Cuento) [71]


Imagen: Liz Nayibe Álvarez



MUNDO DE FELICIDAD (Cuento) [71]


Un niño que tenía zapatos finos, lucía un hermosa cadena con un crucifijo de oro,  se veían esmeraldas robadas del bosque, ¡qué fina camisa a cuadros vestía!, y un jean de muy buena marca,  estaba en un parque, sin reír ni cantar…

Detallé de sus manos pequeñas, un poco de humo, y de sus ojos hambrientos, la falta de amor; ese pan que se bendice si las ollas vacías se raspan,  las manos se juntan para que no haya frío, abrazando una mañana y tomando aguas tibias reposadas, cual si fueran miel.

El niño del parque…  ¡ayer lo vi caminando otra vez!… tenía los ojos abiertos;  no calzaba los zapatos nuevos, sino livianas sandalias,  unos rotos pantalones  a propósito, una raída visera de rojo color, y en sus ojos cierto brillo perdido;  en sus labios, una cierta mueca que parecía una sonrisa,  sus manos estaban abandonadas sobre una pequeña flor.

Otro niño que pasaba con los pies descalzos, con una sonrisa alargada, plena en carcajadas, al instante lo vio… y de paso, pareciendo un colibrí que se extasía en una flor silvestre, sin el miedo del ayer frustrado, sin la timidez que la pobreza obliga, de a poco se acercó…

Hola amigo: ¿quieres hablar otro poco conmigo?, ¿viste que ayer el día no era tan gris?, lo opacaba la brillantez de  tus joyas, y esa mirada esquiva,  esos ojos que no querían ver, que la felicidad nadie la consigue, está ahí ante nuestros ojos, no se puede perseguir ni tocar, sino que se puede soñar…

El niño del banco, al fin abrió la boca y una sonrisa plena regaló…

-¡Vamos!… quiero que muestres las riquezas mayores que dices, pues nada he visto desde la mañana, sólo un ruiseñor que trinaba en un gajo, donde todas las flores se juntaron, y un rayo de luces parecían danzar en el lago…

-¿No viste acaso, que el sol se levanta temprano, y escuchas el cantar del gallo, que nos anuncia un nuevo día? –¡vamos!… ¡no te acobardes!, te mostraré entonces en otro día, algo mejor…

-Si vienes mañana de nuevo, te enseñaré  en el atardecer la magia del sol,  en la noche verás conmigo un rayo de luna,  ahí encontrarás a tu madre, te lo digo yo, que siempre la busco, y al sentir un beso de luces de suaves colores, me quedo dormido, ¡ya lo verás!…

Yo, que de lejos veía la escena, sentí mucha pena, por todos los años que no me detuve… y corriendo… siempre corriendo, no vi, cómo debajo de una rama, una oruga fabricaba una celda; ni  advertí tampoco el instante en que un hada extendió sus alas, y sobre las más lindas flores, un beso dejó.

Ese par de niños me conmovía un poco… dejé que cruzaran las miradas, que buscaran esos sueños que se atoran en el camino, que se desvían por andar persiguiendo  brillos, donde no habita la felicidad, y simplemente, me recosté un poco, para ver cómo volaban las águilas, y los cucaracheros tomaban juguetes vivos, en medio del bullicio del bosque, y al fin me dormí.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, noviembre 15/13

LAS OLAS HABLAN [72]

Ocaso. Imagen: Sonia Rueda B.

LAS OLAS HABLAN [72]

Escuchando el sonido del mar
cual son de violines,
desatados como un alma loca
en el  incierto camino,

¿cómo no he de agradecer
por ésta tarde y éste día,
que se ha bendecido en una iglesia
mi viejo escapulario?

Si de tus ojos prisionera
cual sepulcro  
vivo enredada siendo una sombra,
ante la marcha del ocaso,

así puedo ahora reclinar mi rostro sobre tu hombro
y gritar al viento que resucito cada instante,
para morir al segundo que viene...

Como no,
escuchar el sonido
de las viejas campanas de la iglesia,
que se repiten,
con la voz de las ramas en el bosque.

¿Quién llorará por la muerte de los insepultos?

Los veo bogar silenciosos,
ante la mirada del cobarde...

Pero las olas,
a pesar de todo los abrazan,
y a pesar de la sal en los ojos,
les regala un beso.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, noviembre 14/13





LA NIÑA FLOR (Cuento) [73]


Flor de pitahaya. Alirio Rueda B.

LA NIÑA FLOR  (Cuento Infantil) [73]

En una parcela pequeña puede caber el alma de un ángel, ahí vivía una niña flor… Era blanco su traje y dorado corazón…

¡Niña!… ¡despierta!... /le dijo en un susurro una voz en el viento.

Pero la niña  no despertaba, estaba entretenida en ser capullo, en ser botón, en ser sonrisa para un caminante; en tanto, todos despertaban las hojas caían una tras otra en cada estación; las flores se convertían en fruto y semilla, y ella… se quedó siempre en la misma primavera que la vio nacer.

-Niña bonita, mi flor del campo... ¿qué es lo que te entretiene tanto, en tu dulce traje primaveral?

Debes crecer, ¡tienes que madurar!, debes volar algún día de aquí, para que tus semillas puedan ser,  tenga olor a flores frescas el bosque, y puedan los besos zumbadores regresar…

Nada respondía… sólo cantaba versos de madre, y las gotas de rocío llenaban sus pétalos,  el púrpura suave de sus labios con el frío de la tarde, parecían temblar.

La niña  reía en medio del pequeño sitio en donde siempre estaba, era feliz,  los colibríes venían, pasaban… y a veces… sobre su gajo, un canario de dorado color se entretenía viendo a tan pequeña flor, que no quería ser grande;  sino permanecer siendo niña, aferrada al tronco  madre y sostenida por la providencia que la dejaba ser.
Cierto día se fueron las flores… hubo una gran brisa que mató las rosas, fue una muerte pequeña de ojos cerrados, ahí la mariposa con sus alas abiertas, parecía declamar versos a todas las amantes flores de su alrededor, y el lúgubre sonido de viento en ese ulular  sin hojas,  en medio de tan cruel desierto, con el sol de lleno sobre los rosales muertos… a la pequeña flor al fin despertó…

¿Qué es esto?... ¿Quién abrió mis ojos para ver tanto horror?...
Se fueron las semillas viejas, ahondaron las rosas sus espinas en mi piel,
los cardos tan fuertes en sus veranos intensos, ¿quién los derrumbó?

-¡No quiero crecer!, ¡no quiero ser vieja!, ¡no quiero descubrir éste mundo extraño donde todo es dolor!

Y pasó el ocaso vistiendo de pálidos velos,  lo que tenía tan hermoso color en su ayer.

Llegada la noche, un lucero en el cielo acompañado del gris que se ajustaba a la inmensidad, estando la niña flor con sus pétalos a media luz, con un rayo de luna que pastaba en el monte, con una caricia pequeña pareciendo un arrullo de madre, ¡la hizo de nuevo  dormir!

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, noviembre 15/13