MI
PINTOR [119]
Domingo
9 de junio/13
Un
día más de vida, una imagen tomada por alguien, quien decidió compartir y una
loca describiendo una obra de mi Pintor.
Lo
primero que detallé, no fue el oro derretido en el mar, parecía una sábana
entre negros y dorados, ni la oscura montaña que bordea un lago, o el océano
que con sus tranquilas aguas nos deja un cantar, un sueño, una ilusión.
Mi
Pintor extendió la paleta para que nos conmoviéramos ante los mensajes que cada
día nos regala en forma de imágenes, cambiantes y preciosas, de cada segundo de
vida, con los ojos abiertos y el alma dispuesta.
¿Para
qué sufres tanto, si finalmente el dolor termina?... /pareciera decir.
Disfruta
de tu hoy maravilloso, de éstos segundos viendo hacia la montaña, y allá en la
inmensidad de mi silencio y el tuyo, me encontrarás.
Un
cúmulo de nubes entre blancas y grises, semejan niños danzando sobre la
montaña, libres y felices, rodeados de enormes árboles de muchos colores.
Un
tigre tras unas ramas jugando con una mariposa, un ave en medio de ellos
revoloteando tranquilamente, y sobre el bosque, una mancha entre negra y gris, que
semeja una niña disparando una flecha, que
pareciera venir directo a mi corazón, todo a mi derecha, de una o de
otra forma, cambiando, según la manera como lo vea, pues las imágenes que pinta
mi Jefe son únicas y maravillosas cada segundo.
Describo
ahora lo primero que divisé, que es el centro de la imagen, un triángulo
perfectamente definido, envuelto en rayos de sol abiertos, como una mano mágica
que nos señala, iluminando el camino de cada uno de nosotros.
Pero
lo que hay dentro del triángulo es fácil de ver, lo observo claramente, creí
que era un montaje, no lo sé, tal vez, es un pequeño bosque que termina en
pico, y allí en el centro, adornada de rosas blancas, la imagen de María,
tantas veces vista en sueños de unos y otros y dibujada en un rincón de
cualquier sombra, con sus brazos extendidos, en posición de infinito amor y
ternura, descubro su velo blanco sobre la cabeza, como hecho de nubes
translúcidas de la más fina seda, y una corona de oro maravillosa, su traje es
azul brillante, rodeada de varios ángeles pequeños. Defino su rostro con una
dulce sonrisa, como si acabara de llegar aquél hijo que marchó cualquier
primavera, sin decir adiós.
Vuela
hacia ella un ave, y ante el ave en posición de oración, hay un niño ángel a mi
derecha, más definido y grande, pues claramente veo sus alas abiertas y sus
brazos extendidos corriendo hacia ella, feliz como un cervatillo sobre la
pradera.
A
mi izquierda, un ave que sale de aquel jardín maravilloso, está volando mucho
más alto, con sus alas de cristal muy abiertas. Primero creí que era una
gaviota, pero al ver su pico, detallo a una golondrina muy niña, con una mancha
negra en su cabeza, que se dirige hacia su propio norte.
Arriba,
a mi izquierda, manchas negras que presagian tormentas, pero se alejan cada vez
más, como pretendiendo dejar sólo amarillos y blancos, entre el oro fundido de
sus maravillas.
Un
inmenso árbol oscuro, una imagen de un ocaso cualquiera trata de ocultar su
mirada, pero ahí está mi Pintor detallando su obra, viendo nuestros propios
ojos asombrados de tan magníficas pinturas hechas con maestría de Dios, que se
ensaña en regalarnos cada segundo una de sus mágicas creaciones, para que
amemos lo que nos ha regalado, el planeta, y con él la vida de todos los seres
que nos acompañan un rato por aquí.
Parece
la mirada de un águila bajo la sombra de una enorme ceja de hombre, pero tan mansa
como la de un cordero, pide a gritos que lo dejen pastar bajo el inmenso árbol
de la vida, pues su destino no depende de nosotros, que nada somos, sino que
pertenecemos a su creación divina.
Extrañamente,
antes de terminar, observo de nuevo su obra y entre unas nubes blancas, con
tonos casi celestes, detallo la mirada de una mujer y sus ojos claros como
diciendo: “Aquí estoy sobre la cumbre de todo, donde también llegarás algún
día, si haces el bien a los demás, como lo pide nuestro Rey”.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
junio 9/13