TRANSCRIPCIÓN al pie de la letra por mi prima Dora Isabel Santamaría,
quien tiene la carta en sus manos y autorizó su divulgación.
LA GUERRA DE LOS COLORES (56)
PARTE I
Si el arco iris
dejara de salir en el cielo,
toda guerra tendría un fin
toda guerra tendría un fin
¿Qué significa esto?, tal cual, con errores ortográficos de
mi madre que no terminó su primaria, y mi abuela que era analfabeta, pero
aprendió a leer la biblia uniendo letras, preguntando y llegando al final a ser
una gran lectora.
Esto es un documento histórico familiar, de lo que acontecía en
Colombia 9 años antes de nacer ésta dama, o sea yo, y desde que tengo memoria,
sólo violencia en medio de un ambiente gris, se ha vivido; no conozco un día en
donde no se hable de muerte, descuartizados, bombas sembradas como maíz,
desplazados, gente que se adueña de los bienes de otros y continúan viviendo su
vida llena de comodidades y falsa gloria.
Mis abuelos fueron gente muy humilde, de mi abuelo Jerónimo
que lo conozco porque mi madre me hablaba de él, sé que era un campesino sin
estudio, pero amaba el campo, las aves, las hormigas, con quienes conversaba y
se deleitaba viendo todo lo que hacían, le cantaba al bosque sones de pájaros
con una hoja de café en su boca, que no era sino para bendecir, besar y comer.
De mi abuela Eduarda, que era una mujer muy pequeña en
estatura, 1.50 más o menos, gordita, de senos grandes y corazón enorme, que
curaba mujeres con el pensamiento, hacía parir a muchas que ni los médicos
sabían qué hacer, y curaba sus hemorragias y fiebres con hierbas y las uñas
cortadas hasta el tope, para no lastimar sus entrañas. Ella fue quien atendió
partos en todo mi pueblo, en veredas, en cualquier sitio donde sus servicios se
requirieran, y nunca supe de pago alguno, se contentaba con una simple palabra:
“Qué Diosito y la Virgen Santísima se lo paguen misia Eduarda”.
Su labor fue como un perfume, no se veía, pero se sentía en
todo ambiente donde estuviera; graciosa, juguetona pero brava, ¡eso sí!, sabía
plantar la mano ante una falta de respeto y hacía sonar su voz, esa era mi abuela, un
jilguero en la llanura de nuestra existencia.
Aquí la transcripción de una carta que después de mucho
alegar con mi prima Dorita, alguien que tenía conocimiento de ésta historia, o
sea mi hermana Sofía, me confirmaron que tenía razón, la letra de mi madre
tenía sus huellas en nuestra mente y corazón, ese día mi abuela llegó como
cuenta la nota, /triste y cansada, después del asesinato de mi abuelo,
descuartizado como un animal y lanzado al Río Curití, luego de eso, vinieron
acontecimientos muy dolorosos para la familia, en medio de recuerdos de charlas
de tíos y gentes que llegaban a mi casa; mis tíos uno huyendo y otro en la
cárcel por algo que no cometió, y luego otras historias llenas de rencor y
sangre, fueron empañando las pocas alegrías que pendían del árbol de la
existencia, Rueda, Bohórquez, y cuanto apellido se antoje, todos vimos ríos de sangre correr y cómo moría
la gente de tristeza, porque es que así compadres, la vida se torna en una carga
pesada; a ellos les tocó la parte más dura, a nosotros escuchar y pensar que
debe haber paz en nuestro país, ¡ya es hora!, nos estamos poniendo viejos los
niños de ese ayer, ya mis tíos se fueron, no está quedando historia, o la
historia completa se archiva para que nadie se entere, que en medio de ésta
guerra cruel, los niños nos crecimos asustados y con miedo a vivir.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, septiembre 4/15