MISÍA
ESCOPETA [18]
Tenía
bonito rostro, piel de porcelana y
cabello abundante muy negro, recuerdo que también sus piernas venosas,
parecidas a las de mi madre, hilos verdes y azules, montañas grandes arriba de
la rodilla, y en medio de sus piernas.
Muy
joven, con varios hijos pequeños, siempre la vi joven, años después no
parecía envejecer, esa sonrisa parecía sincera, su voz cálida denotaba
que detrás de ella había algo que no la dejaba ser como deseaba, pero sus ojos
no podían mentir, había una tristeza profunda, un foso oscuro indescifrable.
Aprendió
a disparar letras y a vomitar rabias, cada vez que sentía que no podía más;
entraba y salía del baño con los ojos húmedos y la boca roja, junto a un pecho
que subía y bajaba con una presión de mil ríos turbulentos, que herían en
verdad, pero sabía muy bien
disimular, pero aprendió también a dejar la escopeta en un sitio aparte,
y sólo dispararía enojos cada vez que se le antojara, y eso sería: ¡nunca!
Un
matrimonio regular, recuerdo que los fines de semana usaba gafas oscuras, y por
aquello de “pueblo pequeño infierno grande”, nos enteramos que el borrachín de
marido que tenía, le daba en la jeta cada vez que se le antojaba, y la doña no
tuvo alientos para defenderse, pensaba en ese barrigón con un muchachito
adentro, y en la fila de chuecos que venían en fila india y un algo
indescifrable le pidió que aguantara, y aguantara, hasta que al fin el
borrachín y pernicioso se enredó en la pollera de una jovencita y le trajo de
regalo otro sute, para que ella atendiera.
Era
tan buena persona, que recogió una de las hijas de una campesina que
murió en trabajo de parto, se quedó con la muchachita más bonita, le
causó curiosidad esos ojos tan negros y grandes, y su boca rosadita.
Por
razones que desconocemos, estuvo en su cocina colaborando en las muchas labores,
era quien la atendía cuando estaba enferma, y acariciaba su rostro, en esas
ocasiones en que la encontraba en un rincón oscuro, viendo a la luna, haciendo
que remendaba trapos viejos.
Sus
hijos se crecían, nadie colaboraba en forma sino la niña recogida, era la
emperadora del hogar y quien mantenía todo limpio y ordenado, aparte sacaba
tiempo para estudiar en las noches, pero no abandonaba jamás a esa señora que
la acogió, sin importar el oficio que le tocara, aprendió a callar y obedecer,
pero también a querer a esa mujer que siempre le regalaba un abrazo, y
una palabra de cariño, y la trataba, aunque no pareciera, como a la mejor de
sus hijas.
Pasó
el tiempo y el ruido cesó, doña Escopeta se dedicó a otros menesteres, y una de
sus hijas ocupó su trabajo de oficina, ella no estaba para ese oficio, y
entonces su rostro viró hacia un asilo de ancianos, iba y venía de pueblo en
pueblo recogiendo dinero para llevar a ese hogar, al que alguna vez pretendía que
la llevaran, y en esto, decidió viajar, quería darse un “último paseo”, que era
conocer ese trencito aéreo que estaba en Medellín, ¡estuvo tan feliz!, ¡al fin
Dios mío!, ¡gracias por este maravilloso paseo!.
De
regreso miraba los caminos, esas curvas que tiene el destino, esos atajos que
la encontraron miles de días y noches, en brazos de un hombre que la castigaba,
pero soportó por sus hijos, ¡qué vainas!, así eran las cosas en mi pueblo, de
hombres machistas y abusivos, pero también de hombres buenos y juiciosos, y
mujeres muy de hogar, tanto, que se sometían a vivir una miserable existencia,
pues no había oportunidad de trabajo, y con un zurriado de muchachitos a tiro, ¡menos!,
¿qué sería de ellos?, al menos asegurar la comida para sus hijos era el motivo
de su existencia, lo demás podía aguantar, cuero tieso al sol aguanta
cascarazos, y en eso, el bus se ladeó, ¿qué pasa?, ¡ey!, pero todo fue tan
rápido, que Doña Escopeta no tuvo tiempo ni de disparar un grito, las llantas
delanteras arrastraron su cuerpo, y sus balas fueron luceros que se sienten vía
a San Vicente, esa vez lo sentí y expresé: ¿qué sería de doña Escopeta?,
mi hermano frenó, y frente a nosotros estaba su tumba.
Una
oración, un recuerdo, un continuar, y esto es la vida, curvas y avenidas, para
morir de la manera más incierta, y en el instante en que menos estemos pensando
en la muerte.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
mayo 19/15
Publicado
por Raquel Rueda Bohórquez en 11:30