NO SE META
EN MI VIDA
¡Es tan
fuerte cuando un hijo te dice esto!, pero realmente quien vino a meterse en nuestra
vida fueron ellos.
¡Ese día
hasta lo recuerdo!, tenía blanca la mirada, entre sábanas húmedas gemía, casi
que lloraba de emoción, y al poco tiempo, ¿y ésta vaina?, ¿de dónde salió este
barrigón?, me di cuenta de que alguien se había metido dentro de mi propia
vida, y no fui precisamente yo, sino un hijo, y un sentimiento único transformó
mi pequeña cintura, en un tambor, y mis senos como naranjas duras en enormes
tetas, con una aureola casi que de oscura rosa.
Un hilo nos
unió y la sangre de mis venas fue tuya, se convirtió por aquella magia de mi jefe
en tibias aguas blancas que llegaron a tu boca, con sabor a miel.
Tus
pequeños labios prendidos de mi vida, tus manos aferradas de esos globos
gigantes como una pequeña sanguijuela hermosa, de manos rosa y ojos tan azules
y negros, que mi corazón de águila se transformó en paloma, y mi cuerpo de
gacela en el de una señora.
Te has
metido en mi vida realmente, ¿cómo podría yo meterme en la tuya?, este milagro
de vida sólo viene de Dios, y no hay queja, no hay dolor cuando las pronuncias,
porque el dolor partió en un instante al verte por primera vez, asomar por mi
vientre, porque otras fuerzas me dejaron, y no me pudiste besar, donde todos
los hijos hemos besado a nuestras madres al nacer.
¡No me
vuelvas a decir eso, porque eres tú quien se metió en mi vida!, y a pesar de
que cortaron ese hilo que nos unió como uno solo en mi vientre, mi cascada está
en tu mirada, y en tu negro cabello de potranca salvaje, de caballo chúcaro,
que veo ir y venir entre este bosque de cemento, ansiando una libertad que
siempre fue tuya y mía.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
abril 14/14