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BUSCÁNDOTE (40)
Tiene una mirada de la que estoy prisionera,
luciérnagas encendidas, una boca rosa...
Su cabello es dorado como el oro de las montañas,
sus ojos son esmeraldas gota de aceite
y su corazón un rubí, que espera mi amor sin saberlo.
Su voz tiene el timbre de las cascadas,
su lengua, la suavidad de las orquídeas;
su aliento como el café tostado del campo
y sus manos son grandes y varoniles,
llenas de amor, y galopa sobre un estero rojo.
Los cardos del camino lo volvieron altanero...
Antes soñaba vanidades, hoy bajó el rostro
camina erguido, con pasos firmes y elegantes
mientras descansa sobre una ladera
agitando la arena de sus botas.
Ha volteado el rostro hacia mi tierra,
sólo pido a Dios que sea para bien
aunque mi corazón se encoge...
Escucho los latigazos que le da a su potranca,
pero sólo espero que conmigo se ablande.
¡Lo quiero vivo!...
Si alguien lo atrapa lo traen sin cortar sus alas,
la potranca ha de venir con él y que conserve sólo las botas.
Sus armas de violencia se quemarán;
entre los dos las arrojaremos al mar.
Una vez aquí,
le mostraré desde la loma más alta,
una casa blanca tejida con azahares frescos,
el gran Chicamocha que bordea sus laderas
donde las cabras de monte se pasean libres
y el gran cañón igual al de su tierra,
lleno de verdes y ocres, cubiertos de espinos
con flores amarillas que perfuman el ambiente,
y un pequeño colibrí platinado que nos mira y se aleja.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, noviembre 7/11