PUERTA ADENTRO [115]
Al escuchar la piña madura cierto día, los vi lanzándose piedrecillas, se
veían en sus niñas brillantes, y un solo movimiento de sus párpados, hablaba de
una profecía de amor que se cumplía en su alcoba.
Parió la vieja muchos vergajos y
verracas chinas de buena calaña, aunque algunos no hayan sido tan derechitos,
en el camino aprendieron a las patadas a caminar como la gente...
Kico dio algo de guerra, pero los
demás no se quedaron atrás, algo inconformes, los viejos no eran ricos, ¿cómo
podían ser millonarios con 17 bocas por alimentar?, no jodás y el rancho
ardiendo, porque según palabras de mi santa madrecita, el viejo tenía ganas
para todo el tiempo, y al fin le tocó frenar, porque siempre llega el momento
de pasar la página y leer otras hojas que caen y caen del árbol de la vida.
Llega cualquier día medio entonadito,
así nos gustaba porque era todavía más dulce que cuando estaba sobrio, y
buscaba la radiola y a poner carrangas que daba miedo… ¡Sofía!, ¡Myriam!, ¿en
dónde están las muchachas para que me acompañen?... y ellas estaban escondidas
debajo de la cama.
Al fin el viejo se cansaba, en
aquellos días cuando sus acompañantes no aparecían, pero cuando llegaba con sus
amigos músicos, primos hermanos, entonces se formaba la furrusca, y todos nos
levantábamos a la fiesta, tengo recuerdo de estos momentos hermosos, y de las
carcajadas y chistes, mi viejo bailando con una silla o la escoba, y nosotras
haciéndole ronda.
Sofía se enojaba cuando estaba
entonada porque decía qué esa guitarra no tenía canciones bonitas jajaja! , y
entre copla y copla nos amanecía, y el viejo al fin se quedaba dormido. Le
quitábamos los zapatos y las medias y con una manta gruesa de lana lo
abrigábamos, daba gusto escucharlo roncar, ¡lo merecía!, eran sus momentos de
relax con sus amigos, que fueron muchos, hasta que también la música silenció,
no recuerdo los carrielitos para donde se fueron, lo acompañaban de cacería, y
se tenían mucho cariño, igual nosotros los apreciábamos bastante.
Años después los encontramos en
Bucaramanga, pero no tengo mucha claridad, después en Zapatoca, y entre amigos,
música y coplas, la vida pasaba, y mi reloj viejo que había frenado, inició a
caminar… ¿hasta cuándo?... no lo sé... ¡pero que suenen las carrangas!..
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, enero 31/15
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