jueves, 15 de septiembre de 2016

FUE CAZADOR (29)

FUE CAZADOR (29)

Cazaban primero al bisonte y fue bueno; tenían astucia para ello y las manadas siempre llenaban las praderas, había para mañana; el sol bendecía todo, secaba la carne y la sal ayudaba, también fue magnífico; luego vieron otras presas y ellos ya no estaban, había llegado otra clase de hombre y se decían "sabios", pero los animales no por la carne fueron asesinados, un colmillo valía demasiado para que importara la vida de un elefante, o de un rinoceronte. Así fue, llegaron ellos con sus fusiles y acallaron el tambor del bosque, la vida se extingue para dar paso al depredador que no tiene dientes filosos, ni garras fuertes, pero sí mucha ambición y a esto le llaman civilización.

Mi padre también fue cazador, había demasiada presa y muchos hijos con hambre. Al salir con su morral y la escopeta sobre el hombro, con sus amigos “carrielitos”, sus primos; sentíamos un tanto de enojo, pero a la vez la satisfacción al verlos regresar con una gran presa, nos hacía verlos como a los proveedores más amados de la tierra, compartían de su caza y él nos llenaba de besos y abrazos.

Luego venía el regaño de mi madre si traía alguna presa joven o un ave, ¡esto no se hace mijo!, ¿para qué?, y él se sentía triste, pero aprendió la lección y nosotros conocimos el sabor de la carne de presas  como tinajos rayados, picures, palomas torcaz, patos silvestres, ponche, que eran una especie de cerdos grandes, imagino como los chigüiros, luego jabalíes, eran unos cerditos que tenían dos colmillos grandes, pero en mi tierra tenían otros nombres, puerco espín, todos carnes muy ricas y mi madre las preparaba como la mejor cocinera de todas.

Fueron muchos animales los que devoramos, pero él cazaba porque sentía pasión por la caza debido a su excelente puntería, pero tenía un límite, y ahora lo admiro más, pudo traer muchas presas a la vez, pero cazaban con un propósito claro y era el de proveer alimento, más no acabar con las especies, no volvieron a traer presas pequeñas después de los regaños de mi madre, nada  fueran bebés ni madres preñadas vi alguna vez,  ese era el tino de un cazador, cuando veían a una madre la dejaban fuera, su presa era bien pensada, pero luego todo se volvió deporte y la caza como alimento perdió su razón; de ahí vino acabar con las especies por deporte y ambición. Menos mal él nos enseñó a valorar la vida, aunque también mataba, ¿no lo hicieron acaso miles de seres humanos antes que nosotros?, ¿cuándo se desbocaron?, de esto hace mucho, por vanidad, por exhibición, por idiotez.

Nada más hermoso que recordar al cazador que fue mi padre y reír de quienes probaban puntería con él, porque no le atinaban a nada, en cambio mi viejo tenía ojos de águila y su disparo era directo al corazón, así como fue con sus hijos, su disparo de amor nos mantuvo unidos siempre a la presa más bella de todas: “su mirada dulce y nostálgica”.

Recordar al cazador siempre me llevará a mi viejo, a esos días maravillosos en su compañía, a las carcajadas y al gusto que le daba vernos a todos reunidos en la mesa, probando de esos manjares que compartía con sus compadres y amigos. 

Ni con todo el dinero del mundo los ricos se dan los festines que nos dábamos con mi viejo en la mesa, mientras robaba nuestras presas para adivinar el afán en el rostro. Nada se compara a las mesas vacías de ahora, donde la gente come sin hablar ni decir un chiste o recitar un verso, ni siquiera una mirada con nadie, comen sin tomar sabor a lo que llevan a la boca, por estar entretenidos en el celular, hasta fastidio les da que les preguntemos algo.

Parece que las mesas desaparecen, así como las grandes familias y la riqueza de un compartir con ese amor que desbordaba en el plato preparado con gracia, como en aquéllos tiempos. Esa gracia tenía además el sazón del amor, ¡cuánto me falta!, soy pésima cocinera, no me gusta, tal vez porque recuerdo a mi vieja con ésta tarea tan inmensa, llenando más de lo que podía y sirviendo más de lo que merecíamos.

Raquel Rueda Bohórquez
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EL CANARIO Y EL GATO BLANCO (30)

EL CANARIO Y EL GATO BLANCO (30)

Lo vi acercarse a la puerta del vecino, tenía rostro grande y preocupado;  no podía gritar las heridas que se veían desde afuera, un golpe en su frente parecía un corazón ensangrentado, y maulló un rato sus tristezas, como si un mensaje fuera enviado por alguien, luego murió el canario prisionero, el día de ayer, ¿acaso importa el día de la libertad?, ella llegará en silencio y sin hacer preguntas abrirá la celda y dejará volar a ese que mucho lloró, en medio de trinos y sonidos a lluvia en los tejares.

Hoy no regresó, pero estaba pálido, más que su piel de seda con la mirada abierta igual que todos algún día, hacia las estrellas que fueron sus confidentes en una noche de gatos y lobos, de hombres malvados y de niños que pierden la inocencia cuando lanzan rocas, creyendo que el dolor no existe, y se alejan riendo en medio de un cultivo de males que se les crece por dentro, si no hallan freno a tiempo y una voz detiene en el aire las rocas lanzadas.

Sí, el gato de rostro grande y dulce mirada, se despidió de la vida, con esa herida en la frente, parecía no sentir dolor, pero regresó a la puerta, en donde una promesa de amor de amarillo color, se dibujaba en aquéllos ojos azules.

No fue quien hirió al canario, jamás lo intentó siquiera, pero su trino quedó grabado en varios poemas, en cambio para él no hubo historia, fue una visita rara, de mirada extraña que nos advertía de algo, pero se llevó la vida de alguien en su trajecito de niño afelpado y dulce.

¿Qué será?, /me dice mi vecina, ¡es todo tan extraño!
Siente un miedo de madre, donde los recuerdos trágicos traen a su hijo menor cubierto de rosas rojas en el pecho, y el llanto se duplicó en una alcoba con una sábana que se abrió, para hacer nudo en la garganta y dejar huérfanos a los niños que tomaban biberón de carne y fuego, y sobaban los globos de madre con esa sonrisa morena que me veía a los ojos, con un extraño brillo y melancolía.

Los gatos adivinan las malas energías, ellos se alimentan de ellas, se las llevan, jamás debemos espantarlos ni maltratarlos, porque todo el dolor que causemos será devuelto, lo vi hace muchos años, con un tipo que mataba gatos y me invitaba con malicia a verlos regados en su patio, su final fue macabro, su nombre era Víctor, lo vivimos en las historias pasadas y lo seguiremos viendo en cada esquina y lugar, en donde se crucifica un gato negro y se ríe de Dios.

Para el gato blanco no hubo clemencia, ese alguien disparó sus rocas sobre su frente, y él tuvo valor de llegar a nuestra puerta y maullar un rato hacia adentro, luego se fue con el mismo silencio que llegó, para verlo en la mañana con la mirada dispuesta al sol, en esa vitrina de su rostro hermoso y joven que no mereció tal suerte.

El canario no cantará más, amaneció igual, con sus pequeñas perlas dispuestas y sus alas abiertas a una libertad donde nada duele y la vida tiene plumas de cristal.

Raquel Rueda Bohórquez
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