Las pequeñas cosas me hacían muy feliz, y hoy, 40 años después, recordando detalles de la vida, sólo partes de una larga historia llena de alegrías y tristezas, pero siempre añorando esa negra mirada de mi padre y a mi vieja tan entregada a su hogar, tan sumisa a su destino, casi que como una esclava silenciosa, pero siempre con una oración en sus labios, entonando una canción, animando en nuestras tristezas y castigando cuando era necesario, ésta era mi familia, y las historias de dolor que se entretejían entre risas y llantos, fracasos y pequeñas glorias familiares, las luchas de mis hermanos, la mía. Ver a mi padre llorar fue lo más triste para mí, nunca lo había visto así, ni cuando perdió todo; cuando le tiraron su buseta, el único medio que tenía para subsistir se la lanzaron alguna vez desde un gran cerro, a él le dijeron que fue un accidente, pero otras personas le contaron lo contrario, ya que a la persona que se la dejó ese día, era alguien que sentía mucha envidia por mi viejo, pero el tiempo es juez y verdugo y siempre el destino nos permite ver algunas veces, que todo lo pagamos aquí, todo lo malo que hagamos a otras personas, que la providencia tiene regalos maravillosos para quien ha sido generoso y bueno, además recuperaría sus cosas de nuevo y ésta vez mi hermano Domingo se haría cargo de manejar para que mi padre descansara un poco, así lo hizo hasta que el destino marcó un nuevo rumbo: Barranquilla, ya mi padre había enfermado y cuando recibimos la noticia, fue muy duro pues tuvimos que estar un rato dentro de la clínica con mi hermana Sofía, para salir como si nada hubiera pasado, y él nos preguntaba qué había salido en los resultados, nosotras no quisimos decir nada, pero su pulmón estaba completamente invadido y tal vez lo tendríamos por muy poco tiempo, pues era muy posible que éste maldito comején hubiera invadido todo su cuerpo.
Hoy lo observo viéndose al espejo, con sus ojos húmedos y yo con una gran barriga de mi segundo hijo, me acerqué y se tomaba los brazos, se estiraba la garra de sus morenos brazos, ya casi pegados a sus huesos, -“mire mija… no soy nada, mire en lo que me he convertido ", yo saqué fuerzas de donde no tenía y lo abracé, tapé el espejo y le dije que no se viera más ahí, que eso era sólo un espejo y un reflejo,y él era mucho más que eso, era un hombre ejemplar que dedicó su vida, su juventud y su fuerza a labrar una historia familiar, que de eso estaba orgullosa, que era el mejor padre del mundo, pero que ahora debería aceptar con la misma fuerza y valentía lo que estaba ahí, una entrega silenciosa al Creador de todo, un sueño terminado, o tal vez, un sueño que hasta ahora iniciaba; lo abracé… nos abrazamos y juntos lloramos un largo rato.
Todos los días lo masajeaba, lo rasuraba, pero ésta semana sucedió algo mientras estaba ahí con él antes de iniciar los masajes que los hacía con tanto amor, cada caricia era una oración pidiendo un milagro por la salud de mi viejo, pero cada día se desmoronaba más, se iba poco a poco, como una tibia corriente de agua dulce con su mirada triste. Amaba mucho la vida, amaba todo lo que le rodeaba y nunca se aferró a nada material, sólo a su martillo y herramientas de trabajo, pero también le alcancé a decir que se olvidara de eso, que no tenía ninguna importancia cuando él siempre nos recalcaba que nunca tuviéramos llena la casa de cosas inútiles, de adornos y muebles que llenaran nuestro propio espacio, que no sintiéramos apego a nada, pues algún día marcharíamos y nada de eso nos podíamos llevar, sólo lo necesario para vivir, y así lo hizo él toda su vida, con su infaltable radiola antigua y su música, y los perfumes que le regalábamos que los usaba sin lástima, pues era filipichín y coqueto enamorado siempre de las mujeres que llenamos su vida, todas las hembras de todas las especies fueron sus consentidas, era un verdadero hombre, dulce y cálido como un gran árbol de frondosas ramas.
Ésta vez lo encontré mirando al cielo, una pared blanca, pero sus brazos levantados como si alguien estuviera hablando con él. ¡Tan linda! – dijo-, yo traté de tomar una de sus manos pero él la empujó, estaba era ahí en ese momento fascinado con esa gran sonrisa y sus ojos brillantes, y cuando le pregunté qué había visto, me dijo que a una mujer muy hermosa, muy bella que le sonreía y lo tomaba de sus manos.
Ya lo sabíamos, el doctor lloró con nosotros, le había tomado mucho cariño pues decía que se parecía mucho a su padre, y al día siguiente, a las 3 de la mañana llegó Juan Carlos a mi casa que quedaba cerca, donde vivo ahora. Sheila, vamos, es urgente, mi padre las necesita…
Sólo alcancé a tomar su mano, recuerdo la tibieza de la que hablaba, como una suave corriente que de pronto llegó al mar, y al momento sentí su mano muy helada…
Mi madre no recordó oración alguna, sólo estábamos ahí todas sus mujeres, todas sus hijas, los muchachos tendrían la tarea más triste… pero en éste momento sólo suspiró y ya mi padre no estaba ahí, había marchado a ese sitio donde ha de estar, si es que los ángeles existen, allá ha de estar subiéndole las enaguas a San Pedro y haciendo reír a todos en el cielo.
El espejo continúa en la alcoba de mi madre, últimamente la he observado detallando su rostro, y su verde mirada tiene un brillo tan dulce que hace que mi corazón dé un vuelco, y un atoro en mi garganta, ese mismo atoro de aquél día, regresa nuevamente…
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, Colombia, abril 9/12