EL
CHICAMOCHA [134]
En
las elevadas montañas se florecen cactus, y árboles espinosos; bordean los
caminos, rocas teñidas del ayer, con las sombras de los pasajeros sin voz que
se perdieron en sus agrestes serranías, en éste lugar de magia y fantasía
habita el Gran Chicamocha.
Por
aquí vivió el Cacique Guanentá dejando una herencia en cualquier peca del
camino, confundida entre las tantas razas que vinieron a robarnos la identidad.
Una
moya de barro, un vestido pintado por manos laboriosas, el maíz azul y negro
que se pierde en el mundo actual, las semillas que fueron pródigas en esos
tiempos, donde la selva era un motivo bajo el sol y la esperanza, eran los
cultivos y labranzas a mano, la caza de la cabra de monte, el tinajo, el cerdo de
bosque, los espinosos puerco espín, las frutas que colgaban alegremente de
inmensos árboles, las guamas largas que guardaban dulces besos de algodón
matizados entre los arrayanes, y las hierbas entre un paisaje rojizo que
sanaban toda fiebre y dolor.
Toda
hambre se calmaba con el sólo valor de sembrar y arar, respetando el entorno. Aquí
las aves eran adoradas al igual que las acequias y quebradas, los manantiales
con la imagen de un ser espiritual que acompañaba en ese viaje corto por la
vida a cada caminante que pasaba por ahí, fueron la única herida en la montaña
llena de milagros y oraciones bañados de un dulce manantial.
Las
frutas de arrayán, su dulce almíbar, ahí las torcazas solían anidar entre
arrullos suaves y aromas a limonar florido.
Aquí
las semillas de agraz alegraban nuestros días ruborizando los labios con
sombras de mujer ardiente y ojos de dulce mirar.
Hoy
el Chicamocha se pinta de otro color, no se detiene el mentado progreso que
traerá sombras sobre sus montañas hermosas, murallas para dividir al hombre y
guardar nuestros tesoros para vender al mundo, y puedan los pueblos morir de
sed, en un mañana cercano.
¿Qué
le queda al hombre?... Ni su brisa contaminada, donde el hedor de la mala
hierba camina por ahí sembrando dolor y sintiendo poder por lo que no es suyo,
pero su nombre es grande, aquí germinaron los valientes hombres que lucharon
por la patria y se extendieron por el territorio agreste, el valor de sus
mujeres demostró que no hay ser humano que se someta a la esclavitud por otro
hombre, y que la muerte, puede ser la libertad más soñada, si nos roban las
opciones de vivir dignamente, y se apoderan hasta de los sueños más livianos,
como es el amor por nuestra tierra de rojizo color y el derecho a nuestras
aguas.
Bajo
su falda encendida pasa la gigante anaconda, la serpiente llena de amores donde
los peces gordos buscan una sombra, para sembrar sus pequeños huevos, y se
dispersa cuesta abajo, hacia tierras mejores, ahondando sus penas entre los
charcos contaminados que el hombre va dejando a su paso, cual almas en pena de
bocachitos que han perdido su corriente para desovar.
El
Suárez, el apellido de un amigo navega por ahí, el buen amigo que nos regaló
caldos y aromas a pescado, el bagre gigante en viejos tiempos y muchos peces
que mitigaban el hambre y que ahora el pesar de ver a sus niños a la mesa, nos
pone a pensar, que poco a poco desaparece la subienda y con ella se irán
también los sueños de los campesinos de arado y azadón, para ser reemplazados
por hombres de metal sin alma ni corazón.
¡Adelante
compañero!… lleva tus aguas al Magdalena, allá juntas serán fuertes y
poderosas, continuarán ese viaje donde se desviarán sus cauces, para inundar
sin querer, la vida de los pobres y sus pequeñas parcelas, que antes fueron el
camino señalado por donde la serpiente bulliciosa debía pasar.
Nada
detiene la ambición del hombre, sólo el poder de lo más alto, ¿pero cuándo
vendrá?...
No estaremos aquí para ver lo que ha quedado, tal vez las grandes montañas del Chicamocha se inunden también y nuevas historias serán contadas por otros, cuando sobre la faz de la tierra, desiertos púrpura aparezcan y no queden ni las cruces de roca del Camposanto de Zapatoca, ni los nidos de las hormigas culonas que tanto han mitigado el hambre siendo el caviar de nuestros ancestros, repetido en los labios de quienes continuamos la marcha sobre un camino de roca, a punto de desmoronarse…
No estaremos aquí para ver lo que ha quedado, tal vez las grandes montañas del Chicamocha se inunden también y nuevas historias serán contadas por otros, cuando sobre la faz de la tierra, desiertos púrpura aparezcan y no queden ni las cruces de roca del Camposanto de Zapatoca, ni los nidos de las hormigas culonas que tanto han mitigado el hambre siendo el caviar de nuestros ancestros, repetido en los labios de quienes continuamos la marcha sobre un camino de roca, a punto de desmoronarse…
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
julio 9/13