HABLANDO
SOLA
Hablaré con la gaviota azul mimetizada con el mar, de su fuerza y coraje
para soportar las fuertes brisas, de los viajeros descalzos en cualquier
camino, robando a cada roca un trocito de arena, y a los árboles me arrimo,
porque ellos orquestan una melodía que aún desconocemos, pero que es la vida
misma, cayendo y brotando de sus ramas.
Me siento parte del paisaje, ya nada importa estar
fuera de aquí, ni correr me interesa, mis manos besan un teclado creyendo ser
la piel de un poeta, no hay quejas ya, como una hoja me dejé caer y al cerrar
los ojos soy parte de un lago cristalino.
Recorro caminos impensados, un tronco seco me contó
una historia de amores, de nidos que se entretejieron y bordaron en sus gajos,
de una sierra que arrulló hasta su muerte, temblando de pavor sin el auxilio de
un hermano.
Hablé con un
guijarro azul, dijo pertenecer al cielo,
y que una estrella dorada la golpeó para caer un trocito de su amor en
mis manos.
Camino largo, pero el día termina pronto, el mismo
reloj viejo que he de ofrecer a un anticuario, porque tanta sed no alcanza para
librarme del cansancio, ni tanto halago llena.
Ahora mismo encontré un espino, flores amarillas
menuditas, con esa fragancia que tienen las abuelas, -niña bonita!, te pareces
a ella, a todas las viejas que se condenaron a servir a otros, siendo poetas.
Se perdieron las huellas de señoras, como grises
tórtolas las veo anidar en placenteros suelos.
Parecen un poco de la tierra roja de mi pueblo, o un
poco del azul del mar que tanto quiero.
Y vuelan, se van con la tarde, se alejan con la noche,
pero regresan un día después entre las
llamas de un cirio bendito y el aroma de un rosario que guarda sus lágrimas.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, septiembre 17/14