jueves, 23 de abril de 2020

230420

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Los días pasan, la gente está asustada porque no sabe qué hay en el exterior y sólo nos atenemos a lo que podemos ver por Internet. 

Ya no veo noticieros, pero sí mensajes en Youtube o Facebook, no todos los creo, ni tampoco hay tiempo para meditar si es verdad o mentira, lo cierto, es que estamos viviendo tiempos muy difíciles. 

Mi generación se va a las patadas, por las buenas no pasó nada, después de los 60 nos sentimos desechables por el sistema, pero toda acción tiene una consecuencia, toda lágrima lleva la misma sal y toda condena es porque la merecemos.

¿Qué soy para decir que fueron los chinos o los gringos los del inventillo del virus?, puede ser que sea verdad, que estuvieron jugando a ser magos y crearon un ente que ahora los acusa,  ¿pero quién nos puede confirmar  que fueron ellos, y no  una voluntad mayor la que causó esto tan peligroso que nos cerca y simplemente los usó a conveniencia?

Prefiero reconocer a Dios en todo el paisaje y saberme parte del gran árbol de la vida, porque de la puerta hacia afuera deben andar los zombies,  esos eran los zombies de las pesadillas, recorriendo la tierra, muertos de hambre, desesperados por comer carne con una garra en sus manos y otra en medio de un corazón de roca, porque la injusticia fabricó el dolor y muchos viven de los desprotegidos, se aprovechan de sus debilidades y los llevan a ser delincuentes y seres muertos vivos muy peligrosos.

El hambre en el mundo y la desigualdad a tope, el virus aleccionador, y nosotros, las pequeñas hojas asustadas ante lo que viene.  ¡Tan incierto es el día de ayer como el de hoy!. 

¿Qué otra cosa podemos hacer que esperar?, ya nadie piensa en acumular dinero porque los que acumularon no saben para qué lo hicieron, los grandes serán derribados y sus poderes no le sirven a nadie, también deben llorar sobre sus bultos de oro y sus barriles de petróleo. 

Pronto lloverá más, serán ríos de lágrimas, pero no hicimos caso a las señales, pensamos que nada iba a suceder con chinos o sin ellos, nos creíamos los dioses del mundo mientras un hormiguero era tratado como basura y se le negaba el sustento de los prados que nacen y renacen, como un milagro, ¡y no nuestro por supuesto!.

Alzar la mano contra el hermano, robar a sus mujeres, violar a sus niños, brindar con la sangre de otros y vivir en desorden, eso era  lo que hacíamos, pero ahora estamos a la par, nadie se puede esconder del furor de Dios porque está vivo y enojado, quienes pudieron ayudar a los pobres se llenaron de ambición y tomaron como suyo lo que no les pertenecía, ahora todos debemos pagar, porque de una manera o de otra, nos dejamos abusar, permitimos que sus armas y su arrogancia nos asustara. ¡Benditos quienes murieron buscando justicia!, seguro que ya están en el cielo prometido, el infierno nos tocó a nosotros por indiferentes con los demás, por inseguros del amor de Dios y por pálidos personajes en este tiempo que nos tocó vivir. 

Tengo un algo en el pecho, hoy tenía mucho dolor, pero hasta miedo da quejarme mientras en la calle los zombies esperan un mendrugo que nos asusta entregar.

Llegó la noche, veo al cielo y todo parece llano, sin nubes ni estrellas, me regocijo con la compañía de mis mascotas y de mi hijo. ¿Si hubiera sucedido todo y me hubiera quedado sola en la casa, qué sería de mí?

El Señor Jesús me ama, le entregué mi existencia y no puedo negar que a veces me asusto, tiemblo en el silencio de la noche cuando despierto de improviso y la sed es recurrente, busco el cristal más fino: un vasito de Nescafé y pruebo de la gloria de Dios en ese silencio que me regala como una joya fina al cuello. 

Es ahí en esos momentos donde nuestra pequeñez se nota, es en el silencio cuando nos damos cuenta que nos chillan grillos al oído y que las cigarras están ansiosas de lluvia, para resucitar un tanto a la vida. 

Mi hija en Alemania y dice que van 5000 muertos al día de hoy, no sé qué suceda luego, en todo el mundo, especialmente en Estados Unidos la mortandad es inmensa, los arrumes de muertos se crecen y el dolor inenarrable de miles de familias nos parece una película de horror. En Ecuador nuestros vecinos los muertos son tendidos en las calles esperando los recojan, la gente le tira a los médicos y enfermeras, a quienes antes se respetaba y valoraba porque el miedo a morir nos acobarda y convierte en fieras. Se crecen los zombies, se arruma el amor cual si fueran vástagos que apestan y el valor por la vida se crece con un demonio que no tiene piedad de nadie. 

Quiero encender un cirio, pedir que eso se vaya, que regresemos a la vida, que volvamos a los abrazos, al trabajo digno y a la paga justa, que el gobierno se dé cuenta de sus errores y los enmiende, que la delincuencia doble las rodillas, que los niños vuelvan a correr en los parques y las aves regresen a sus árboles, que volvamos a dar la mano a los ancianos, que pueda ver crecer a mi nietecita, que los corruptos dejen de lavarse las manos y vuelvan su rostro a la verdad. 

¿Para qué vinimos al mundo? Nos creíamos omnipotentes y mientras enterramos a un hermano pensamos: voy a comprar una parcela grande, allá estaré tranquilo, voy a comprar el mejor carro y la ropa más fina, me voy a viajar por el mundo y luego subiré las fotografías a facebook para hacer fieros a los demás,  pero ahora, son sueños, sólo sueños como verse al espejo y reconocernos más blancos que la nieve que cubre mi cabeza. 

Vuelvo el rostro a tí, en este día nuevo y en esta noche oscura, soy una espiga esperando el favor de tus suspiros para mover mi corazón hacia lo profundo y dulce del tuyo. Soy una rama ansiando un ave se pose en ella y cante su mejor canción al universo. 

¡Qué descansen en paz todos los que se han tenido que ir en esta pandemia! ¡Qué el Señor se lleve pronto a los escogidos y que no sufran tanto, que se queden dormidos viendo salir el sol en medio del mar!

Raquel Rueda Bohórquez 
Barranquilla, 23 04 20