martes, 17 de mayo de 2016

EN ESTE BAZAR (35)

EN ESTE BAZAR (35)

¿Cuánto vale tu amor?
Quiero comprar un poco de cariño,
Que seas leal a tu compromiso
Sin mañas luego, sin enredos.
Que no comprometas tu hombría por dinero
Ni tu felicidad por un sueño ajeno.

Eras tú en mí
Cual garza volando en el cielo;
Dueña del azul celeste,
Matrona de los aires y las brisas
Con sus alas abiertas,
Su falda espaciosa para abrazarte,
Patas largas para doblarme temblorosa
En espera de tu rico caldo de vida.

En este bazar humano todos tenemos precio.
Parecemos unos, cosas muy baratas,
Porque nadie ha intentado comprar lo de adentro,
En tanto otros, arrogantes y vacíos,
Reciben honores por las arandelas que llevan
Y las tonterías que dicen.

Tus joyas nada te harán subir,
Serán como poner una trampa al pobre,
Su mirada no será tan triste
Porque lo moverá la ambición.

Vales lo que otro diga,
Muchos de ti denigrarán
Y se divulgará en el viento tu vida,
Más tu valor es el mismo mío
El día que nos cubran con arena
Y nos adornen con las flores que jamás nos dieron.

He visto ladrones y asesinos de sueños,
Se pasean en carros lujosos,
Viven su día sin pensar en lo pasajeros que somos
En esta barca de la vida.

Pienso en el hambre de mañana
Con esa angustia que llena de agua los ojos.
En las semillas que no producirán nada
Y en las aves e insectos que perderán su motivo.

Ibas a mi lado, parecías el colibrí para mi flor.
Caminábamos los mismos espinos,
Luego la balsa halló un filo,
Se volteó todo, se fueron mis ideales,
Se bordó con el dolor un cuento
Y con él mi jardín jamás floreció.

Todos reían a carcajadas,
Ahora no sé reír, ni sé orar;
Sólo sé esperar del tiempo
Que ha sido juez y verdugo,
Pero también, de vez en vez,
Coloca una sonrisa en el rostro,
Aligera la barca nueva
Con las rocas que la providencia ha vaciado
Transformando en oasis mí camino.

Raquel Rueda Bohórquez
17 5 16





DIGO QUE SOY (36)

DIGO QUE SOY (36)

Esa versión triste de mí, en un frasco viejo;
Ese payaso que ríe siempre con los ojos húmedos.
Esa oveja gris que tiene todo blanco por dentro;
Esa vecindad que no habla, pero grita con la mirada.

Digo que soy una cometa,
Un pájaro volando en círculo;
La dama de escasa cabellera
Que inventa ser una potranca saltando,
Que idea ser un ave cantando.

Esa espiga que espera a que anide un ave;
¡Qué sea gorrión!, me gustan mucho,
Parecen campesinos de rostros contentos
Aunque la paga sea mísera,
Siempre están declamando versitos a sus amores;
Saltan y saltan, semejan niños en los hogares
Y almas de los que se fueron.

Digo que soy la rosa vieja que se deshoja.
Es poco a poco, en silencio;
Pero es el silencio su amigo y redentor
Porque ahí nace un poema,
Resucitan en tus ojos negros y en tu boca.

Es ahí en las rayitas de tus labios,
En tus dedos arañados de bosque y espino;
En tu pecho fuerte y vigoroso
Donde queda mi pequeñez.

Es ahí en donde el mundo me vuelve poeta
Y me siento grande como una hormiga,
Doblo el cuello de ave para bendecir el agua que tomo;
Luego, airosa me vuelco entre las olas marinas
Para ser un ermitaño de nuevo.

Raquel Rueda Bohórquez
17 5 16




A ESAS HORAS (37)

ESAS HORAS (37)

Escribir a lo que no has dicho; a esas frases hermosas que reservaste para otras, mientras me comía la rabia y renegaba de la mala suerte de haberte conocido, en vez de agradecer por las flores que con pasión o mentira, sembraste en el nicho escondido entre mis piernas.

Me gustaría escribir a esos perfumes que gasté en vano, a esos adornos de mis vestidos transparentes y sus colores pegados de mi carne, en tanto tus manos se desperdiciaban en pulpas usadas y rellenas de plástico.

¿Qué razón tengo para no escribir a lo que no hicimos?, ¿que he sido una cobarde?, ¿qué me encierro en la cárcel de los sueños y divulgo al mundo que nacimos para el amor, más no para que nos amen?, es paradójico y simple, es real, la mujer tiene todas las misiones en el mundo, ella ha de llevar la carga de un hijo en su vientre, ha de gritar por dentro cada dolor y arrancarse las espinas sin gritar.

Me gustaría escribirle a esos momentos en que jadeabas con tu cortesana, a esas caricias que eran mías, pero que pagabas por darlas. Tanto heriste que hasta lo invisible del alma tiene heridas que no cicatrizan, ahora pagas por todo el daño causado y no debo ser mujer para dolerme, hay un poder que es más grande que mi gran pequeñez y con eso es suficiente.

Me gustaría escribirle a mi piel hambrienta de ti, que pasó sed y hambre, que estuvo con su corazón palpitando y las piernas deseosas de abrazarse a tu torso…

A eso que jamás hicimos, a una caricia en la cocina, ¡cuántas veces las pedí!, pero tu mundo no era yo, tu mundo eras tú, tu vida, tu libertad de caballo saltando cercas sin arañarse, con ese disgusto que dejabas en casa, con esos gritos que están pegados de las paredes y que han dañado algo más que las ganas de seguir…

A esos cigarros, a esos humos de la vida que se fueron, a esos brindis que no hicimos y a esas uvas que estuvieron siempre dispuestas, les escribo desde mi aposento, con la soledad como amiga y compañera.

Muestro algo más de mí sin la hipocresía que asiste al mundo, con la libertad que tengo de expresar a mi manera lo mujer que vive en mí; es la razón de una búsqueda que grita desde muy adentro, que estoy viva, que necesito de ti, de ese amor que rebota, parece un balón de caucho que se aleja juguetón hacia otro parque, donde no habita la niña que buscaba moras de castilla en medio de un bosque umbrío.

A esas carreras detrás del mundo, un mundo egoísta y traicionero que nos robó las ganas y el amor con sus mentiras; a esas marusas de toche tejidas en los platanales y a esos pichones que no vimos, por andar como enemigos lanzando espadas, en vez de besos y abrazos. También perdí, pero iniciaste la carrera, ebrio y demente y jamás pude alcanzarte, porque no fui ni siquiera la flor que deseabas en tu alcoba, ni el aroma que provocaba tus ansias locas.

Raquel Rueda Bohórquez
17 5 16