CLAVEL
ROJO [30]
A
esa vieja de piel curtida que alguna vez atetó,
con
sus palabras a medio aprender
enseñó
el valor de la honradez,
el
levantarse antes que el sol,
conocedora
de inviernos y veranos
hacendosa
abeja en su panal
arrulladora,
triste y lejana.
Atesora
dolores y pasa cuentas…
Observa
un libro que nunca aprendió a leer,
graba
en su memoria las oraciones
dobla
las rodillas
y
en silencio espera ese beso olvidado.
Ojos
donde las quimeras se desvanecen,
el
arroyo manso parece decantar sus penas,
y
allí, con el cuello encorvado lava y lava,
deteniéndola
solo el cantar de un ave,
o
el arrullo de una paloma.
Despacio
va, cuesta arriba,
cuesta
abajo con su gran maleta.
Lava
el sucio ajeno sobre una piedra
que
aprendió a desvanecerse
sobre
mansos cantares.
Tejidos
fuertes son besados por las espumas
que
lentamente, huían de sus dedos
entregando
sus caricias a la doña,
para
viajar un poco más tarde
y
bajar copos de nieve apresurados
que
en un instante se desvanecen.
Seca
sus ojos empapados en lluvia
y
sonríe al llegar a casa;
pero
una mirada hostil enturbia el brillo de los suyos
y
un látigo le hace palidecer
para
quebrarse una vez más en llanto.
Ayer
hubo entrega de notas en el colegio,
y
ella estuvo ahí desde temprano /día de nuestras reinas,
el
día añorado, donde los claveles rojos son abundancia
y un ¡te quiero madre!,
más
para ella no hubo flor,
ni
un beso, ni una mirada…
¡Esa
vieja no es mi madre!, /se escuchó decir.
Escondido
tras la puerta esperó a que pasara
una
encorvada vieja de triste mirada
que
se quedó viendo al ocaso
en
espera de su clavel.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
enero 22/13