lunes, 4 de febrero de 2013

MI EXTRATERRESTRE 7 [77]

MI EXTRATERRESTRE 7 [77]

Desde que consiguió ese nuevo empleo, anda más afanado por salir a la calle, tiene mucho trabajo, llega dorado por el sol, el dinero es tan poco que escasamente alcanza para lo mismo, pero no encuentro una opción de ganar algo más para ayudar, y siento últimamente mucho miedo; ese miedo a quedar en la calle viendo mis calzones rotos, unidos a los de otros, como un colador, por donde mis sueños se han esfumado, sin poder hacer nada.

Las cuentas cuelgan del mismo gancho oxidado, tan parecidas a las de todos, y con ese temor que no me permite abrir la boca les dejo ahí, esperando la parte que le corresponde y estampe su firma:

E.T: $25.420. Todo exacto para que no haya equivocaciones en nada, y tal vez deje la huella por ahí, para que no cobre dos veces.

Viene con un cargamento tan grande, que sólo ocupa espacio, tan poco dinero, que presiento que el mío se acaba en medio de rabias y sinsabores de la vida, que no vale la pena detallar; pero hoy, viendo la foto de la anciana, con esa sonrisa que no sé si es triste o feliz, pues últimamente la veía muy opaca  y pensativa; se paraba, se sentaba, con una inquietud que no vislumbraba en otro tiempo;   le dolía todo, y no quería el libro gordo, ni sus poemas, y las  pequeñas caminatas tampoco le apetecían, recuerdo también el amor de E.T. por ella. 

A ratos  le decía: ¿Qué tienes madre? y ella sólo decía: “Un no sé qué, en no sé dónde”, una debilidad que no comprendo, como si no tuviera alientos de levantarme, y un desánimo que tampoco entiendo, ese dolor en la espalda, /¡pégueme una sobadita a ver si me pasa!, por ahí está el menticol y una pastilla de aspirina para niños, /decía, mientras al parecer la pequeña pastilla aliviaba su dolor, ese dolor de siempre que convivió con ella y se volvió su amigo en largas noches de agonía, reparando su librito negro y viendo las tarjetas y cartas de sus hijos y nietos, y charlando muchas cosas con E.T. donde ella con todo el amor de madre  le aconsejaba y él escuchaba como un hijo obediente. 

Así pasaron los días, hasta el fallecimiento de mi princesa, donde adivinó la muerte de su nieto Anderson cuando me dice: “Mija, mañana tienen que ir a un gran partido de fútbol, pues soné con el chico de la estrella negra, ya no está, pero no recuerdo el rostro, habrá celebración y toda la familia estará presente” /dijo con esa voz como de niña enclenque que de a poco pierde la fuerza, con sus manos negras de tantas agujas clavadas, y el pecho totalmente morado, pues hicieron un examen sin permiso que tal vez representaba  mucho dinero para el médico, sin importar el dolor de la anciana, quien sufrió hasta el final, cuando ya dormida, sus ojos quedaron como dos esmeraldas viendo al sol de sus sueños.

E.T. amaba a mi madre, eso nadie lo puede negar;  siempre la consentía, y a ella llevaba las quejas /acomodadas claro, a su favor, ella conocía las verdades de todo, pero podía más su amor y su deseo de que el hogar por ninguna razón se disolviera, pues aparte de ser católica, vivía aferrada a esas leyes de la iglesia: “Hasta que la muerte los separe” o también solía decir: “Mejor con Juan, pero peor sin él”, para que sentara cabeza y me aguantara un poco más.

No hay opción, creo que me toca seguir aquí, no sé por cuánto tiempo; me gustaría tener un trabajo digno, pues aquí en mi casa puedo ser la criada de todos, pero no recibo un sólo peso, y también necesito del dinero por desgracia.

Ahora que detallo el rostro de E.T.,  las arrugas lo han cambiado un poco y el ceño no está tan fruncido, su estómago está creciendo  y se  está desentechando el rancho, ahora parece un obispo,  pero ya casi no toma como antes, lo cierto, es que aquél deseo de ayer marchó como mi madre. 

Queda un sentimiento de apego, de costumbre, de ver a la persona por ahí de vez en cuando, y saber que está bien, que tiene buena salud y es vigoroso, que desea hacer muchas cosas, pero demasiado tarde, ya está cruzando la esquina como yo, tal vez si la vida no fuera a ratos tan cruel y las personas tan extrañas…

Ha tirado la toalla por ahí, pero lleva la ropa sucia a lavar /la de él, pues le gusta arreglar sus cosas, aprendió a fuerza de exigir;  la gente se cansó y ahora él lo hace mejor y excelente; no tiene que depender de nadie para que organicen sus cosas, y al menos tiene privacidad como cuando era soltero /aunque siempre lo ha sido. 

Lo veo servir su comida, pues tampoco le agrada que le sirvan, ya conozco a mi E.T. son 23 años conviviendo con un militar que se las sabe todas, menos demostrar cariño a los demás,  creo que lo olvidó en el ejército, la guerra le robó ese diamante que tenía en su corazón, y que con mi madre brillaba.

Lo vi llorar en silencio, sólo había llorado cuando sus padres fallecieron. La visitó y ella lo vio como a uno de sus hijos, lo abrazó con tal cariño que me conmoví, y le pidió que no abandonara a su tontico.

¡No es tan malo!, es más, no es malo, es sólo una víctima más de ésta sociedad, donde se enseña al hombre a ser macho y dominante, y olvidarse de los detalles pequeños, para conquistar el cariño de una mujer.

Dos Santandereanos como dos agujas de punta, no hubo azúcar, demasiado limón, y la relación se quedó viendo al pasado, sin un futuro, con un mundo de sueños atados a los de otros, con una cantidad de cosas que no dejaron despejar nuestros pies del piso, pero mientras haya un poco de ánimo, y vea corretear a mis muchachos por ahí;  tendré una media sonrisa en la boca, y una mirada a los ojos azules de E.T. que a veces no se ven, pero cuando mira sin rabia, son muy hermosos.

Raquel Rueda Bohórquez   

Barranquilla, febrero 4/13

CASA DE MADERA [78]

CASA DE MADERA [78]

Nada quedará de mi rostro,
ayer juventud, alegría,
cantar mecida con las olas
sobre gigantes robles aturdida,
ante el brillo de las aves pasajeras.

No quedará piel sobre piel,
sólo blancos con acabados rústicos,
envejecidos cual ocres troncos,
que en los otoños,

nos regalan los viejos robles.

No quedará ni sombra de tus ojos, ni los míos;
el verdor se tiñó de angustiosos sueños
pero volaron las golondrinas sin alero;
y se quemaron con el sol,

de la tarde.

No quedarán mis labios para sonreírte,
será por largo tiempo una mueca pasajera
de carcajadas que se robará la brisa,
cuando asomes a la última ventana.

No quedarán huellas, ni sombras;

en un pedazo de mármol se leerá:

“Por aquí pasó un ave soñadora,
quedó su amor viendo un atardecer,
se fueron los sueños

aferrados de una cometa de papel”.

Unas cuantas flores muertas
adornan su pequeña casa de madera.



¡La vieja se creía poeta!

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, febrero 4/13

ANOCHE [79]

ANOCHE [79]

Anoche quise probar a estar contigo,
cerré la ventana, me ausenté del mundo,
y como cierto poema,

empecé por olvidar que estaba sola,
que la cortina se movía un instante,
para estar arropada con tu misma sábana.

Dulce descubrir que estabas,
en un instante tu mirada flameaba
y mi corazón parecía reventar,
siendo ola tras ola

ante el ardor y el fuego. 

Anoche quise soñar con tu perfume.
¿Usas colonia fina?, da igual,
sin ella es tu olor lo que me agrada,
hueles a hombre que no dice nada
eres un huracán que me toma, me acaricia,
muerde de la fruta, y me deleito en tu cintura
enmudezco ante tus labios,

que temen herir los míos.

Un sonar de brisa sobre las rocas,
en tu cuello la esperanza de un “te quiero”,
en tus piernas está el manjar que anhelo,
pero lo dejaré para el final,


si se agotan las caricias
y el huracán devastador nos aniquila.

Temo abrir los ojos, ¡ha pasado todo!…
Tan veloz como llegó, la miel se desvanece;
así los sueños, la vida misma en ellos,
pero aguardaré otra noche por ti…

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, febrero 4/13

MIS FLORES [80]

MIS FLORES [80]

Creí que todas estarían conmigo
pero faltan muchas,
las que no recogí, las violetas pequeñas,
las rojas de tu ventana,

las mínimas sobre el pastizal,
y ante todo, faltaron las tuyas.

Aquí no hay sendas, todo lo son,
no hay caminos, este es el camino,
no hay vacío, todo está lleno,
estoy desnuda y a nadie le importa,
duermo tranquila y nadie manosea el interior
ni hurga dentro de mi corazón.

Tengo mis flores conmigo, ¡al fin!…
Los azahares que me robó la tarde,
las orquídeas de mi pueblo,
las begonias violetas de mi madre;
los novios en todos los colores de Miriam,
pero faltan, ¿te ha dejado el avión de la tarde?
ha de ser eso, las esperaré…

Mi jardín tan inmenso, ¡tan bello!
Son todos sus ojos viéndome sin verlos,
todas sus bocas besando, sin sentirlas,
pero la esencia del ausente,

esa exquisita mirada oscura, penetrante,
la sonrisa que toma una copa de vino

y la deja a medias para levantarse,
y entregar mis flores a otra,
esa ausencia es una espina de cardo en los dedos
que se queda bordando tristezas en el alma.

Temo abrir los ojos, la oscura celda se cierra
pero abre la luz de una lámpara azul
con un destello de luces de colores,
y descubro que ya no me importan tus flores,
aquí las tengo todas, y los pétalos tienen voz
que tomo entre mis labios.


Prendida de su néctar
vuelo con mis coloridas alas
olvidada de mi ayer,
y de aquélla blanca flor

que jamás fue…

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, enero 4/13 

A LA MUERTE [81]

A LA MUERTE [81]


¿En dónde estás, vieja de rostro extraño?,
Te burlas de todos a tu antojo,

señalando, te disfrazas de negra oscuridad
donde los dientes enmarañados

en un rostro de mentiras,
acaba con la fatua vanidad.

¿A dónde vas con traje blanco?
Tal vez llorando disfrazada de puta del camino,
o puedes ser vengadora con sedas de colores,
aposentada en mi corazón, metida en mis venas,
enrollada pareces serpiente,

o un comején robando mi vida.

¡Vaya muerte!, a ratos tan odiada
vencedora después del dolor,
aclamada donde no hay amor, ni sueños, ni deseos,
alimentada siempre por un extraño furor
que te hace fuerte ante el débil,
provocando en todos un final temblor.

Perdida entre los rincones de cualquier parque
eres bienvenida a cualquier hora;
pero volteas el rostro hacia el más joven.


Desventurada que tienes nombre de mujer,
pues ahí llegó nuestro don, que en vez de vida,
muerte, en vez de dolor, calma y paz.

¡No quiero verte!, en un rato hablamos,
cuando no quiera éste sol de mis mañanas
ni en el ocaso doblar las rodillas,
para en el anochecer,


descubrir que mi sueño pasajero es,
si un pequeño ruiseñor asoma en mi ventana.

¡Te largas!
No robarás mis ilusiones,
no hurtarás mi vida, ¿o te pertenece?
Creo que me venceré, eres quien manda,
tienes las llaves de mi estancia,
pero las de mi alma no sé de quién son
pues ahora está durmiendo,
y el cofre tiene una clave secreta
que sólo conoce el Señor.


Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, febrero 4/13