miércoles, 13 de julio de 2016

POR LA SIERRA NEVADA (16)

POR LA SIERRA NEVADA (16)

Hay una lámina de cristal que divide el cielo en dos; ahí nos podemos mirar, nos adivinamos en el rubor del sol que parece prender en llamas, y en el bosque tímido, especial para que las luciérnagas se amen y en la tarde se haga un brindis.

Estaba ante mis ojos…con el mismo asombro me veía y con la misma ignorancia lo miraba.

Existe en medio del bosque un hada mágica que mezcla los perfumes y los expande; más no todos se darán cuenta de tales hechos, no todos sabrán que tal aroma sana.

En uno de mis viajes por la montaña, un gran árbol se podaba; los hombres estaban con los pies descalzos, tenían trajes blancos y nada les importó la gente que pasaba; luego vi a ese gran árbol que parecía morir, todo fue inquietud malsana.

-¿Por qué razón lo derriban?, ¿no decían que la selva era protegida?, pero el guía parecía triste y respondió: El árbol brotará nuevas hojas y se crecerá otra vez, con ellos se fabrican las viviendas por aquí, nosotros pedimos permiso al bosque, plantamos sus semillas, amamos lo que tenemos y ellos nos brindan más de lo que merecemos.

-¡Entonces!, ¿no decían que aquí ni un árbol derribaban?, y el guía continuaba su oración: para nosotros el bosque es nuestra vida, Él nos dijo que sí, pero ustedes no saben hablar con la naturaleza, les falta saber caminar por encima de las víboras y conocer el ruido de sus cascabeles; ustedes faltan al respeto al bosque y se llevan más de lo que necesitan, pero eso no significa que nosotros no podamos aprovechar lo que Él nos ofrece; somos amigos, nos amamos mutuamente, no con el amor que ustedes ven todo éste paisaje; ellos temen a sus miradas, se espantan de sus pisadas y lloran, lloran mucho cada vez que regresan…

Luego, sobre la bestia blanca que me llevó a puerto, tuve tiempo de meditar; recordé a las serpiente mapaná que pasaron, a la mariposa azul que me invitó a perderme en medio de tanto verde; recordé a los monitos que hacían morisquetas con timidez y espanto, chillando sus miedos a las aves; recordé el temor luego, un miedo que noté en los ojos del muchacho que descalzo caminaba, y quien llevaba el lazo del caballo en medio de tantas rocas y espinos, con la mirada limpia y ese brillo de niño en sus pupilas; recordé que era su iglesia por donde pasaba, su espíritu conversaba con las rocas, conocía de las gigantes flores, del color de los colibríes que eran besos de Dios en medio de todo, y callé un rato, hasta que el ángel de blanco traje y pies descalzos que estaba a mi lado anunció: ¡hemos llegado!...

Raquel Rueda Bohórquez
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