BRISA
[86]
Con
la brisa aprendí a descubrir el olor de la vida;
traía
desde los morichales el cantar de un mirlo,
siempre
ensombrecida una laguna bajo un robledal,
pero
ella invisible, me hacía soñar.
Una
hoja desvanecida bajo mis pies y al segundo volando,
caída
luego sobre una corriente que la inundaría de besos,
y
otras, pisoteada por el caminante.
¡Tanto
me enseña la brisa desde el amanecer!…
El
salobre mar que busca el Río Magdalena,
los
barcos que se arrojan con valentía sobre sus olas
y
el murmullo de las rocas, si la brisa las toca.
Aprendí
que la brisa es la dueña de todo
hasta
de los besos de mi boca.
En
noches oscuras era quien advertía
olor
nauseabundo a trapo viejo,
macabro
sonido impulsado por el viento,
suspiros
en pecho agitado,
el
corazón, mi tiempo.
En
una rama un colibrí,
en
una hoja una oruga,
antojada
la brisa las hizo caer.
Incierto
andar
donde
ha de acontecer
que
tiene tanto poder
que
de la vida es dueña.
Al
abrir de los labios,
al
cerrar de los ojos,
a
la quietud del corazón,
al
suspiro en mis pulmones,
a
la dueña de la vida
que
invisible pasa,
a
la brisa un son…
De
nuevo ante su frescor me aliento,
un
abanico de penas en el horizonte
dispersa
los aromas y los disuelve.
Flauta
de mágicos sonidos
se
adueña de la cumbre.
Entre
los pulmones la vida retoza
Y ella
trae desde su alar
el
perfume de las rosas.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla
julio 13/13