Lunes,
21 de enero de 2013
A esa
niña de greñas oscuras ensortijadas
su
mirada llena de verdes praderas,
la
vi con el totumo del agua
en
un pequeño riachuelo,
entretenida
en el nido de un mirlo,
hurtando
pichones para alegrar sus días.
A
esa muñeca de traje raído
donde
vivir como una cabra
dijo
que valía la pena.
Sólo
balaba mi niña querida
y
en brazos de una anciana
dormía
temprano,
junto
a un regazo de hierbabuena.
Construyó
poemas entre las zarzas…
No
se privó de escuchar la serenata mañanera
si
los versos de las aves le despertaban
y
el gallo cantaba las veces que quisiera.
Cerca
de su rancho,
tan
cerca de su cama,
el
azor consumía su alegría,
pero
la niña tomaba un rosario en sus manos
y
a la Virgen Santa, a la reina amada,
rogaba
por un día
donde
esa sombra se desvaneciera.
Creció
la muñeca con esa cándida sonrisa,
la
poesía llenó sus labios de brotes,
la
primavera de sus pechos adueñada,
y
una guitarra inició los sones del tiempo
donde
amar era el motivo,
para
inflar vientres de luna llena,
escuchar
el cantar de los niños
cual
si lluvia fuera,
y
el beso de su amor
una
oración tempranera.
Vio
a su padre partir cualquier día
pero
nunca regresó…
Los
goleros soñados lo comían vivo
la
chusma iniciada por colores de partido
hicieron
de su carne fiesta,
de
su dolor una elegía.
Fueron
17 lunas llenas,
donde
tuvo que donar de su cosecha
a
ese hombre dueño del huerto
que
se llevó a su niña, a su Rosita,
al
morir también su amada madre.
¡Ya
pasó todo!… hoy se vistió de galas,
una
blanca camisa bordada de Miriam
/la
niña de sus ojos,
un
ramo de rosas blancas regalo de Jairo,
un
escapulario pedido, un crucifijo…
El
riego de miles de ojos
que
aún hoy les recuerda,
que
la niña de ojos de fresca hierba
y
mirada triste,
era
mi madre…
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
enero 21/13