Bienvenidos a mi blog, una experiencia de sanación, proyectándonos hacia el planeta verde, y el respeto que debemos al derecho de existir de los seres que nos acompañan en éste corto viaje por la vida.
Gracias por ser parte de mi pequeña historia
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Estaba inquieta como todas las noches, mi hijo no
regresaba, ayer tenían presentación en Bellas Artes, él se estaba tomando muy
en serio su estudio de música, y se concentraba tanto en ello, que no se daba
cuenta que existía otro mundo fuera del suyo.
A veces gritaba como un niño porque interrumpíamos
su estudio, y tenía que reprender a ese demonio, ¡qué pasa!, ¡se calma!, ¡tampoco
es que por esto tengamos que aguantar sus arranques, no señor!, pero él no escuchaba,
esos gritos que desentonaban con lo mágico de su pentagrama.
No supe en qué momento estaba hablando con dos
amigas, su piel muy negra, así como el novio de Verónica a quien llamo merecumbé,
y que con una carcajada recibe mis bromas cada vez que viene a casa.
Mi hijo necesita un piano, no puede estudiar con
éste equipo, ya se han extendido las octavas, el camino se crece, se vuelven
gigantes mis ilusiones en éste andar de gitanos en que nos tiene la vida, en
éste mendigar de sueños que vienen y van, y queriendo atraparlos estamos viejos
y cansados.
Hubo un llenar de bocas, una respuesta inmediata, y
se pusieron grandes y sonrientes, la dama de ébano me agarró de gancho
con mucha complicidad, y me dijo que en su casa tenía dos pianos antiguos
amontonados, que ella me los regalaba, y en mi emoción no pude disimular perlas
de sal que se escurrían como cabritas de monte por las pequeñas montañas de mis
pómulos.
Era enorme esa casa, siendo mi amiga, ¿cómo antes
no pude visitarla?, pero ahí estaba, primero me mostró uno más pequeño, pero me
tenía con un grito atorado en la garganta, luego grité fuerte, pero ellas no me
escucharon, ¡Dios Santo!, es un piano de caoba, madera fina y brillante, estaba
tallado bellamente y sus patas parecían de lorito hacia los lados, como
queriendo caminar teatros y colegios, estadios, salones de reyes, acostumbrados
a su magna belleza, y corrí, pensé en la emoción de mi hijo cuando llegara a
casa y viera éste milagro en nuestra pequeña sala, luego pensé que no era tan
enorme, además no tenía esa gran cola, era plano, ¿cómo lo clasifico?, mientras
husmeaba sus partes y tocaba la madera, vi un número tallado en una lámina de
oro en la parte de atrás, y la dama delgada, mi amiga de Ébano, corroboró que
sí, era un piano muy fino que habían dejado ahí, pero que ella no necesitaba
más cosas que llenaban su casa, tampoco tenía intención de venderlo, pues la
verdad, había encontrado una razón mayor para ubicarlo donde darían su
verdadero valor.
¡Gracias, gracias!, y la abracé fuerte, mientras la
otra amiga sonreía, luego levanté una tapa para buscar el teclado, pero no
existía, alguien se lo había llevado, mi
desilusión aumentó, de un momento de intensa felicidad, pasé a una gran
tristeza. ¿Por qué razón siempre vivo triste?, ¡ay eterna melancolía que hasta
en sueños me cobija! Y ella acariciaba mi hombro, pero ésta vez pude ver esa
enorme sonrisa, era como si en un instante en el cielo más negro, hubiesen
florecido todas las estrellas.
Sus ojos resaltaban en medio de su rostro delgado,
se marcaban esas líneas, se me pareció a Louis Armstrong, así, como una luna
que emitía rayos y todo ese resplandor cobijaba mi espacio, y entonces dice: ¿para
qué te preocupas?, éste lo puedes usar como un tocador, es muy hermoso, y ahora
veremos el otro, y nos dirigimos a otro gran salón donde todo era muy grande,
en éste espacio cabía mi casa, muchos estantes de madera todos llenos de
cristales y adornos, y recuerdo en especial esas dos grandes copas talladas,
ahí cabía un litro del más exquisito vino, ¿para qué tan grandes?, debían ser
de adorno, y cuando dio la orden de que destaparan el otro piano, una de las
copas cayó y se quebró en mil pedazos.
¡No por Dios!, esto es un mal presagio, dijo
ella, pero luego advirtió que hicieran con cuidado las cosas, casi se cae
otro jarrón enorme, pero el tipo alcanzó a recuperarlo y después de ahí, lo vi,
era mucho más grande que el otro, su madera me causó curiosidad, era del mismo
color de la piel de mi amiga, tampoco tenía esa gran cola sino que era plano,
no tan hermoso en su talle como el anterior, pero sí lo superaba en el espacio
del teclado, y cuando llegué a él, vi que no tenía teclado sino que era una
plancha de acero, tenía muchos puntos que sobresalían, así como repujados, como
esa letra especial para ciegos, y en esto, en ese mundo en donde estaba, fui tocada
por una mano de ángel: ¡ey mami!, los 10 mil pesos para el bus!