lunes, 4 de abril de 2016

LE FALTA UN GORRIÓN (75)

LE FALTA UN GORRIÓN (75)

En este árbol hace falta un gorrión, ¡es verdad!, no hay nieve, está lleno de frutos y esperanza, le da el sol de la mañana y lo besa el de la tarde, tiene armado un corazón en mi esquina, para que cada día adivine la soberbia del astro entre sus gajos.

Ha contado la historia de otras aves, ha sobrevivido a pesar de todo. Siempre ruego porque no lo derriben como al de mi otro lado, pues ahí venían cotorritos y el mirlo a canta, y con sus maromas sobre los frutos rojos, me solía contentar.

Ha quedado un vacío, pero en éste árbol anidará alguna vez un gorrión. Hace muchos años no veo uno, son la metáfora del amor y la felicidad, se contentan con un pino frondoso o un rincón cercado de orquídeas, y desde ahí, saltitos y saltitos dan, en medio de sus cantos pequeños que alegran las mañanas y nos invitan a un abrazo, mirándonos a los ojos, atrapando esas estrellas negadas en algún tiempo...

En este árbol estacionado en mi esquina, hace falta un gorrión...
 
Quisiera un gorrión con ese mismo fuego tuyo, pero no para las aves que pasan y pasan a tu lado, sino para mí, y verte cantar, sentirte abrigar, bastaría con este fuego que al tuyo encendería, ¡pero sí!, a este árbol le falta un gorrión...
 
Escuché que el gorrión le confesó con un trino a su gorrioncilla, que sería bonito vivir dentro de ese pequeño árbol, ahí se abrigarían, la brisa no sería tan fuerte porque las ramas soportarían su embate, -ella sonrió-, ¿sabías que aparte de cantar, a veces ríen los pájaros?, -le respondió un poco tímida, no sé cómo seas en verdad, pero me veo en tus ojos, hay una sensación de ahogo, abro mis alas y deseo estés bajo ellas para dormir éste invierno contigo y esperar el anuncio de la primavera.

Luego el gorrión se alejó y ella se quedó pensando: ¡qué triste se ve éste árbol sin un gorrión!

Al árbol arropado de nieve, a ese le comunicó de su frío, y a ese pequeño árbol le dijo que lo sentía lejano, cubrió un manto cual blanca cabellera y el bosque se llenó de sueños.

Poco a poco, sin importar el tiempo, ya no tocaba sus melodías, ya no sonaba sus canciones y serenatas, había un extraño vacío, una sensación de irse en alguna bandada hacia otra estación, y la gorrioncilla  no escucharía más su hermosa voz sencilla, pareciendo el aroma de las orquídeas en medio de las tejas rojas que adornaban el viejo balcón.
 
El silencio de los toques me grita que tu cantar ha enmudecido para mí, entonces me aparto del ruido de tu bosque y dejo que canten para ti el resto de aves.

Siempre esperaré a ese gorrión en mi árbol, ¡siempre deseé que fueras tú!, pero la tempestad es acusadora y la nieve ha tomado ventaja en mi pequeño árbol, sé que el verano se encargará, y estaré ahí esperándote en la misma rama desnuda que dejaste de blanco, esperando por tu amor.

Raquel Rueda Bohórquez
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ESE RUIDO (76)

ESE RUIDO (76)

Mi alma escucha a la tuya en un limonar.
En este ir y venir de tus alas,
 He sentido que tú, tan amado,
Siempre estarás a nuestro lado.

Dime gorrión si tienes mojadas tus alas.
Hay un manantial cerca de mí,
Que ha tocado ese extraño ruido
Que acontece al cerrar los ojos,
Y al morir un tanto en las noches,
Y volver a resucitar para saber que no estás.

Luego viene un despertar... 
Tu presencia es una hoja en movimiento;
Ese parpadeo raro de la luz al moverlas,
Ese canto extraño que jamás había escuchado,
Y tu disfraz va de mochuelo pico amarillo
A cardenal copete de rey. 

Entonces no sé qué hacer conmigo,
Corro en círculo, parezco un cabrito feliz,
Regreso de nuevo a la música
Y el júbilo es cual brisa helada de diciembre
Que viene a calmar tantas ansias y ruegos,
En esa estancia que ando y ando, 
Y adivino una fuerza
Cerca de los robles florecidos en tu esquina,

En esa curva del camino
Que te halló bendiciendo la vida,
Enamorado más que nunca de toda espina,
Que clavó en tu vida la espada de una rosa,
Y la dejó dentro de ti extendida.

Raquel Rueda Bohórquez
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SOCORRO (77)

SOCORRO (77)

Socorro dio ese salto;
Se dio cuenta
Que del otro lado:
Cardos y rocas.

Pero nada dobló su cuello,
Continuó caminando,
Intentando...

Un final
Es sólo otro inicio
Lleno de flores del campo,

De escarpines rosados,
Carcajadas mil;
Y vivir el instante.

Raquel Rueda Bohórquez
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KEVIN (78)



KEVIN (78)

Escucha hijo:
Soy la música.

Magia que entretiene
Tus oídos,
Regalo de los dioses
De la brisa.

Escucha:
Soy el cantar del bosque,
La orquesta y su director.

Shhhh...
¡No hagas ruido!
Si te hieren,
Lo hacen conmigo.

Soy el centro del sol
Por donde todo inicia.

La primavera,
La última gota de rocío
Y la primera que sabrá
Si estás feliz o triste.

Más no te afanes,
La música es mi regalo
Y con ella serás feliz,

Así las aves con su flauta
Y el delfín con el mar.

Raquel Rueda Bohórquez
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TU AMOR (79)

TU AMOR (79)

Si existe el cielo,
Si al marchar
El día señalado,
Todo estuviera
De mis ojos borrado;

Espero
Que en mi alma
Haya quedado
El más puro amor de todos:

El de mi madre.

Raquel Rueda Bohórquez
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TUS PADRES (80)

TUS PADRES (80)

Nunca te avergüences de tus padres;
Gracias a ellos estás en el mundo.

No los juzgues
Por lo que no pudieron hacer por ti
Ni divulgues que harás más por tus hijos
De lo que ellos intentaron.

Procura que tú historia
Sea basada en la verdad, la justicia y el amor,
Y habrás dejado una gran herencia.

Pero nunca bajes la mirada.
Si te sientes grande y soberbio;
Ni seas cruel ante su humildad,
Porque la vida devuelve cada mala acción.

Más una oración de madre
Vuelve liviano el castigo.

Raquel Rueda Bohórquez
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SENSACIÓN (81)

SENSACIÓN (81)

¡Qué bonita sensación!

Parece que tu hogar
Está vestido de oro,
Que se empeña el Creador
En sábanas de lino
Derretidas entre las aguas
De tus ojos cristalinos.

¡Qué hermosa sensación de verdes!
Parecen trocitos de tus ojos
Por la rivera.

Son ángeles que van y vienen
Ajustados entre la brisa.

Tus palabras bordadas
En hilos de diamantes,
Enredadas con lágrimas del mar.

Raquel Rueda Bohórquez
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A ESE ÁRBOL CAÍDO (82)

AL ÁRBOL CAÍDO (82)

La nieve es la promesa de que mañana el bosque mostrará de nuevo su grandeza, y las aves retornarán a formar orquestas y a buscar ramitos secos para fundar iglesias.

Él cayó, pero estoy segura de que murió en pie, y ahí estuvo, hasta que la brisa terminó su obra. Así somos, ese día no habrá viento tocando nuestro pulmón, se irá porque necesita impulsar el alero de nuestra alma.

¡Un joven árbol, hermoso, hasta tenía ojos!, su color miel estuvo en los míos por más de 20 inviernos con sus primaveras y veranos, ¡lo recuerdo tanto!, teníamos gustos iguales, a los dos nos encantaba Bob y toda la poesía que sus hojas regalaran, pero muchas no fueron leídas, no hubo tiempo para escribir sus historias, y ellas ni siquiera lo pensaron, se fueron lentamente, cambiaron de color, fueron tierra húmeda bajo cualquier roca o entre el paisaje que se nos permitió por un día más.

Era el árbol más hermoso, de eso tengo memoria, tenía su tronco fuerte en donde nos pegábamos todas y sentíamos ese gran corazón, parecía un sonar de campanas, semejaba un potrillo salvaje ansiando volar por entre las cuestas más empinadas de la vida, más hubo un día en que hubo un freno; ese día mi árbol se sostuvo en pie y abrió sus brazos, era así, tenía brazos fuertes, eran cobijadores y frescos y con la brisa lo escuchaba cantar, reír, llorar…

Sabía cada historia del camino, a veces peleaba con los árboles vecinos por lo que injusto parecía, y continuaba luego, como si nada, perfumando, siempre perfumando sin importar la estación.

No pude verlo, ese día estaba adivinando su alma sobre una rama; recuerdo que le dije a mami: ¡mira madre un canario dorado!, tantos días viendo hacia ese árbol frondoso y había renegado porque no había adivinado un solo pájaro, y ese día, recuerdo que era de tarde, casi las 3 pm de un día 3 de mayo, y él inició a volar ante mis ojos, saltaba con gracia de gajo en gajo y luego desapareció para siempre.

Retornar al huerto fue triste, pero el ave continuó cantando en su bosque, ese día llovió a torrenciales, ese día llovieron perlas en todos los ojos y no podíamos comprender la razón de que un árbol tan joven hubiese caído.

Luego de muchos días, aprendimos que el árbol siempre estaría ahí, hasta que el viento en su andar se antojara, y se antojó del más joven y hermoso.

 Recuerdo su último abrazo, estaba sudado, parecía que había llovido por dentro de tanto correr, y no me importó mojarme de él, nada me importó lloverme en su cálido mirar y no me importa ahora seguir lloviéndome por dentro y por fuera, porque éste árbol era muy amado, para olvidar que su grata presencia siempre estará cantando en nuestro propio árbol, porque somos esencia de la suya.

Raquel Rueda Bohórquez
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