ÁFRIKA
(38)
Recuerdo
sus almendrados ojos que no se detenían, siempre fijos en mí, como su motivo
diario, y el mío tan lejano, en cualquier roca estacionada viendo hacia las
nubes, hacia la nada.
Se
paseaba un moreno obrero con la sonrisa solapada y ella al instante sus orejas
levantaba, no lo podía ver, pero ella sí, le olía, iniciaba su angustia si
entraba a la finca armado con un pedazo de tronco.
Enfurecida
empezaba a verlo con rabia, me miraba una y otra vez como queriéndome advertir
de algo de lo que no me enteraba.
Le
dije cierto día cuando la quería golpear, que ella sabía algo que no yo, pero
que algún día lo descubriríamos. -¿Cuénteme, por qué razón África no lo quiere,
si ella es una perra mansa y dócil y no ataca nunca a nadie, es sólo con usted
la bronca?, y respondía con una sonrisa socarrona, /que no sabía la razón, que
simplemente lo odiaba porque sí.
Se
empezaron a perder las cosas en la finca, realmente siempre se perdían, los
animales, los pollos, los chavarríes, gansos,
se traían los rollos de cable y él era quien estaba siempre dispuesto a
colaborar, una y otra vez, sin saber que a los dos días o al siguiente, alguien
se había robado todo.
Se
roban una moto bomba y mi esposo decide comprar una nueva, el primero que llega
a colaborar y aconsejar es él, con esa parsimonia y pereza y África enojada,
como diciendo: ¡Eyyyy mami!, no confíes en ese petardo de mierda!, pero a pesar
de sus enojos nunca descubrimos nada.
Pasó
el tiempo, los ánimos decaían, pues era difícil gastar dinero tratando de organizar
las cosas y que alguien siempre estuviera robando tu trabajo, y el esfuerzo de
tanta labor tirado a la basura.
Recuerdo
al moreno, pero olvidé su nombre, es mejor olvidar pues siempre me generó
cierta desconfianza, y los ladridos de mi perrita me decían de algo que ella
trataba de alertarnos, pero que no descubríamos.
El
moreno decidió conseguir amante, una vecina de la finca que tenía problemas de
locura. Nos causaba mucho pesar, duraba días sin comer, como si su boca se
mantuviera sellada con un candado, sus
manos se tullían. El muy bruto la golpeó
muchas veces, pero ellas lo seguían aceptando, pues su pobreza extrema las
sometía a este ser desprovisto de todo.
Al
poco tiempo fallece su hermano, también con el mismo problema de locura, sin la
asistencia de nadie.
Fueron
dueños de todo el terreno que veíamos, más de 5000 hectáreas que el padre en
medio de sus locuras vendió, pero muchos se aprovecharon de su situación; les
quedó algo menos de una hectárea donde tenían su rancho pegado de nuestra
parcela, que alguna vez fue de ellos también.
Por
aquéllas cosas del destino, mi esposo llegó a un sitio donde reparan equipos,
buscando una moto bomba de segunda, pues ya le habían robado dos nuevas y no
quería exponer su dinero nuevamente, pero el tipo le ofrece una idéntica a la
que se había perdido, y ante su asombro, con pelos y señales le dijo quién se
la había llevado. ¡Claro!… el moreno tramposo y solapado, del que tantas veces
mi perrita me quiso advertir, no permitía que estuviera cerca de mí ni siquiera
a 2 metros de distancia, ella lo sabía desde el principio.
Esa
semana se descubrió todo, casi lo matan en otro sitio donde también era el gran
amigo, y sólo llegaba en las noches a robar lo que en el día ayudaba a
organizar, y le advirtieron que si regresaba lo matarían.
Terminó
la historia del ladrón viviendo en nuestra propia casa, el de más confianza,
pero como los perros tienen un olfato
excelente, a mi doberman no pudo engañar.
Pasamos
tantas veces conviviendo con el enemigo, aquellas personas a quienes les hemos
entregado más que nuestra confianza, pero el tiempo se encarga con cada uno,
juez y verdugo a la vez es el reloj, y nuestros ojos se permiten ver el castigo
al impío.
África
tendría un final muy triste, pues decidí regresar a la ciudad con mis niños, a
los pocos meses que se contrató a otro muchacho: Orlando, de quien hay una
historia pendiente. A mi niña de color chocolate y ojos almendrados, la dejaron
morir con 14 cachorros, decía mi madre que sobre un colchón lleno de gusanos, y
la sangre de su último y triste parto, donde no estuve para ayudarle, y poco a poco, sus cachorritos murieron con
ella.
Encontré
una imagen idéntica a mi perra, no le quise cortar las orejas ni la cola, y tal
vez no recuerdo una fotografía donde esté ella, otras prisas ocupaban mi
tiempo, y era precisamente el criadero
de perros que había organizado, pero que me estaba agotando terrible, pues no
se permitía a nadie colaborar y finalmente no aguanté más abusos y dejé todo...
mis niños, mis sueños, los atardeceres, los jagüeyes con sus preciosos lotos en
flor para continuar con mi vida y otras historias.
Llevo
en la conciencia la muerte de África con sus cachorritos, el abandono a los
otros perros en manos de gente que poco
los amaba, pero tenía que solucionar lo mío con mis hijos, a los pocos días
regresé por los perros y los traje conmigo, regalé algunos y dejé los que podía cuidar, entre ellos los
Beagle, la raza preferida de mi madre, aunque ella amaba a todos por igual le
parecían encantadores y dulces, siempre se comportaban como bebés aunque
estuvieran ancianos.
África
y Tayson fueron los perros que más amé, me di cuenta que la mala fama que
tienen algunas razas son infundadas, y que éstos perros son fieles a morir,
protectores con los niños, son realmente seres angelicales, guardianes que dan
su propia vida por protegernos.
Cierta
vez mi hija Marly se perdió, acudimos hasta a la policía y como último recurso
llegué al patio, y para mi sorpresa, estaba abrazada de África en un rincón de
la perrera. La perra me miraba dulcemente, como diciendo: "No te preocupes
madre, aquí la estoy protegiendo", fue un sentimiento maravilloso, y mi
amor por los animales fue creciendo cada día más, hasta considerarlos el mejor
regalo de Dios para el hombre".
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
mayo 24