LLAVES DE MI CORAZÓN (12)
En ese instante que deseé morir, apretó fuerte mi
estómago, y el corazón frenó; a veces frena, ¡no sé la razón!, pero aunque
pierda esas llaves, seguirá rondando en éste valle el sonido de mis campanas.
¡Todo es púrpura!, un día presentí que me ahogaba, todo
era rojo y nadaba en mis propias aguas, me asfixiaba con mi propia sangre, pero
más allá de todo, dejé de sentir dolor, fue ahí también que advertí el color de
las rosas en otra primavera, con otras estaciones que llenaban mi frágil
existencia de felicidad.
Caminé sin pies y volé sin alas; mi cuerpo era una barca
a la deriva, inicié a escuchar, ¿cómo podía escuchar estando así?, advertí que
mi cuerpo era una cárcel y alguien abrió mi puerta, todo mi río se regó dentro
de mí, ahí fue que me vi a mí misma, ¡heyyy yooooo!, ¿qué haces ahí?, mi yo
respondió con una carcajada: ¡jajajaja!, ¡qué feliz estoy!, ¡mira yo!, ¡mírame
ahora!, puedo ir y venir en el tiempo; estoy donde me piensan y me alejo del
lugar donde me olvidan.
Mi yo se vio por primera vez en un espejo claro, estaba
lloviendo dentro de mí, viajaba en medio de versos de espuma y poemas tan
azules, que parecían un lago en quietud.
¡Ahhh!... ¡Qué hermoso se siente ser libre!, ¡nadie me
amaba más que yo!, ¡qué tonta cuando confié en quienes me traicionaron!, pero
ahora puedo ver sus almas, no pueden tocar la mía, porque tengo el don de ver
sus oscuridades.
Luego de ahí, un río inició senderos, ¡qué precioso es mi
río!, ahora soy lago y en un rato mi púrpura vida será muy blanca, semejando la
aurora de mi madre.
¿Es un amanecer mi madre?, ella amaba todo, el paisaje
para ella era Dios y el sol su mirada ardiente.
¿Cómo no me di cuenta que caminaba al lado de una santa?,
¡cuántos hirieron a mi madre y blasfemaron de ella!, pero jamás vi odio en su
mirada, ¡claro que como ser humano que era, también recordaba cada cosa!, y en
sus oraciones decía: Perdóname Señor por cada error en mi camino, decido
perdonar cada espina y cada roca, agradezco por ellas, pues han sido las
heridas quienes me permitieron ver tu rostro.
Y pasó todo, vi la última estación en su mirada, pero me
ganaron en cerrar sus ventanas, siempre quise que estuvieran abiertas y
entonces no peleé por eso, ahora me veo en ella y cruzamos de la mano sobre una
montaña, ¡parece raro!, pero así es, parecemos el caminar de una hoja sobre las
azaleas, somos aroma que va y viene en medio de un gran bosque de sueños, de una mano invisible, un estero inmenso, hay
frutas de todas las que jamás había probado, y nos descansamos bajo un alar de
hojas, nos cubrimos con todos los sueños de mariposas y pájaros azules y empezamos a correr... ¡espera madre!, y
ella me hace guiños detrás de un olivo, ¡eran dos olivos!, sus propios ojos
verdes en donde me refugié y volví a cantar, a creer y a confiar, pues sus
brazos eran la certeza de que Dios en verdad existe.
Sus manos tenían mis llaves, ¿son una copia madre?, ella
sonrió de nuevo, con esa medio sonrisa de timidez de antes, su rostro era miel
para un abejar, y sus manos, tórtolas tibias que tocaban esas fibras de mi
alma, y secaban de mis ojos pálidos con sus gotas de rocío, que penetraban sus
propios párpados, y nos hacían sentir como una, en ese raro acontecer de sus
ventanas abiertas.
Mi corazón inició
a palpitar, ¿es navidad acaso?, más en este sitio no existían fiestas, todo era
una fiesta en medio de enormes sombras que se disipaban ante la luz del sol y
corrían veredas y castillos, habitados por un solo Rey, con un velo de seda que
se esponjaba ante su presencia, cual blanco pavo real, enamorado de la
sencillez de sus hembras.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, febrero 23/16