miércoles, 20 de abril de 2016

EN TU MIRAR/A Gian (25)

En tu mirar, el sol se me hace pequeño.

EN TU MIRAR/A Gian (25)

Azota cierto frío en mi ventana; un ente acusador conversa luego con el árbol inexistente de la casa que sigue a la vecina de la esquina, un ¡jajajaja! de mi hija Carolina se escucha, al querer colocar títulos a un poema.

El perro ha levantado la pata y ha meado el árbol de la vieja chismosa mata gatos, y una sonrisa nueva veo en mi rostro; parezco una bruja con mi escoba barriendo a trazos, luego mis pastas he devorado, porque alguien gritaba en mi estómago.

Una vez aquí, todo se llena de luz, de fantasía; veo a tus ojos negros y el cielo se llena de estrellas...

Alguien se pregunta: ¿Será que tiene amante?, tal vez sea ese poeta que camina hojas secas y escribe tristezas y alegrías en ellas, ¡ha de ser, está sospechosa!, y mi pregunta: ¿a quién importa un veranillo, si el sol nos besa por completo?, pero nadie comprendió nada, todos entran y salen, revisan e imaginan, luego no sé qué responder a tanta inquietud, regreso al castillo en su pared, reviso si las flores se han crecido y si el árbol todavía es de papel.

Te veo ahí, un poco de temblor y soledad, un tanto de frío ardiente; sucede en esos días de fiebres raras que nos topan al descuido, entonces llego a mi ventana y te envío mis suspiros, esos te quiero que grito en mi silencio, pero sólo una estrella escucha.

Iniciamos a caminar versos de amor, nos versamos la vida con intensidad, saben a rico en medio de ésta soledad tan grave, pero que nos bendice siempre, porque me acompaño del cielo habitante de tus ojos, y me verso una y otra vez en ti y en tus labios que parecen rubíes por la fiebre y flores desnudas que bailan al son del viento.

Todo fue culpa de tus ojos que siempre iluminan mi oscuridad. En cada noche ronroneas a mi corazón dulces letras y me araño pensando que estoy contigo; luego maúllo mis hambres de ti y corro en mis sueños hasta alcanzarte, hasta hallarme en medio de ese inmenso mar y me ajusto a tu pecho para ver alzar vuelo a las gaviotas y sentirme querida, levantada, animada por otro día contigo, bendiciendo cada vez la dulzura de un amor que nos halló lejos, muy lejos de la estación del tren, pero que nos junta cada tanto entre las sombras de la noche y la corriente altanera de las brisas que respiramos, que saben a sal del mismo mar y a luz del mismo sol.

Raquel Rueda Bohórquez
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