LA BRISA Y EL VIENTO
Me hablaron del viento en un poema,
de guitarras y mujeres, tan viejas y parecidas.
Dijeron que la brisa y el viento son amigos,
compañeros de por vida, y alcahuetes;
sudarios de terciopelo, fabricados con lana virgen
o estiércol de gusanos, para tapar lo inmundo
y hacernos ver
como méndigos o reyes.
Se escuchó al bardo más necio de todos
que en la voz de un niño se hizo joven y cantor,
enmudecimos como ayer, creyendo que somos sus amigos,
azotando ventanas y lirios frescos contra el pavimento.
Pasó ligera y suave, invisible y soberana
cruzó ríos y cañadas, del cielo al infinito
y del final de una oda hasta el nido de un águila
remontándose sobre
las nubes y llorando,
porque el poeta de la esquina había muerto
y su cuerpo era el suyo y sus alas viejas
eran su nuevo traje, llegando a la cúspide oscurecida
de cualquier montaña.
¡Vamos!… me dijeron…
ahora cantará tu niño, entre todos
el más greñudo ¡es él!… un orgullo pasajero
y la brisa movió sus cabellos negros de alazán
¡mi potrillo!,¡ tan lindo que te ves sobre esa mesa de madera!
donde los aplausos son un regalo prestado del viento,
y el corazón de una madre se entretiene
con mojados ojos, en silencio.
La vi recorrer también éste camino, junto a mí
y al llegar a casa, insoportable calor casi me vence
no hay afán, no hay llaves para entrar a tu hogar
se han llevado mi respeto, y se arrastra el orgullo por
el piso
como lo hace ella, haciendo volar de nuevo las hojas secas
los lirios que ayer estuvieron sobre un jarrón fresco,
las plumas de faisán que adornaron un traje pasajero
arrogante y soberbio, pero a ella nada le importó,
se quedó bajo mi falda, me arropó con el ruido de mi
árbol
y aquí estoy, parecía decir… moviendo tus ramas llenas de vida
con todas las hojas nuevas, con todos los pensamientos
positivos;
y la espera se convirtió en una mesa, y una copa de vino
imaginado
donde brindamos por las pocas alegrías del camino,
y la brisa, ¡cómo no!, por ella, que nunca me abandona
que siempre me sigue, hasta el lugar del yo, donde habita
tranquila y sosegada, hasta un mañana,
donde no sabré si ella es el dios que me persigue y me
acosa,
para que suspire por ti, y sonría un poco, tan solo un
tanto,
antes de que se aleje entre mi último suspiro
la brisa hálito de todos los sueños de la vida,
¡por ella, acabo de brindar!, y por el viento amigo
Invisible cantor que tan feliz retorna a mi pecho
y en un segundo volvió a mi niño poeta.
Raquel Rueda
Bohórquez
Barranquilla, mayo 15/14