jueves, 11 de julio de 2013

EL CHICAMOCHA [134]

EL CHICAMOCHA [134]

En las elevadas montañas se florecen cactus, y árboles espinosos; bordean los caminos, rocas teñidas del ayer, con las sombras de los pasajeros sin voz que se perdieron en sus agrestes serranías, en éste lugar de magia y fantasía habita el Gran Chicamocha.

Por aquí vivió el Cacique Guanentá dejando una herencia en cualquier peca del camino, confundida entre las tantas razas que vinieron a robarnos la identidad.

Una moya de barro, un vestido pintado por manos laboriosas, el maíz azul y negro que se pierde en el mundo actual, las semillas que fueron pródigas en esos tiempos, donde la selva era un motivo bajo el sol y la esperanza, eran los cultivos y labranzas a mano, la caza de la cabra de monte, el tinajo, el cerdo de bosque, los espinosos puerco espín, las frutas que colgaban alegremente de inmensos árboles, las guamas largas que guardaban dulces besos de algodón matizados entre los arrayanes, y las hierbas entre un paisaje rojizo que sanaban toda fiebre y dolor.

Toda hambre se calmaba con el sólo valor de sembrar y arar, respetando el entorno. Aquí las aves eran adoradas al igual que las acequias y quebradas, los manantiales con la imagen de un ser espiritual que acompañaba en ese viaje corto por la vida a cada caminante que pasaba por ahí, fueron la única herida en la montaña llena de milagros y oraciones bañados de un dulce manantial.

Las frutas de arrayán, su dulce almíbar, ahí las torcazas solían anidar entre arrullos suaves y aromas a limonar florido.

Aquí las semillas de agraz alegraban nuestros días ruborizando los labios con sombras de mujer ardiente y ojos de dulce mirar.

Hoy el Chicamocha se pinta de otro color, no se detiene el mentado progreso que traerá sombras sobre sus montañas hermosas, murallas para dividir al hombre y guardar nuestros tesoros para vender al mundo, y puedan los pueblos morir de sed, en un mañana cercano.

¿Qué le queda al hombre?... Ni su brisa contaminada, donde el hedor de la mala hierba camina por ahí sembrando dolor y sintiendo poder por lo que no es suyo, pero su nombre es grande, aquí germinaron los valientes hombres que lucharon por la patria y se extendieron por el territorio agreste, el valor de sus mujeres demostró que no hay ser humano que se someta a la esclavitud por otro hombre, y que la muerte, puede ser la libertad más soñada, si nos roban las opciones de vivir dignamente, y se apoderan hasta de los sueños más livianos, como es el amor por nuestra tierra de rojizo color y el derecho a nuestras aguas.

Bajo su falda encendida pasa la gigante anaconda, la serpiente llena de amores donde los peces gordos buscan una sombra, para sembrar sus pequeños huevos, y se dispersa cuesta abajo, hacia tierras mejores, ahondando sus penas entre los charcos contaminados que el hombre va dejando a su paso, cual almas en pena de bocachitos que han perdido su corriente para desovar.

El Suárez, el apellido de un amigo navega por ahí, el buen amigo que nos regaló caldos y aromas a pescado, el bagre gigante en viejos tiempos y muchos peces que mitigaban el hambre y que ahora el pesar de ver a sus niños a la mesa, nos pone a pensar, que poco a poco desaparece la subienda y con ella se irán también los sueños de los campesinos de arado y azadón, para ser reemplazados por hombres de metal sin alma ni corazón.

¡Adelante compañero!… lleva tus aguas al Magdalena, allá juntas serán fuertes y poderosas, continuarán ese viaje donde se desviarán sus cauces, para inundar sin querer, la vida de los pobres y sus pequeñas parcelas, que antes fueron el camino señalado por donde la serpiente bulliciosa debía pasar.

Nada detiene la ambición del hombre, sólo el poder de lo más alto, ¿pero cuándo vendrá?... 

No estaremos aquí para ver lo que ha quedado, tal vez las grandes montañas del Chicamocha se inunden también y nuevas historias serán contadas por otros, cuando sobre la faz de la tierra, desiertos púrpura aparezcan y no queden ni las cruces de roca del Camposanto de Zapatoca, ni los nidos de las hormigas culonas que tanto han mitigado el hambre siendo el caviar de nuestros ancestros, repetido en los labios de quienes continuamos la marcha sobre un camino de roca, a punto de desmoronarse…

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, julio 9/13 

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