LA GORDA [3]
La conocí de cerca, muy triste la veía pasar, buscaba
sonrisas entre las macabras noches, si de luceros se vestía la oscuridad, y con
la luna solía conversar.
Todo caería, su cabello, su auto estima que ya
de por sí estaba por el suelo, una mueca dibujaba en su rostro, un algo que no
comprendía.
¡En el espejo la vi tantas veces!, ¿qué
sucede?, ¿qué esto que aprisiona mi corazón y me vuelve tan pálida?...
Ha de ser que no me alimento bien, o puede ser
que un poco más de la cuenta, o tal vez que tanto trabajo nos inflama, y ella
continúa esa lucha vana, donde todo lo que construye, las brisas huracanadas de
cualquier mes de julio se lleva.
Recuerdo un crucifijo en la pared, sus uñas
moradas delataban que ni respirar podía, pero nadie se enteraba, la lluvia de
un grifo calmaba sus fiebres cada día, y le contaba sus tristezas a la
almohada.
Se acerca el día, la palidez torna gris la
mirada, romperán las navajas el orgullo de su vida, sus pechos blancos, mutilada se verá de nuevo ante el espejo, sin
miedo a nada…
Vienen esos calores en un pequeño rayo
violeta, y al tapar los ojos, el fuego enciende su traje de invierno, se
ampolla la piel, se envenenan los caminos sembrados de púrpuras, para quedar
con los pocos hilos sobre la almohada.
Le regalaron varios sombreros de lana, ¡son
hermosos!, taparán el desnudo, cubrirán lo que ayer cubierto de seda estuvo, y
nadie se dará cuenta de su rala cabellera.
¡Gracias!, repetía la gorda… no tengo miedo…
Pero sus manos temblaban, el corazón permanecía agitado
como las brisas de diciembre…
¡Ya regresará todo!, volverán las sonrisas, retornarán
las golondrinas sobre las ramas, y ante el vacío de su historia llena de leche
fresca, alguien separó cama, y la gorda creyó que era por amor, más descubrió
la falsedad que caminaba y miraba a otros ojos, y desnudaban sus ansias locas
de sexo ante su rostro impávido y muerto.
Hoy la recuerdo… se parece a esa persona que
conozco, se mira al espejo, ¿esa soy yo?... sus ojos tienen un brillo violeta,
no muestra queja alguna pero su boca permanece sellada, y el palpitar de una
sombra que la sigue, imperturbable, se abriga con su propia cobija,
descubriendo que los venenos se fueron, y su sangre renovó su cuerpo, para
verse más delgada.
¡No pasa nada gordita!… que todos se enteren
que la droga hincha el cuerpo, más no estás gorda, nadie reirá por tus
desgracias, sus carcajadas se irán cuando sus propios dolores les recuerden,
que todos tenemos sombras, y lágrimas, que todos vamos por el camino de la vida
buscando una esperanza, ese retorno de la felicidad, y esas gotas que riegan
flores a pesar de adivinar lejano el
invierno.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, septiembre 27/13
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