sábado, 28 de septiembre de 2013

CIERTO DÍA [9]


CIERTO DÍA [9]

El camino a casa pintaba primaveras, y en las desnudas rocas, aparecían pequeños gorriones entregados a la tarea de construir un nido, me entretenía buscando en los resquicios de las rocas todo lo que fuera dorado, era una costumbre, flores amarillas, mariposas, pequeñas serpientes que se escurrían asustadas,  caracolas que iban dejando una estela de colores, en eso pasaba el tiempo, recordando plantas gorditas que atrapaba y aprisionaba, para ver escurrir todo el líquido que guardaban.

Un lagarto extraño que nunca había visto, parecía asentir con la cabeza y a lo lejos me observaba aprobando todo lo que hacía.

Me dio por preguntarle: ¿eres un lagarto?, o eres el diablo… y cuando movió la cabeza como diciendo sí, continúa aquí, estoy tan cerca de ti, pero no podrás tocarme, ¡me asusté tanto!. Ve volví  toro en el ruedo, corrí tan veloz, que los espinos me arañaron, las adormideras rozaban mis piernas, cerraban sus pequeñas hojas, pero antes, me dejaban sangrantes heridas, que por miedo a ese animal extraño que parecía perseguirme, nunca sentí.

Trepaba por los árboles más gigantes, nunca me privé de hacerlo, era un reto, sin pensar nunca podría caer sobre las rocas, avanzaba, hasta que encontraba un nido de mirlo o de toche, y tomaba los regalos prohibidos, queriendo aprisionar esos tesoros para mí.

Los negros pájaros garrapateros siempre volaban sobre el lomo del ganado, con ese chillido tan conocido si me acercaba a sus hogares, y ahí… de nuevo mi sueño, como perlas, unas sobre otras, entretejidos todos, pues en grupo armaban un solo nido, y después de cada postura, cruzaban pequeños palitos de madera para iniciar otra vez, y aprendí a tomar los que nunca nacerían, sin que nadie me hubiese dicho nada.

Acomodaba las pequeñas perlas ante su enojo, para finalmente dejar la última postura, y conocer a sus desnudos hijos, tan amados y abrigados.

¿Quiénes serán los padres? Siempre me preguntaba, pero los padres y madres eran todos, se encargaban de llevar ricos bocados de grillos y garrapatas que tomaban del ganado, y en eso pasaba, de rama en rama como un pájaro libre, tan feliz, tan contenta de todo lo que veía, tratando de parecerme a ellos, pero al fin, el atardecer asomaba entre las enormes montañas, y debía correr, ante un miedo extraño que siempre me acompañaba.

Camino a casa, el hambre retornaba, las blancas cebollas, los caldos de mi madre tan llenos de amor, las arepas de maíz amarillo, sus abrazos, sus besos, y para dormir, inevitables rosarios que me hacían cerrar los ojos, y ante el temor del diablo, despertar.

Así se sencilla la vida, así de mágico el amor, entre besos y arrumacos ante el frío de la noche, los humos que parecían llenar tan bella estancia, el olor del árbol de flores rosadas, tan inconfundible, el humo del cigarro de mi padre, mis hermanos todos, tan bellos, tan correlones, tan graciosos…

Y se fue la juventud en un abrir y cerrar de ojos, vinieron las obligaciones, los trajes blancos, los primeros besos…

La soñadora se sienta ahora sobre una blanca silla a recordar, a ver su hogar como un gran árbol lleno de colibríes, esmeraldas brillantes que el pintor había dejado, y así mismo con el tiempo, había decidido tomar sus joyas, y llevarlas lejos de mí.

Hoy te recuerdo, más que ayer, una enorme panza, los brazos quemados de mi viejo, al fin nunca comprendí por qué su rostro oscurecido y sus piernas blancas, y ese negro de ojos encantadores, mi amado árbol de divinas flores marchó, y mi violeta de labios pálidos con los ojos abiertos, sin pronunciar palabra, me sorprendió con los ojos cerrados, sin advertir que era ya, que era el instante cuando no pensara en nada, penumbra y  silencio en su último aliento, así debía partir.

Tomé su pequeña mano, su arrugada mano tan llena de pecas como las mías, me pregunto la razón de sus dolores, su leucemia sin tratar, y pienso que fue mejor así, nunca saber de qué mal mueres, jamás hacer preguntas, y enmudecer con los ojos, viendo a un horizonte tan azul, tan distante, pero tan cercano a Dios.

Raquel Rueda Bohórquez

Barranquilla, septiembre 28/13


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