ESE AMOR VIEJO (72)
Para faltarte al respeto a mi manera, agarrarte a besos y morderte
todo, delante de tus palomas mensajeras; luego adivinar en los ojos su
coquetería disfrazada y decirles sin enojo, viéndolas de frente: ¡es miooo!,
luego correr abrazados, al segundo hacer el amor hasta agotarnos cerca muy
cerca de ese bosque, con el sonar hermoso de la brisa y el paso altanero del
río.
Escucharnos caminar, escucharlos volar, leer en los helechos
la huella de un pájaro carpintero y adivinar un ramo de claveles abiertos
cantando versos de amor, a esas pequeñas madres que llegan felices con el pico
lleno.
¿Quién te desvió de mi camino? ¡No fui yo!, ganó tu ambición,
más no eres feliz, ni yo. Siempre estaremos buscando una mañana para vernos,
aunque sea de lejos, y sentirnos ahí en esa corriente que nos toca de frente,
en ese raro sentimiento que se queda apresado en la garganta y brota lluvia,
luego cae presurosa por la montaña abierta en éste mundo raro.
Te veo ahí, ¡todo es grande para ti!, tienes el caudal a tus
pies, sabes cuando nace el sol en medio de las montañas y en qué momento los
frutos dulces de los arrayanes estarán listos.
Te veo morder ciruelos rojos, masticar moritas de castilla
en el camino, pero ese tambalearse raro que nos topó desnudos, ese escuchar sin
oír, nos volvió ruidos lejanos, pensamientos tristes floreciendo en otros
gajos, en tanto el amor muere poco a poco, y aun así nos queremos sorber el
mundo. Más con todo lo que tengamos, si no hay amor, siempre estarán los
párpados mojados y la boca pidiendo lenguas que se arrimen y que nos descansen
con sus mentiras, porque nada pasará por la carne, ni una ligera corriente,
nunca igual a ese amor que nos mantuvo con ese brillo y esa sonrisa que jamás
volverán...
Raquel Rueda Bohórquez
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