MI
EXTRATERRESTRE 7 [77]
Desde
que consiguió ese nuevo empleo, anda más afanado por salir a la calle, tiene
mucho trabajo, llega dorado por el sol, el dinero es tan poco que escasamente
alcanza para lo mismo, pero no encuentro una opción de ganar algo más para
ayudar, y siento últimamente mucho miedo; ese miedo a quedar en la calle viendo
mis calzones rotos, unidos a los de otros, como un colador, por donde mis
sueños se han esfumado, sin poder hacer nada.
Las
cuentas cuelgan del mismo gancho oxidado, tan parecidas a las de todos, y con
ese temor que no me permite abrir la boca les dejo ahí, esperando la parte que
le corresponde y estampe su firma:
E.T:
$25.420. Todo exacto para que no haya equivocaciones en nada, y tal vez deje la
huella por ahí, para que no cobre dos veces.
Viene
con un cargamento tan grande, que sólo ocupa espacio, tan poco dinero, que
presiento que el mío se acaba en medio de rabias y sinsabores de la vida, que
no vale la pena detallar; pero hoy, viendo la foto de la anciana, con esa
sonrisa que no sé si es triste o feliz, pues últimamente la veía muy
opaca y pensativa; se paraba, se sentaba, con una inquietud que no
vislumbraba en otro tiempo; le dolía todo, y no quería el libro
gordo, ni sus poemas, y las pequeñas caminatas tampoco le apetecían,
recuerdo también el amor de E.T. por ella.
A
ratos le decía: ¿Qué tienes madre? y ella sólo decía: “Un no sé qué, en
no sé dónde”, una debilidad que no comprendo, como si no tuviera alientos de
levantarme, y un desánimo que tampoco entiendo, ese dolor en la espalda, /¡pégueme
una sobadita a ver si me pasa!, por ahí está el menticol y una pastilla de
aspirina para niños, /decía, mientras al parecer la pequeña pastilla aliviaba
su dolor, ese dolor de siempre que convivió con ella y se volvió su amigo en
largas noches de agonía, reparando su librito negro y viendo las tarjetas y
cartas de sus hijos y nietos, y charlando muchas cosas con E.T. donde ella con
todo el amor de madre le aconsejaba y él escuchaba como un hijo
obediente.
Así
pasaron los días, hasta el fallecimiento de mi princesa, donde adivinó la
muerte de su nieto Anderson cuando me dice: “Mija, mañana tienen que ir a un
gran partido de fútbol, pues soné con el chico de la estrella negra, ya no
está, pero no recuerdo el rostro, habrá celebración y toda la familia estará
presente” /dijo con esa voz como de niña enclenque que de a poco pierde la
fuerza, con sus manos negras de tantas agujas clavadas, y el pecho totalmente
morado, pues hicieron un examen sin permiso que tal vez representaba
mucho dinero para el médico, sin importar el dolor de la anciana, quien sufrió
hasta el final, cuando ya dormida, sus ojos quedaron como dos esmeraldas viendo
al sol de sus sueños.
E.T.
amaba a mi madre, eso nadie lo puede negar; siempre la consentía, y a
ella llevaba las quejas /acomodadas claro, a su favor, ella conocía las
verdades de todo, pero podía más su amor y su deseo de que el hogar por ninguna
razón se disolviera, pues aparte de ser católica, vivía aferrada a esas leyes
de la iglesia: “Hasta que la muerte los separe” o también solía decir: “Mejor
con Juan, pero peor sin él”, para que sentara cabeza y me aguantara un poco
más.
No
hay opción, creo que me toca seguir aquí, no sé por cuánto tiempo; me gustaría
tener un trabajo digno, pues aquí en mi casa puedo ser la criada de todos, pero
no recibo un sólo peso, y también necesito del dinero por desgracia.
Ahora
que detallo el rostro de E.T., las arrugas lo han cambiado un poco y el ceño
no está tan fruncido, su estómago está creciendo y se está
desentechando el rancho, ahora parece un obispo, pero ya casi no toma
como antes, lo cierto, es que aquél deseo de ayer marchó como mi madre.
Queda
un sentimiento de apego, de costumbre, de ver a la persona por ahí de vez en
cuando, y saber que está bien, que tiene buena salud y es vigoroso, que desea
hacer muchas cosas, pero demasiado tarde, ya está cruzando la esquina como yo,
tal vez si la vida no fuera a ratos tan cruel y las personas tan extrañas…
Ha
tirado la toalla por ahí, pero lleva la ropa sucia a lavar /la de él, pues le
gusta arreglar sus cosas, aprendió a fuerza de exigir; la gente se cansó
y ahora él lo hace mejor y excelente; no tiene que depender de nadie para que
organicen sus cosas, y al menos tiene privacidad como cuando era soltero
/aunque siempre lo ha sido.
Lo
veo servir su comida, pues tampoco le agrada que le sirvan, ya conozco a mi
E.T. son 23 años conviviendo con un militar que se las sabe todas, menos
demostrar cariño a los demás, creo que lo olvidó en el ejército, la
guerra le robó ese diamante que tenía en su corazón, y que con mi madre
brillaba.
Lo
vi llorar en silencio, sólo había llorado cuando sus padres fallecieron. La
visitó y ella lo vio como a uno de sus hijos, lo abrazó con tal cariño que me
conmoví, y le pidió que no abandonara a su tontico.
¡No
es tan malo!, es más, no es malo, es sólo una víctima más de ésta sociedad,
donde se enseña al hombre a ser macho y dominante, y olvidarse de los detalles
pequeños, para conquistar el cariño de una mujer.
Dos
Santandereanos como dos agujas de punta, no hubo azúcar, demasiado limón, y la
relación se quedó viendo al pasado, sin un futuro, con un mundo de sueños
atados a los de otros, con una cantidad de cosas que no dejaron despejar
nuestros pies del piso, pero mientras haya un poco de ánimo, y vea corretear a mis
muchachos por ahí; tendré una media sonrisa en la boca, y una mirada a
los ojos azules de E.T. que a veces no se ven, pero cuando mira sin rabia, son
muy hermosos.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
febrero 4/13
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