viernes, 15 de abril de 2016

ROSA BLANCA (42)


ROSA BLANCA (42)


La vida fue un baile para ella, fue una canción, la radio sonando, una oración brotando, un poema recitado por sus labios.

Este día festejábamos la vida, y ella en medio de todo. Nuestro jardín jamás fue tan hermoso, era nuestra cometa y todo hilo se prendía de ella.

Ahora no sé hacia dónde volar, pero se presenta una hoja blanca; han de ser sus pétalos extendidos, debe ser que todavía me alienta, ya no hay queja ni reclamo, no hay visitas a contar lo mismo de siempre, otras espinas reclamaban su carne, una condena sin merecer que nos librará de otros males, porque así es la rosa blanca, se fue sin el hilo encendido de sus venas hacia el sol que la llamaba y que con sus ojos cada día buscaba...

Me dijo que publicara mis escritos, que entregara mis flores al mundo, no importaba lo que sucediera, pero que entregara todo. Esa frase la tengo aquí, como una sentencia que se cumple cada día.

Fue la promesa que bailaba al viento que le tocara, unas veces fue herida por dagas cercanas, su tristeza nos abarcaba a todos, y en ese rincón de las gallinas gordas, en medio de toda su riqueza de blancas mañanas con caldos de cebolla, la vi muchas veces llorar.

 A las rosas blancas no se les notan las gotas de rocío, bien las saben disimular porque se mimetizan entre sus pétalos, más ahí se copiaba el paisaje con todo su follaje, y ella en medio, arrodillada orando y pidiendo fuerzas a ese Dios que llenaba su boca de alabanzas y sus ojos de perlas.

Ahora te veo y te siento aparecer; eres la promesa de un amor que como un pendiente estaba de lado, en ese jardín ausente; más ahora, eres mi presente. En medio de ti no había pobreza, porque decías que todas las flores eran justas para el huerto, y cada trigal tenía la misión de un pan, ya sea entre el viento o sobre una mesa.

Al paso de una nube gris, al correr de la vigilia con tantas flores que tenías que sostener, fuiste el milagro vivo en casa, tú mi rosa blanca, que de tanto parir flores a tu huerto, te fuiste sin calcio en tus brazos y sin lágrimas en tus ojos.
 
No hay pregunta que no hayas respondido, ni respuesta que no hayas acertado; eras la metáfora donde el color sobresalía, en ti se inventaron todas las gamas, para que tu jardín fuera, en medio de tanta ortiga, la bendición o la pena que te tocaban.

En un rato, si mis flores se ajustan a sus jardines, seré libre para volar contigo, más es la voluntad grande la que rige, y ahí estarás amada rosa blanca, ahí seguirás tocando mi corazón con tus dedos y aliviando mis penas con tus recuerdos. Esos recuerdos que iluminan las miradas y acercan a las aves a su nidal, así fue mi rosal, y así la flor que perfumó con toda la esencia que llevaba dentro de sí.

Se llevó un crucifijo envejecido, su rosario y muchas rosas blancas, que fueron su corona. Las espinas se habían ido para siempre, sus manos fueron las violetas que le faltaban por recoger.

Adorna como siempre esa casita vieja de mis ensueños; ahí estás con un delantal antiguo, es gris, muy largo, parece hecho de nube y topacio, pero esa cálida sonrisa y sus ojos que no han dejado de ver, recitan versos por donde pasa, perfuma cada aurora y cada anochecer, sin importar el tiempo de la espera...


Raquel Rueda Bohórquez
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