martes, 23 de febrero de 2016

LLAVES DE MI CORAZÓN (12)

LLAVES DE MI CORAZÓN (12)


En ese instante que deseé morir, apretó fuerte mi estómago, y el corazón frenó; a veces frena, ¡no sé la razón!, pero aunque pierda esas llaves, seguirá rondando en éste valle el sonido de mis campanas.

¡Todo es púrpura!, un día presentí que me ahogaba, todo era rojo y nadaba en mis propias aguas, me asfixiaba con mi propia sangre, pero más allá de todo, dejé de sentir dolor, fue ahí también que advertí el color de las rosas en otra primavera, con otras estaciones que llenaban mi frágil existencia de felicidad.

Caminé sin pies y volé sin alas; mi cuerpo era una barca a la deriva, inicié a escuchar, ¿cómo podía escuchar estando así?, advertí que mi cuerpo era una cárcel y alguien abrió mi puerta, todo mi río se regó dentro de mí, ahí fue que me vi a mí misma, ¡heyyy yooooo!, ¿qué haces ahí?, mi yo respondió con una carcajada: ¡jajajaja!, ¡qué feliz estoy!, ¡mira yo!, ¡mírame ahora!, puedo ir y venir en el tiempo; estoy donde me piensan y me alejo del lugar donde me olvidan.

Mi yo se vio por primera vez en un espejo claro, estaba lloviendo dentro de mí, viajaba en medio de versos de espuma y poemas tan azules, que parecían un lago en quietud.

¡Ahhh!... ¡Qué hermoso se siente ser libre!, ¡nadie me amaba más que yo!, ¡qué tonta cuando confié en quienes me traicionaron!, pero ahora puedo ver sus almas, no pueden tocar la mía, porque tengo el don de ver sus oscuridades.

Luego de ahí, un río inició senderos, ¡qué precioso es mi río!, ahora soy lago y en un rato mi púrpura vida será muy blanca, semejando la aurora de mi madre.

¿Es un amanecer mi madre?, ella amaba todo, el paisaje para ella era Dios y el sol su mirada ardiente.

¿Cómo no me di cuenta que caminaba al lado de una santa?, ¡cuántos hirieron a mi madre y blasfemaron de ella!, pero jamás vi odio en su mirada, ¡claro que como ser humano que era, también recordaba cada cosa!, y en sus oraciones decía: Perdóname Señor por cada error en mi camino, decido perdonar cada espina y cada roca, agradezco por ellas, pues han sido las heridas quienes me permitieron ver tu rostro. 

Y pasó todo, vi la última estación en su mirada, pero me ganaron en cerrar sus ventanas, siempre quise que estuvieran abiertas y entonces no peleé por eso, ahora me veo en ella y cruzamos de la mano sobre una montaña, ¡parece raro!, pero así es, parecemos el caminar de una hoja sobre las azaleas, somos aroma que va y viene en medio de un gran bosque de sueños,  de una mano invisible, un estero inmenso, hay frutas de todas las que jamás había probado, y nos descansamos bajo un alar de hojas, nos cubrimos con todos los sueños de mariposas y pájaros azules  y empezamos a correr... ¡espera madre!, y ella me hace guiños detrás de un olivo, ¡eran dos olivos!, sus propios ojos verdes en donde me refugié y volví a cantar, a creer y a confiar, pues sus brazos eran la certeza de que Dios en verdad existe.

Sus manos tenían mis llaves, ¿son una copia madre?, ella sonrió de nuevo, con esa medio sonrisa de timidez de antes, su rostro era miel para un abejar, y sus manos, tórtolas tibias que tocaban esas fibras de mi alma, y secaban de mis ojos pálidos con sus gotas de rocío, que penetraban sus propios párpados, y nos hacían sentir como una, en ese raro acontecer de sus ventanas abiertas.

 Mi corazón inició a palpitar, ¿es navidad acaso?, más en este sitio no existían fiestas, todo era una fiesta en medio de enormes sombras que se disipaban ante la luz del sol y corrían veredas y castillos, habitados por un solo Rey, con un velo de seda que se esponjaba ante su presencia, cual blanco pavo real, enamorado de la sencillez de sus hembras.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, febrero 23/16




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