jueves, 22 de octubre de 2015

DE ÉBANO/A Kevin Cepeda [26]


DE ÉBANO/A Kevin Cepeda [26]

Estaba inquieta como todas las noches, mi hijo no regresaba, ayer tenían presentación en Bellas Artes, él se estaba tomando muy en serio su estudio de música, y se concentraba tanto en ello, que no se daba cuenta que  existía otro mundo fuera del suyo.

A veces gritaba como un niño porque interrumpíamos su estudio, y tenía que reprender a ese demonio, ¡qué pasa!, ¡se calma!, ¡tampoco es que por esto tengamos que aguantar sus arranques, no señor!, pero él no escuchaba, esos gritos que desentonaban con lo mágico de su pentagrama.

No supe en qué momento estaba hablando con dos amigas, su piel muy negra, así como el novio de Verónica a quien llamo merecumbé, y que con una carcajada recibe mis bromas cada vez que viene a casa.

Mi hijo necesita un piano, no puede estudiar con éste equipo, ya se han extendido las octavas, el camino se crece, se vuelven gigantes mis ilusiones en éste andar de gitanos en que nos tiene la vida, en éste mendigar de sueños que vienen y van, y queriendo atraparlos estamos viejos y cansados.

Hubo un llenar de bocas, una respuesta inmediata, y  se pusieron grandes y sonrientes, la dama de ébano me agarró de gancho con mucha complicidad, y me dijo que en su casa tenía dos pianos antiguos amontonados, que ella me los regalaba, y en mi emoción no pude disimular perlas de sal que se escurrían como cabritas de monte por las pequeñas montañas de mis pómulos.

Era enorme esa casa, siendo mi amiga, ¿cómo antes no pude visitarla?, pero ahí estaba, primero me mostró uno más pequeño, pero me tenía con un grito atorado en la garganta, luego grité fuerte, pero ellas no me escucharon, ¡Dios Santo!, es un piano de caoba, madera fina y brillante, estaba tallado bellamente y sus patas parecían de lorito hacia los lados, como queriendo caminar teatros y colegios, estadios, salones de reyes, acostumbrados a su magna belleza, y corrí, pensé en la emoción de mi hijo cuando llegara a casa y viera éste milagro en nuestra pequeña sala, luego pensé que no era tan enorme, además no tenía esa gran cola, era plano, ¿cómo lo clasifico?, mientras husmeaba sus partes y tocaba la madera, vi un número tallado en una lámina de oro en la parte de atrás, y la dama delgada, mi amiga de Ébano, corroboró que sí, era un piano muy fino que habían dejado ahí, pero que ella no necesitaba más cosas que llenaban su casa, tampoco tenía intención de venderlo, pues la verdad, había encontrado una razón mayor para ubicarlo donde darían su verdadero valor.

¡Gracias, gracias!, y la abracé fuerte, mientras la otra amiga sonreía, luego levanté una tapa para buscar el teclado, pero no existía, alguien se lo había llevado,  mi desilusión aumentó, de un momento de intensa felicidad, pasé a una gran tristeza. ¿Por qué razón siempre vivo triste?, ¡ay eterna melancolía que hasta en sueños me cobija! Y ella acariciaba mi hombro, pero ésta vez pude ver esa enorme sonrisa, era como si en un instante en el cielo más negro, hubiesen florecido todas las estrellas.

Sus ojos resaltaban en medio de su rostro delgado, se marcaban esas líneas, se me pareció a Louis Armstrong, así, como una luna que emitía rayos y todo ese resplandor cobijaba mi espacio, y entonces dice: ¿para qué te preocupas?, éste lo puedes usar como un tocador, es muy hermoso, y ahora veremos el otro, y nos dirigimos a otro gran salón donde todo era muy grande, en éste espacio cabía mi casa, muchos estantes de madera todos llenos de cristales y adornos, y recuerdo en especial esas dos grandes copas talladas, ahí cabía un litro del más exquisito vino, ¿para qué tan grandes?, debían ser de adorno, y cuando dio la orden de que destaparan el otro piano, una de las copas cayó y se quebró en mil pedazos.

¡No por Dios!, esto es un mal presagio, dijo ella,  pero luego advirtió que hicieran con cuidado las cosas, casi se cae otro jarrón enorme, pero el tipo alcanzó a recuperarlo y después de ahí, lo vi, era mucho más grande que el otro, su madera me causó curiosidad, era del mismo color de la piel de mi amiga, tampoco tenía esa gran cola sino que era plano, no tan hermoso en su talle como el anterior, pero sí lo superaba en el espacio del teclado, y cuando llegué a él, vi que no tenía teclado sino que era una plancha de acero, tenía muchos puntos que sobresalían, así como repujados, como esa letra especial para ciegos, y en esto, en ese mundo en donde estaba, fui tocada por una mano de ángel: ¡ey mami!, los 10 mil pesos para el bus!


Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, octubre 22/15

No hay comentarios:

Publicar un comentario